18 abril 2024
CRÓNICAS

Los burros

No por favor, no piensen mal, no tengo nada contra nadie, (bueno, esto es un decir) simplemente, voy a escribir un artículo sobre el mal llamado deporte de los reyes, del cual entiendo, que no es el de los de dos patas, sino con reyes de cuatro patas, como los caballos que participaron del Gran Premio José Pedro Ramírez.

Cuando era un niño me llevaban a Maroñas, a la pelouse, donde estacionaban el automóvil y las carreras se veían del otro lado de las tribunas, pero los caballos pasaban bien cerquita, y levantaban tierra, mejor dicho arena sucia y alguna piedra.

Lo que me apasionaba era ver las formas de los animales, los colores y ver los equilibristas que son los jockeys arriba de las monturas.
Todo ello sin perjuicio del enjardinado perfecto y de las estatuas que adornaban todos los lugares del gran parque.

Pasó el tiempo, seguía siendo menor para el juego, pero tenía una noviecita, que tenía un tío que era socio del Jockey Club y me prestaba la medalla de plata que me permitía el ingreso al palco de los socios, y recorrer todos los lugares del Hipódromo.
Ver el lugar donde están descansando los animales antes de la competencia y son masajeados y ablandados (desestresados de los viajes) por los peones, propietarios y compositores, para que cumplan de la mejor manera posible su cometido.
Luego el paseo entre el Palco y la Popu, donde son llevados por un peón, de tiro, ya medio vestidos para el evento.

Luego vestidos con jockey y todo hacen el floreo frente a las tribunas como provocando la apuesta, aunque ya queda muy poco tiempo para jugar, por la largada.

En aquella época se hacía con una cinta, los caballos montados por sus jinetes se acomodaban atrás, lo que daba un poco de trabajo para acomodarlos y que estuvieran todos prontos para largar juntos, claro que muchas veces algunos se reviraban y largaban para atrás y seguían corriendo, pensarían que eran los únicos que estaban en lo cierto y primeros.

Hoy con las gateras o largan o largan, porque no hay forma que lo hagan al revés, salvo que se queden embretados en su propia gatera.

En aquel entonces algún plenito me di el lujo de poner, claro que si me iba mal, el resto de la semana quedaba pelado como talón de angelito.

No sabía jugar al truco, en aquella época, pero estaba con un amigo que sí y sentados en la tribuna sin haber jugado nada, vimos a dos veteranos, que parecía que estaban bien en lo de ellos y uno le pasó el dato al otro, haciéndole una mueca con la nariz y más uno le dijo. Mi compañero dijo; “el cinco más uno, es el seis, le pasó el dato de que el seis va”.
Salimos de apuro y le jugamos dos o tres boletos al seis, sin saber el nombre del caballo, pero de acuerdo a lo que pagó, no era ni favorito, ni nada parecido, porque pagó ochenta y pico de pesos.

Para nosotros fue una pequeña fortunita que supimos dar cuenta de ella en otros vicios.

El juego es un vicio social, estamos totalmente de acuerdo, pero es de uno de los vicios sociales que más reparte en fuentes de trabajo al pueblo.

Un caballo, desde su nacimiento, siempre tiene a su alrededor gente trabajando en él y para él.

Es producto de un haras, inversión que tiene praderas para alimentar a las yeguas que están en producción, los padrillos, los peones para el vareo y adiestramiento o amansamiento de los animales hasta determinada edad, los veterinarios y los aprontadores, compositores, etc.

La paridera de una yegua de carreras es un equivalente a un quirófano para humanos, salvo que en proporciones mayores.
El personal que está involucrado en la tarea es mucho y los que producen los elementos que se utilizan en el hara y no están a la vista son incalculables, por lo inestimable de la cantidad.

Cuando uno llega y la yegua que hace un tiempito que no lo ve lo llama con su relincho desde lo lejos, porque sabe que vienen los cariños y algunas zanahorias para comprar un poco más de cariño.
En el haras da gusto ver, a cada yegua parida, con su potrillo, los cuales algún rasgo materno o paterno tienen a la vista.

Recuerdo que en un hara todos los potrillos eran estrellados y era lógico el padrillo lucía una hermosa estrella blanca en su testuz. Podrían ser zainos, alazanes o de otro pelo, pero la estrella la lucían todos.

El “Pueblo Ituzaingó”, nombre oficial que tuvo en sus principios el hipódromo que casi nunca fue llamado de tal manera, porque siempre fue conocida, por el nombre del vendedor de esas tierras, Juan Maroñas.

También recuerdo las bañaderas, omnibuses sin capota, que salían de la plaza Independencia, creo que eran de la Cot, por su color amarillo y venían todo por 18 de Julio levantando a los turfmen para llevarlos a Maroñas.

El edificio del Jockey Club en 18 de Julio y Andes, uno de los más lujosos de Montevideo, era lugar de encuentros, de todo tipo y en el piso 12, se solía jugar por dinero a algún juego, pero no pude entrar nunca.

Había dos sports para jugar, uno en la rinconada de la plaza Cagancha, donde actualmente está TTL y otro en la calle Andes, entre 18 y Colonia.
Jugar en los sports no le veía la gracia, porque para perder por lo menos verle las patas al caballo. Tenía menos gracia que jugar a placet.

Cuando mayor, ya con la vida hecha recuerdo, por la mañana al Dr. Storace Arrosa, -el que fue presidente de la Corte Electoral cuando la dictadura y que presidió, con todas las garantías a dicho organismo para el Plebiscito del No y las siguientes elecciones del 84, lo que fue considerado por los partidos tradicionales y los no tradicionales también-, el cual pasaba por la puerta de casa a la madrugada para ir a ver los aprontes en Maroñas, porque los burreros de ley, no aflojan ni abajo del agua.
Como se fundió el Jockey otros lo sabrán mejor que yo.

Pasaron años y el deporte de los reyes se mantuvo en Las Piedras, aunque la pista de Las Piedras, tiene un puentecito y pasa por Montevideo.

Capitales extranjeros bajo una sociedad anónima abrieron nuevamente Maroñas, claro que ahora, no solamente hay caballos de carrera, sino también maquinitas traganíqueles y se puede jugar en unos cuantos lugares más en Montevideo y Canelones, ya los sports no son aquellos pizarrones a tiza, sino que son electrónicos, como también lo son las benditas maquinitas tragaperras (como les dicen los españoles), ya la timba es mayor, y hay que ver en la puerta de un supermercado a la gente prendida, todo el día, con las máquinas tragamonedas y poniéndole algún pleno a las carreras.

Me gustaba más el de antes, aquel que para jugar había que ir o hacerlo de manera incómoda y no fomentar el juego como se fomenta actualmente.

Claro que no es el único, en Punta del Este vi levantar quinielas, o cinco de oro, o algún otro similar, con máquinas electrónicas conectadas por celular, en la playa.

Creo que en cualquier momento en mi propia casa me van a instalar una máquina tragamonedas en el baño, a pesar mío.

Un comentario en «Los burros»

  • No tengo el mal o la fortuna de ser burrero pero ya comentara algun burrero sobre carreras, lo que es una maravilla es el nivel de hipodromo que hay porque ir a Las Piedras estaba complicado segun me han dicho!!!!!!!!
    La s maquinitas son ideales para comodamente desvalijar a los pobres apostadores que ni si quiera estan presentes en la carrera.
    Alguien se acuerda de la pelicula de Abott y Costelo donde el gordo apostaba al caballo que perdia y cuando se retiraba con los ultimos dolares le dicen que la última carrera corría solo su caballo y no podia perder- Apuesta todo lo que tiene y al final largan 2 caballos y pierde!!!!!!!!!!!!
    Saludos

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