18 abril 2024
CRÓNICAS

El negro Cagadulce

Si. No leyó mal. Lo segundo no es el apellido, es como le decían en el barrio y lo anterior era la pigmentación.

Cuando chico me sentaba lo más lejos que me permitía la autoridad materna, o sea en el escalón del zaguán –hasta allí llegaba la correa virtual-.

A mi lado la Chicha, una perra muy chiquita de tamaño, que mí vieja decía que era fox terrier, pero con el decurso del tiempo, no encontré ningún perro de esa raza que se le pareciera.

Era traicionera con los demás y racista como ella sola.

Llegó a la familia ya perra hecha y derecha y creo que hasta preñada, sin perjuicio de ello, de vivir en una casa, con cancel y puertas por todos lados y paredes, un dos por tres le prendía la vacuna y aparecían cuatro o cinco proyectos de perros.

Mi vieja tenía que ayudarlos a sobrevivir con una botella de gaseosa a guisa de mamadera, un dedil agujereado y leche tibiecita estirada con agua, porque el físico a la bicha no le daba para bancar a la prole y después venía la etapa más penosa de regalarlos porque hasta nombre se habían agenciado.

Lo de traicionera no era por mí, porque no había quien pudiera tocarme sin tener una escaramuza con la perra. Nadie le podía tocar los cachorros excepto el suscripto (creo que me había adoptado) y mi vieja.

Pero lo de racista era bastante complicado, yo sentado en el escalón y la perra entre mi persona y la pared del lado de donde venía la futura víctima, sin previo aviso, ni un gruñidito siquiera.

El tema no era con todo el mundo, como bien dije era racista y por ende con gente de la raza. Pasaban por la vereda y la Chicha salía como balazo y le metía los cuatro colmillos en el garrón y volvía expresa para adentro de la casa.
La boca del beneficiario del acto de etnofobia perruna se explayaba contra todos los antepasados de mi familia por consanguinidad y por afinidad.

Con el negro Cagadulce no se animaba la Chicha a cometer tamaña tropelía porque él siempre venía mamado hasta las patas y no hablaba, sino que más bien balaba en papúa elemental.

El jabón mío era tan grande que era sometido al escarnio de los amigos de mi padre y de mis hermanos que eran 16 y 12 años mayores que yo.
Algún mal pensado dirá que soy el producto de un descuido y si echan los números es muy probable que sí, aunque mi vieja afirmara todo lo contrario, que ellos eran jóvenes y mis hermanos muy grandes y en bien de la familia fue que me hicieron aparecer a mí. Lo que le faltaba era hablar del repollo que cayó del cielo.

Pensar que yo estaba ahí, cuando pasó la cosa y no puedo decir que haya sido un descuido o buscado, pero ahora estoy acá escribiendo y Uds. ahí leyendo estas líneas y a otra cosa mariposa.

Cagadulce era el bichicome del barrio, término que dicen que venía del inglés “beach comer”, otros más vulgares decían “come bichos” lo que hoy sería un “homeless”, en idioma hollywoodense, que se dedicaba a tomar bastante vino, el suficiente como para emborracharse, nunca menos y juntar papeles y cartones y botellas.

A mi con mis pocos años un negro que venía con tamaña bolsa de arpillera, cargada en forma más que suficiente, balando porque ese era el resultado del grito de “botellero…!!!, ropas viejas, botellas, hierros viejos, compro… botellero…!!!! Como pregonaban en esas épocas, aquellos adelantados de los actuales hurgadores o clasificadores de basura, claro que aquellos eran empresarios porque pregonaban la compraventa de bienes.

Asimismo tenía muy presente la posibilidad que me metiera en la bolsa y me llevara, como era la amenaza que nos hacían a todos los niños cuando desobedecíamos las ordenes de nuestros mayores, ¡¡¡ mirá que llamo al hombre de la bolsa!!!, cosa que era el hazme reír de mis hermanos mayores, de los amigos de mis padres y allegados. En aquella época no existía por estas tierras el mirá que Papá Noel no te va a traer tal o cual cosa. Papá Noel no existía. Eran los Reyes Magos y nada más, el consumismo socio-religioso vino después, como ahora con el Halloween.

Calculo que el negro Cagadulce venía de juntar los cartones que tenían para tirar en la tienda “El Cabezón –Luis Costa y Cía.”- en 18 de Julio y Tacuarembó (hoy, Lorenzo Carnelli) y rumbeaba para el sur. Haciendo escalas técnicas, y a mi criterio demasiado cerca de la puerta de mí casa, porque le pesaba más el vino, que las bolsas de arpillera. Las bolsas por el tamaño parecían de enfardar lana o yo era demasiado chico y las veía por eso tan grandes o puede ser que magnificaba las cosas por el julepe que tenía. De paso levantar más cartones y papeles en “Emilio Fontana S.A.”, no en Constituyente y Vázquez, donde está la Facultad de Ciencias Sociales, sino en el depósito de Soriano y Vázquez, frente al “Sagrado Corazón” ex Seminario y después le quedaba el otro depósito de Canelones y Vázquez, frente a lo que les llamaban las viejas Casa de Tolerancia y en la puerta tenían una discretísima chapita de bronce que decía “Casa de Huéspedes”.

El negro Cagadulce acampaba ahí, a veces quedaba dormido, a mi me parecían siglos porque no se iba nunca. Mi nariz no asomaba un palmo de la puerta cancel ni que se viniera el mundo abajo, la perra racista hecha un ovillo, echada en una silla de asiento de cardo y siempre al alpiste de que alguno se levantara, para ir a echarse en la silla que quedaba libre, porque estaba calentita.

En la esquina del Seminario en Soriano y Médanos (hoy, Barrios Amorín) había un andaluz llamado Sánchez, con unos mostachos canosos y el resto también, revirados para arriba (los mostachos), todo vestido de blanco, con su quepis blanco y con su caja brillante de metal donde tenía los frankfurters, a los que calentaba con un mechero de alcohol.

Un día pasó un heladero del Oso Polar de la Kasdorf, que no eran vasitos como los de Conaprole, sino una cajita cuadrada muy bien plegada y que al abrirle la parte superior aparecía un helado triple de chocolate, crema y frutilla. Empecé a arrastrarme como un gusano desesperado –con el síndrome de abstinencia heladeril de muchos años- y mi viejo me dio el dinero, para que hiciera una inversión en los vicios admisibles para aquella época y edad. Téngase presente que era el hijo de la vejez, consentido, menor y malcriado, como podría decir alguna vieja intolerante que nunca tuvo infancia, ni nietos que malcriar.

Salí corriendo atrás del heladero –por la vereda y cruzar terminantemente prohibido- que a esta altura de los acontecimientos, ya iba por Santiago de Chile y al llegar a Médanos, me para el andaluz y me dice oye tú que corres tras un helado, que son malos para la garganta, cómete dos frankfurters que son mucho mejores y como yo tenía los dos vicios, tanto me dio, invertí en los panchos.

Fui víctima de mi padre y mis hermanos, por mi nivel tan bajo de personalidad, que me pasé del helado a los frankfurters, sin decir agua va.
En la misma esquina que pegué el cambiaso de mercadería, sin anestesia, paraba un napolitano, con una bandeja grande de fainá, en la que traía varios fainás y unas cuantas pizzas al tacho a las cuales les ponía anchoa.

Aclarando, las anchoas eran majugas de lachas, pescadas en La Chupadora y puestas en sal gruesa. Muchas generaciones murieron sin saber que se comían las lachas (que no servían ni para carnada) por filet de anchoa.

Ese napolitano, il pizzaiolo Marino, Marino Lupinacci, con su trabajo, en la calle San Salvador entre Vázquez y Médanos hizo un edificio de tres plantas, con dos casas abajo, y otras dos en planta alta y otra en tercera planta, apartamentos tipo inquilinato al fondo con el producido de sus ventas de “la fainota y la pizzota” como la pregonaba él en su dialecto.

No debe haber ex alumno del Seminario de aquella época que no recuerde a “el Pizzota y a Sánchez”. El andaluz hasta les fiaba.
El negro fue un personaje para mí y para los míos, exclusivamente, porque nunca vi que tuviera lío con nadie, nunca lo llevaron preso en aquella época que andar mamado por la calle era una falta penal y era conducido a la Comisaría a refrescarse. Los agentes de aquella época, del guardia civil de la esquina, no se iban a llevar a Cagadulce para que les balara como un carnero toda la tarde en la Comisaría 6ª. de la calle Minas, además el policía, era la imaginaria, de la Casa del Partido Colorado y de ahí no podía moverse.

Se dejó de ver por la vuelta, capaz que cambió de rumbo o de rubro o no había más cartón y después de tantos años, debo ser el único que se acuerda del negro Cagadulce. Tienen algo de bicho, se aquerencian en un lugar y van y vienen y un día, sin previo aviso desaparecen. Es así.

Parodiando a Rodó: “a un buen julepe no hay recuerdo que no se asocie”.

5 comentarios en «El negro Cagadulce»

  • que original nombre eligieron para una historia. igual yo veo que la chicha es la que se destaca mas de la historia…genia garronera………me imagino como correria a los cobradores!!!!

  • Juajuajaua…cagadulce debe de ser porque dejaba de regalo en alguna puerta una plasta de dulce de leche…la chicha ni se acercaba porque alguna vez le tiro un chissssito en negrito,.
    Agustín estuvo como siempre talentoso, menos para elegir novia y cuadro….vamo a darle por eso medio punto mas en esta historia a la chicha…mi voto es secreto….pero es muy bueno.

  • Felicitaciones!!! que linda historia. A mi tambien me gusto la Chicha.
    Saludos

  • en el primer parafo despues de las negritas sono feo——————-como yo no me meto—————-cada ubo puede acer de su ku——————–en lo demas———————estoy apoyo q la CHICHA——————es lo mas grande de la ystoria———————

  • Estimado, el napolitano al que ud. hace referncia fue mi abuelo, y le corrijo que no era napolitano, fue calabres de pura sepa , y las anchos eran de verdad, no la majuga que ud. dice de “la chupadora” de la cual tengo grandes recuerdoy con respecto a las propiedades es verdad, nos lego primero a mi padre y por ende a nosotros 7 hermanos, que vivimos todavia algunos en el barrio y en esa propiedad las hizo trabajando con “LA PIZZOTTA” en esa epoca los que laburaban podia tener cosas, generalmente eran tanos y gallegos, porque los “criollos” estaban para el mate y conseguir un puesto en la IMM ,como ahora, con la diferencia que antes el que se rompia el lomo conseguia las metas, pero bueno, cuando quiera nos encontramos y le cuanto cosas del glorioso “BARRIO PALERMO” en el cual naci, creci y disfrute, toda mi infancia y adolecencia, me acuerdo del “salteño, el negro Peloche, el ciruja, el viejo don Blas el sanitario, el zapaero don Francisco, el gallego Marcelino el carnicero, el glorioso Huracan Palermo, quesalia vestido del boliche del gallego Rivas de San salvador y Medanos para la cancha palermo, el viejo Soria, que administraba la cancha, los Porfilio, el querido Blue Star, el enorme club Atenas ,la vieja usina de los tranvias, y que se yo cuantas cosas mas … cuando quiera nos juntamos y la seguimos , tengo para hablar mucho de este barrio de la gente , en fin nos estamos hablando

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