25 abril 2024
CRÓNICAS

Cosas de muchachos

En un balneario que en aquel entonces a mi viejo le llevaba más de una hora llegar en la camioneta.

Las calles no estaban pavimentadas, sino que las huellas de los vehículos se cubrían de pinocha, pajulla de pino o figuya que todo viene a ser lo mismo, las hojas en forma de aguja de los pinos maríticmos.

Era un placer porque era un pinar en serio.

Claro que aparecieron los vivos de siempre, y como valían más los pinos que los terrenos, apeaban los pinos y luego vendían los terrenos.

Negocio redondo.

Recuerdo que mi tío, hermano de mi viejo, tenía su casa en otra manzana en forma de damero con la nuestra y a la misma altura de la cuadra.
Se iban mi tío y mi viejo, en pleno invierno, en esos lugares donde una sábana, entre la humedad y el frío, parece que está mojada.

Cada uno iba a su casa, para abrirla y prender la estufa de leña, porque ambos eran bastante pirómanos, aunque creo que mi viejo era peor, dado que le metía tanto fuego a la estufa, que la chimenea se separaba de la pared y quedaba ahumada, porque el pino tiene mucha resina y ahuma bastante.

Los vecinos cuando veían el humo, ya sabían que había llegado de mi viejo y los perros, esas víctimas de los padres que le llevan la mascota veraniega a sus hijos y cuando se vuelven al final de la temporada, la mascota no tiene cabida en el apartamento y la dejan a la buena de dios.

Cuando el viejo prendía el fuego, se arrimaba todo el perrerío para ligar algo con que entretener las tripas.

Mi vieja le compraba la carne abombada al carnicero y los perros no le hacían asco a tal manjar de los dioses.

Como mi tío trabajaba en UTE una semana franqueaba los martes y la otra los lunes, y así sucesivamente y mi viejo lo acompañaba, en el viaje, en la casa cada cual hacía rancho aparte.

Como no iba a examen y mi vieja era maestra, nos íbamos al balneario a mediados de diciembre y volvíamos a mediados de marzo, salvo un año en que hubo una epidemia de poliomielitis en que volvimos si mal no recuerdo por principios de mayo.

Embocarle a las calles de pajulla era toda una aventura, porque en las esquinas al doblar los vehículos, se hacía una especie de pozo y con la rueda doblada, las de atrás levantaban más arena y siempre alguno terminaba enterrándose.

Para salir, había que juntar ramas de pino y ponerlas debajo de las ruedas de atrás, en aquella época los vehículos eran de tracción trasera y recién aparecían algunos que imitaban a la naturaleza.

Los carros son tirados por el caballo que va adelante y el peso del motor sobre las ruedas delanteras hace aprovechar mejor la fuerza del mismo.
Actualmente la mayoría de los vehículos son de tracción delantera.

Los peludos en las equinas eran habituales y mi viejo era especialista en enterrarse y agarrarse flor de calentura.

En el balneario había una importante población de la colectividad judía y había un hotel, que hacía las veces de sinagoga y los viernes de noche, con motivo del shabat, hacían lecturas bíblicas con unas velas votivas que fotaban sobre el agua.

El yiddish era una lengua común en el balneario y sentir el jachijachi era un placer, que hoy no se siente en casi ningún lugar.

La gente de mi edad, entiende el yiddish, pero no lo habla corrientemente y se conservan algunas expresiones de uso comercial como el traif o el kosher, con o sin boleta, traducción no literal, sino de frente o de espaldas a la DGI.

Nosotros los criollos, claro que los hijos de inmigrantes judíos, polacos, alemanes, también eran criollos, aprendíamos solamente las malas palabras, porque cuando teníamos un mal entendido con alguno de ellos podíamos desbocarnos con dos o tres palabras que sabíamos y no tener lío con nuestros viejos.

No es un idioma mal hablado porque aparte de los nombres de los órganos sexuales o zonas pudendas, lo más grave era mandarlo a lo que vendía ser el infierno.

La palabrota era curve (prostituta), shmok (choto), shvok, (clavo), gaikaken o gaipishen (sólido o líquido) y pare de contar.

Nuestra barra goym (no judíos, infieles), era liderada por muchachos judíos que nos enseñaban a ir a robarles la bandera a los campamentos.

Esos campamentos eran una especie de preparación para los que querían llegar a ser kibutzin (habitantes de los kibutz en Israel).

Una noche nos arrimamos bastante al campamento y empezamos a tirarle piedras, bajo la dirección del mellizo Rosemberg, a una carpa que tenía un farol de mantilla afuera y como buenos anormales le tirábamos al farol en un monte de pinos, menos mal que andábamos de puntería muy escasos, porque el incendio podría haber sido mayúsculo.

Salieron los que se turnaban de centinelas en el campamento con unos buenos palos y nos tuvimos que batir en retirada, alguna piedra embocamos en la carpa y se sintió el ruido a lata de los platos esmaltados que cayeron al piso.

Ellos se entrenaban para lo que podría ser su futuro y nosotros nos divertíamos haciendo daño, que es una de las diversiones favoritas del ser humano.

A aquellos muchachos los guardo muy, pero muy en el fondo de mi corazón, algunos fueron a Israel, otros fueron tenderos en Villa Muñoz o en la calle Colón, los más pobres Klappers (vendedores ambulantes en cuotas por los caminos de la patria).

Recuerdo que en la escuela, siendo muy chico, tenia una compañera de la colectividad y le dije, no sé por qué estupidez que me vino a la cabeza, “judía” y ella me contestó “a mucha honra”.

Hoy entiendo lo que me dijo, “a mucha honra”.

Por la unidad de las etnias y que todo sea para bien…

Un comentario en «Cosas de muchachos»

  • nosotros en eso somo los mas nabos de america porque siempre recibimos de fiesta a los emigrantes y los tratamos mejor que a los nacidos en uruguay, anda para argentina y vas a ver la diferencia

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