19 abril 2024
INSÓLITOS

Prostituirse para sobrevivir

Los testimonios de tres prostitutas tan diferentes como los estipendios que reciben.

Sus targets son heterogéneos: una se rebusca en la umbría de las calles de Caracas, la otra en el típico y predecible puticlub y la última en los aviones y lechos de seda de ricos caballeros. Sin embargo, comparten la crítica de un país que, por la hiperinflación y devaluación del bolívar y cuerpo, las obliga avivar más hogueras amatorias.

Carrera. Sí, ella se hace llamar Carrera. Tiene 20 años —tres en la calle—, y en su piel se observan las marcas del peligro que recorre e invade a Caracas de noche.

Las puntas de sus dedos están amarillas y el blanco de sus ojos tiene unas pequeñas marcas rojas que denotan su adicción a las drogas. Una adicción que no oculta cuando se le pregunta sobre la posibilidad de una entrevista. “Dame alguito pal’ perico y te respondo lo que quieras papi”, comenta frente a una panadería en la avenida principal de Las Palmas.

Un sector de Caracas que es conocido por su amplia gama de mujeres que salen en la oscuridad para satisfacer las necesidades carnales de los valientes.

“Las cosas que piden son locas. Unos quieren solamente sexo oral, en especial los taxistas y policías. Pero también están los que te la quieren meter contra natura y pagarte cuatro lochas. Yo por lo mío cobro, y bien caro”. Por sexo oral cobran cinco mil bolívares, por un “polvo” en el carro, diez mil y si las quieres llevar a un motel, debes pagar la habitación y el servicio de diez mil.

“No acepto billetes de cien bolívares porque esa vaina ya no la quieren aceptar. No me importa que me llamen puta. Total, conozco a más de una niñita de bien que se la pasa abriendo las piernas de gratis y son más terribles que yo”, dice Carrera mientras se opone al hecho de que vuelva con un fotógrafo. “No, eso sí que no. Y si insistes, te echo una vaina”.

Después del bachillerato su mamá le dijo que se pusiera a trabajar, pero según ella “las malas juntas” la llevaron por “malos caminos”, y ahora aprovecha “lo que Dios le dio” para sobrevivir.

“Seas de alto nivel o callejera, como yo, nosotras las putas padecemos la crisis y todas queremos una vida mejor. Lo importante es ser sincera, y que si le ponemos precio a nuestra cuca, debemos estar claras de las consecuencias. Huir de las balas, de los golpes y de los arrebatos de los hombres que se creen que por cuatro lochas, le pertenecemos.

Una no es bruta, porque abrir las piernas y no pensar en lo que se viene, es de valientes”.

Lubricidad en barritas de oro

Oasis está en otro nivel. Es licenciada en psicología de la Universidad Central de Venezuela, y cuenta con orgullo que se graduó con honores. Ella acepta a la entrevista pero por correos electrónicos.

“Ahorita no estoy en Venezuela, pero puedo atenderte sin problemas”, indica en uno de los primeros contactos. Su historia podría ser el tema de una película. Aunque, no necesariamente de las buenas. Nació en Mérida y se vino a Caracas luego de terminado el bachillerato.

“Como toda muchacha provinciana, no conocía como era la movida en la capital. Lo sé, suena a cliché, pero es la verdad. Cuando estaba haciendo la tesis para graduarme, necesitaba trabajar porque mi mamá enfermó con cáncer. Ahí fue que una amiga me comentó sobre una agencia que contrataba a muchachas para hacer acompañamientos”, comenta en un largo correo.

Oasis realizó una “audición” donde la mandaron a ir con traje de baño, vestido de gala y a desnudarse para observar si tenía cicatrices o marcas de nacimiento.

Ella, mide un metro sesenta y ocho y es catira (rubia) natural. Tiene los ojos grises y en la imagen de promoción que colocan en la página web de la agencia VIP Máximo se pueden evidenciar unos pechos generosos y una sonrisa costosa.

“La dinámica era que yo sería contactada con horas de antelación para prestar servicios de compañía a ejecutivos o invitados internacionales. La agencia busca a niñas muy bonitas para estos casos. El pago es sencillo, si tienes una cuenta en el exterior, te depositan el 40% del precio mientras que ellos se quedan con el 60%, cualquier propina que te den, es tuya. Ahora, si no tienes cuenta afuera, ellos te ayudan a abrir una. Todos los acompañamientos se pagan en dólares”.

Dependiendo del nivel de la chica —un nivel que se estima en la altura, medidas de copa, edad y experiencia—, los servicios pueden ir entre los 90 y 400 dólares por hora. Y si es la noche, el precio va entre los 100 y 1200 dólares. Sí, aquí el placer tiene signos de euros y dólares.

Los que lo solicitan deben pagar mediante transferencia, y una vez comprobado el pago, deben elegir de entre un catálogo que está visible en la página de más de cien muchachas. Las tienes de todos los gustos: altas, bajas, blancas, morenas, bilingües y con “habilidades especiales” -tipos de masajes griego, hindú, tailandés, ruso y otras nacionalidades que esconden prácticas específicas de placer corporal.

“Damos masajes, usamos juguetes y estamos dispuestas a todo si el precio es correcto”, dice Oasis a la vez que comenta sin pudores que muchas veces estos clientes se vuelven fanáticos de una sola.

Y la piden fuera de los estatutos de la agencia. “Ya estos arreglos quedan a cuenta y riesgo de las partes involucradas. Yo lo he hecho. Por lo general son hombres de mucho dinero que quieren que los acompañes a viajes de negocio o sencillamente, que estés con ellos más allá de la hora, o de la noche, que pueda durar el servicio”.

—¿Por qué lo haces? —fue una de las preguntas enviadas.

—Al principio por necesidad. Mi mamá necesitaba tratamiento, y por lo que hago, pude enviarla a Colombia.

Mi familia cree que trabajo haciendo consultas psicológicas para compañías extranjeras. Luego, porque le agarré el gusto. En una semana puedo ganar bastante y no tengo que preocuparme por horarios o malos ratos. Tengo 26 años y planeo hacer esto hasta los 30. Con lo que ahorre, montaré un consultorio para ayudar a matrimonios en problemas —asevera sin mensajes ocultos, entre líneas, perentoria.

Oasis quiere una familia, enamorarse y guardar sus experiencias. “Yo he visto de todo. Por ejemplo, una vez, un japonés luego de estar dos días conmigo, me dio como propina dos barritas de oro. Primera vez que veía algo así”.

Otro más por necesidad

Habana acepta reunirse en el Centro Comercial San Ignacio de Caracas. A su llegada, la mayoría de los hombres se pasman. Es lógico: lleva el pelo negro recogido en una cola de caballo, zapatos deportivos, un jean ajustado a la cadera y una camisa pegada desde la base de su cintura a los hombros. Indumentaria que exalta las líneas corporales que le abrieron las puertas a su profesión: la prostitución.

Dice que no quiere fotos y que si la entrevista la hace sentir incómoda se para y se va. Es blanca. Se ve que cuida de su apariencia por el maquillaje pulido que adorna su cara.

Las uñas, por supuesto, son pulcras con colores llamativos. No le gusta el término prostituta y mucho menos el de puta, lo que trasluce incomodidad.

Las cosas y las acciones tienen su nombre. “Yo presto un servicio, y cobro por eso, mi línea de trabajo es el placer”, comenta mientras pone el celular en silencio para que no la interrumpan.

De acuerdo a su definición, entonces ¿cómo se puede llamar su profesión? Tiene 27 años y trabaja desde hace cuatro en un club nocturno ubicado en La Castellana, a pocas cuadras de nuestro sitio de encuentro. Cuenta que antes de ingresar ahí trabajó en una cadena de comida rápida y en una tienda de venta de ropa.

“Ganaba salario mínimo y quedé embarazada. A partir de ese momento, las cuentas no me daban. Una amiga, con experiencia en el ramo, me dijo que yo era muy bonita y que si mi operaba las tetas y el culo podría llegar a tener muchos clientes”.

Y así lo hizo. Pidió un préstamo —que luego pagó con creces—, y se realizó las dos operaciones. “Desde entonces, dinero no hace falta en la casa”, apunta con el desparpajo del que está orgullosa. Su trabajo le permitió comprarles a sus tres hijas los juguetes de Navidad que querían y a su mamá, el celular que necesitaba.

El acuerdo con la directiva del local es sencillo: cada cliente paga 36 mil bolívares por una noche con la chica de su preferencia. La administración se queda con 21 mil y la muchacha con 15 mil.

Ahora, si el cliente tiene otras preferencias, como por ejemplo, subir a una habitación con dos chicas a la vez, hay un recargo de cuatro mil por cada una. “En una mala noche, la que menos hace, se lleva a su casa 60 mil bolívares, mientras que en una buena noche, puede irse hasta con 100 mil”, dice Habana.

Sin embargo, la crisis económica que afecta a Venezuela no discrimina al negocio del placer. Y muchas veces, el club donde trabaja tiene las butacas vacías y el tubo para bailar solitario. Esperando entretener a los clientes. “Sí, hay días en que no viene nadie.

Bueno, para nosotras ‘nadie’, son dos o tres clientes por día. Aquí todo se paga por tarjeta de crédito o débito, no se acepta efectivo. Los billetes solo son para darle alguna propina a la muchacha o a las personas de seguridad.

Además, a parte del servicio, los clientes deben pagar tragos a las muchachas para llamar su atención y que se queden con ellos en ese primer encuentro. Cada trago equivale al 25% de nuestra propina. Lo que significa que, si un trago cuesta ocho mil, nosotras nos quedamos con dos mil”.

Un negocio que viene adosado con unas reglas de juego bastante claras: todo acto sexual es con protección –condones–, el cliente se apega a los gustos de la chica, significa que si ella no quiere que le hagan sexo oral o penetración anal debe respetar esta decisión. No se permite el consumo de drogas o de juguetes sexuales.

“Vienen clientes de todo tipo. Hombres casados, solteros, con su novia y hasta mujeres solas. Como decía mi abuela: ‘hay de todo en la villa del señor’”, dice Habana.

Y aunque la variedad de clientes no es un problema, sí lo es el tipo de moneda de los emolumentos por vender sexo. Muchas de las muchachas esperan reunir lo suficiente para irse a Colombia o Panamá con el propósito de ganar en dólares. “Las venezolanas somos querendonas y estamos bien buenas, por eso nos quieren allá. Yo quiero irme a Colombia con una amiga para reunir dinero y ponerme a estudiar para ser azafata.

Yo no quiero pasar toda mi vida abriendo las piernas”. Una sentencia que determina la mentalidad de la mayoría de las compañeras de Habana. Todas, por lo general, comparten las mismas historias: mujeres rebeldes que luego de salir del bachillerato quedaron embarazadas y ahora deben sobrevivir para mantener la prole.

Un cuento que es tan lugar común como que la Luna siempre sale de noche. En el club de Habana, por las tardes hay al menos quince chicas. Por las noches, ese número se triplica y puede haber hasta sesenta.

“Yo soy una de las que tienen más experiencia ahí. Y veo que el número de jovencitas que quieren entrar en el negocio aumenta.

Los motivos son los mismos que todo el mundo: la crisis. Tenemos desde las universitarias con pocas tetas y culo, pero con caritas que vuelven locos a los clientes. Y están las que no tienen pudor y lo único que quieren es tirar por dinero”.

— ¿Y a cuál grupo perteneces tú?
—Chamo, yo soy del grupo de las que quieren comer bien y no pasar trabajo. Esto, para mí, es un empleo como cualquier otro.

Un comentario en «Prostituirse para sobrevivir»

  • Por algo dicen que la prostitucion es el negocio mas viejo del mundo y como todo negocio hay chiquitos medianos y grandes jajajajajaja

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