20 abril 2024
CRÓNICAS

Dándole al físico

Cuando preparábamos los exámenes al final de la carrera éramos un grupo de cuatro, al que para algunas materias se agregaba un quinto, hermano de uno de los integrantes, y había otro que se arrimaba, que era el que había hecho los resúmenes manuscritos de todas las materias y no las había dado.

Yo había conseguido a una señora que nos cobraba un peso de aquella época por hoja pasada a máquina, y le dábamos los carbónicos para que sacara cuatro copias o cinco, dependiendo de la materia.

La dama a veces ahorraba carbónicos en provecho propio y nosotros teníamos que repasar con bolígrafo letra por letra a las puteadas.

Nosotros agarrábamos esos resúmenes ajenos (porque resumiendo se aprende, pero con resumen ajeno se repiten las verdades y los errores), les llamábamos atómicos, porque habían reducido a un átomo los kilos y kilos de letras y letras, que armaban conceptos y conceptos, para estudiar las materias que nos quedaban para recibirnos.

Nosotros habíamos dejado para atrás materias que no eran previas a otras y en los cuatro del equipo, eran las mismas 9 materias y otro del equipo debía una más o sea 10.

Estamos hablando de una carrera de 24 materias y 7 prácticas que llevan un año cada una de estas últimas.

Nuestro horario de estudio era de 7 de la mañana a las 12 en que nos íbamos cada cual a nuestro empleo y de 7 de la tarde o noche, hasta las 12 en que nos íbamos a dormir, de lunes a lunes, cambiando el horario los sábados y domingos en que era de 9 de la mañana hasta las 8 o 9 de la noche.

Cuando aflojábamos y no entendíamos lo que estábamos leyendo, uno en voz alta y los demás siguiendo con la vista, parábamos 15 minutos y nos jugábamos un par de partidos al truco.

El truco con las mentiras y la sacudida de neuronas nos despertaban y arrancábamos con mucha pena de dejar el truco pero el deber nos llamaba.

Hubo un caso, en que dimos una materia el jueves, otro tenía una materia el lunes, distinta a las del grupo, y el miércoles teníamos otro examen, ese fue un caso excepcional para el que dio tres exámenes.

El sábado y domingo dejamos al que iba a dar la materia diferente, que la estudiara por su parte y otros dos nos juntamos para preparar la materia del miércoles y el tercero, no nos acompañó, porque tenía que sacar a pasear a la mujer.

El lunes a eso de las 11 de la mañana llegó el que había dado la materia diferente, con la gloria de haberla salvado y hubo una discusión y reproche, con los que se separaban del grupo porque atentaban contra el el equipo en su rendimiento en el régimen de estudio de los restantes y se armó un entredicho fuerte y el que había dado la materia distinta se sintió aludido, cuando el palo no era para él, sino para el que había tenido que sacar a la mujer, aclarado el punto arrancamos a estudiar como locos, pero fue una discusión constructiva.

El miércoles, salvamos tres de los cuatro, perdió el que había tenido que varear a la mujer y batió el record el que había dado tres materias en menos de una semana.

El que perdió esa materia, perdió el equipo, para volver a dar esa materia y le costó dos años de penurias poder salvar dicho examen y se recibió dos años después que todos nosotros.

El dicho aquel de que una mujer puede ser pedestal de un monumento o lápida de una sepultura, en este caso anduvo cerca, porque bien podría haberse sacrificado como se sacrificaban las restantes esposas.

El haber salvado 9 materias en un año fue un record en la Facultad, solamente superado por el que dio 10.

Nos habíamos profesionalizado de tal manera en dar y salvar exámenes y sabíamos que si nos anotábamos en otra carrera podríamos haber hecho lo mismo, así fuera cantonés básico.

El título a uno le significó un ascenso en su carrera laboral, otro fue asociado en el estudio en que ya trabajaba, el que había preparado los apuntes durante años sin dar los exámenes, ascendió vertiginosamente en la empresa en la cual trabajaba, el que perdió el examen por sacar a pasear a la mujer se mantuvo y lo mantuvieron en el estudio en que trabajaba y lo consideraron económicamente, hasta que a los dos años se recibió.

En lo que me es personal tuve mi ascenso laboral, pero yo no me había matado por un ascenso de morondanga en mi empleo, sino que pretendía ejercer mi carrera en buena forma y con buenos resultados.

Pero cuando te recibís, no te caen los cliente a tu casa por obra de magia, sino que todos tus clientes son tus parientes y amigos a los que cobrarles se te hace cuesta arriba.

La clientela no se compra, no se hereda, ni cae del cielo, sino que hay que ir a donde está el trabajo y que lo conozcan a uno.

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No vale una tarjeta de visita muy buena sino una buena impresión al cliente y no a la cartulina.

Siempre fui bastante belinún, porque a los que les hacía un trabajo se beneficiaban y yo perdía horas de estar rascándome trabajando para engordar gratis chancho ajeno, claro que se va ganando experiencia.
Pero soy así y no voy a cambiar mi vocación de servicio.

Un día estaba en una oficina, perdiendo el tiempo y me encuentro con un colega veterano, que me conocía y conversamos y le dije que me había recibido.

Se alegró mucho por mi logro, porque nos teníamos simpatía del trato cotidiano y él estaba saturado de trabajo en Montevideo y en el Interior, a lo que me planteó de compartir su trabajo montevideano, en un 50% cada uno.

Nos juntábamos los sábados y domingos, nos tomábamos unos whiskys y coordinábamos nuestra actividad.

El igual vivía a las corridas como loco y lograba la tranquilidad familiar comprando lo que se les antojara, pagaba en especie sus ausencias.

Una vuelta al salir del edificio de apartamentos en que vivía en el centro, dejó el portafolio en el suelo, para cerrar la puerta con llave y salió como trompada con el automóvil olvidándose de todo lo que llevaba.

Al llegar a Aiguá, se dio cuenta de que había dejado el portafolio con todo en la calle y llamó por teléfono y a todo esto el portero del edificio al iniciar su tarea, barriendo la vereda, se encontró contra la pared al lado de la puerta con el portafolio y por la pinta del cartapacio devenido en cuasi valija, pensó que era de él y se lo llevó a la esposa.

A todo esto y para aflojar tensiones, resolvió congratularse a sí mismo y familia con un viaje a Europa y ahí pasé a cubrir el estudio del Interior y cuando fui a tomar posesión del lugar justo llega el primer cliente, y me dijo: “yo ya me fui, entendételas vos con este”.

Era un negro de esos de antes, que caminaban en forma cachacienta y hablaba en una especie de media lengua, una mezcla de papúa con criollo y me dijo que precisaba un “vale con descanso”.

Cuando estudié lo hice sobre todo tipo y clase de vales, me rendí a mi mismo un examen de derecho comercial, pero “con descanso” para nada, pero uno para saber lo que quiere la gente tiene que seguir la conversación y nunca decir no lo sé, y mucho menos en el interior, en definitiva llegué a la conclusión que lo que quería era un vale en que durante tres meses no tuviera que pagar nada y después de los tres meses ir pagando los intereses y la amortización del capital.

Esto era a 260 kmts de Montevideo y yo agarraba el automóvil a las 2 de la tarde y salía como trompada para el interior, a todo ello estaban enderezando las curvas de la carretera y había momentos en que tenía que ir a paso de hombre, por los pozos de la obra nueva y animales sueltos, hasta una vez, me encontré con una chancha grande, como de 250 kgs. echada en el medio del trillo durmiendo la siesta o lo que fuera. Ahí pude comprobar lo que era dormir como un chancho, ni bocina, ni aceleradas la despertaban a la moza, tuve que bajarme del auto y darle unas patadas en las verijas para que se levantara y me dejara pasar.

Fui trasplantado de un mundo urbano a uno rural y agreste, con una mentalidad de la gente, muy distinta a la de acá, pero me adapté perfectamente.

Cuando llegaba a eso de las 4 y media atendía al público o iba al banco a hacer trámites, muchas veces me dejaban entrar después de las cinco de la tarde, considerando que venía de tan lejos y yo tenía alguna atención alcohólica con ellos.

Hacía noche y al otro día al mediodía me volvía como una exhalación para Montevideo, a seguir atendiendo mi otro estudio y mi otro trabajo, llegando a las dos y media o tres y mientras que las velas ardieran.

Cuando llegaba me temblaban las manos de sujetar el volante y cuando iba para allá me temblaba todo el cuerpo del frío que hace en las casas deshabitadas.

Por la noche me tapaba con un poncho bayeta a guisa de cobijas y edredón y con la chaira que llevaba dormía y sí que lo hacía como un chancho con la chaira que traía y la seguiremos porque esto no queda así nomás, falto lo más gordo.

Que todo sea para bien…

Un comentario en «Dándole al físico»

  • Buena anécdota de los comienzos en la profesión y pobre chancha por la patada que se llevo.

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