18 abril 2024
CRÓNICAS

El Canario y el Cangrejo

No piense amigo que estoy loco, un canario y un cangrejo nunca podrán andar juntos.

El canario vuela y cuando anda por el piso anda a los saltitos, además canta y come por el pico, y el cangrejo es bicho de agua, con seis patas y dos pinzas, camina de costado y si usted ve que una piedra se mueve, cangrejo debajo de ella hay.

Estos dos eran de dos patas y este cuento sería bueno como cuento, si no fuera realidad, como anécdota es mucho mejor.

El partido de truco del escultor maragato Hugo Nantes
Con el autor de esta escultura de chatarra, el maragato Hugo Nantes tuvimos una buena relación, y el querido Hugo decía que los uruguayos practicamos la caridad del grisin, porque cuando estamos en algún lugar comiendo, y viene algún chiquilín a pedir algo agarramos de la mesa un grisin de los que nos pone el dueño de casa y se la damos al muchacho y estamos cumplidos con nuestra caridad del grisín que la termina pagando el dueño del local.

Mi viejo, así estuviera tomando un café y entraba un gurisito a pedir, no le daba dinero, porque habiendo sido huérfano y criado en la calle, sabía que ese dinero probablemente terminara en un mostrador con el padre del gurí o el que lo había recibido en alquiler para la manga y el gurisito seguiría con las tripas chiflándole de hambre, entonces mi viejo, sin averiguar nada, iba al mostrador y le decía al dueño del bar o lo que fuera que le hiciera un refuerzo de mortadela y se lo daba al botija y sabía que su caridad iba a terminar en buen destino.

Sin perjuicio de ello alguna vez vi tirar tal obra de caridad al mendigo por dinero y no por hambre.

Vamos a nuestra anécdota de hoy.

Una noche nuestros personajes se habían juntado en la casa del Canario estaba el Cangrejo y empezaron grappa va, grappa viene y luego le entraron al truco.

Durante el partido de truco a cada rato el Canario se levantaba de la mesa, como quien va al baño y volvía.

Al rato se levantaba de vuelta e iba como rumbo al baño.

Pero a todo esto cada vez que se levantaba llamaba a la casa del Cangreso y le preguntaba a la señora “decime una cosa, el Cangrejo todavía no llegó, en qué andará metido este”, sembrada la semilla de la duda le dejaba un mensaje de que tenía urgencia de hablar y cuando llegara que lo llamara.
Así fueron pasando las horas y el Cangrejo con más grappa entre pecho y espalda, hasta que llegó un momento en que estaba bien adobado y resolvió rumbear para la casa, a todo esto sería como la una y media de la mañana o algo más.

El Cangrejo se fue repechando medio a los tumbos por la calle Gaboto y el Canario le dio un tranco de pollo de ventaja y después salió atrás.

Cuando el Cangrejo llegó a la casa lo estaba esperando la mujer para echarle los perros, la boca y todo lo que tuviera a mano y él mamadito y con pocas defensas, alegando que había estado en lo del Canario, a lo que le saltaba la mujer como una araña peluda arriba, increpándole de mentiroso y se salvó que le partieran un sartén en la cabeza, porque llegó el Canario, con tiempo suficiente, atrás del Cangrejo aclarando que todo era un chiste.
Vaya chiste con un humor muy especial, muy duro para los chistes.

Con él trabajamos en el mismo piso y él para ir a su despacho tenía que pasar por mi oficina, yo no estaba aún recibido y el Canario además de ser catedrático de dos materias era el jefe de esa oficina, de un rango muy importante en la carrera y además tuvo otras investiduras notables, tanto dentro de lo universitario, como en lo gremial y en otros ámbitos.

Nuestras oficinas a pesar de su ubicación, no dependían de la misma autoridad, la mía era privada y la de él era pública.

No teníamos nada en común salvo la entrada, no me saludaba al entrar ni en los patios de la Facultad, para él yo era, aparentemente, un perfecto desconocido.

En las mesas de examen yo lo esquivaba porque solía dejar el tendal de bochados en cada período de exámenes.

Yo trataba dentro de lo posible de pasar desapercibido y él hacía como que no me conocía, estábamos jugando a las escondidas pero a la vista, uno del otro, sin vernos.

Di la materia con otra mesa sin problemas y aprobé con nota, pero superando mis miedos, dado que rendir exámenes no era lo mío, sufría como perro en bote.

Al tiempo me recibí, y de ahí en más pasamos a tomarnos varios cafés juntos por día a pesar de que él casi me doblaba en edad y aquello de que hacía como que no me conocía pasó a la historia y nos hicimos grandes amigos y compinches rápidamente.

Después fui su profesional de confianza pudiendo elegir entre miles, fui su profesional amigo o amigo profesional en varias operaciones.

Al principio tenía mi escritorio a media cuadra de su casa y me mandaba buscar por el mozo del bar de la esquina para juntarnos a tomar unos cuantos whiskies, era otro nuestro país y también nuestros bolsillos.
De grapperos y cañeros pasamos a ser el país cuyos habitantes consumen más whisky escocés per capita.

Un día hace mucho de esto, pero mucho, fui con el hijo de una amiga a comprar alimento para los peces a la Feria de Tristán Narvaja, el muchacho tendría 14 años, no mucho más y lo veo al Canario, sentado en nuestra mesa con el Rengo y me llamaron a los gritos.

El Rengo era hermano de una compañera de estudios de mi vieja, que se recibieron juntas.

Entré con el Miguelito y sabía lo que iba a consumir yo y los veteranos dijeron al mozo un vermouth blanco para el muchacho.

Así fue, cuando lo llevé para su casa parecía un semáforo por los colores que le subían y le bajaban y la madre lo recibió con bronca, pero por un lado parecía, por la hora y por el otro fue el debut del gurí que no tenía padre a mano para irse haciendo hombre, en esas pequeñas cosas.

Hizo boliche un domingo de mañana, ya había empezado su vida de hombre grande, siendo muchacho mediano, como lo hacía yo cuando de niño chico en la clandestinidad y de puro bandido, abría el ropero de mi madre, donde había escondida una botella de Ballantines, de aquellas del tiempo en que no tenían tapón gotero.

Metía la mano y el brazo para atrás de la otra puerta que estaba cerrada con llave y agarraba la botella y a lo delincuente me metía un buche cortito en la boca que me quemaba hasta el apellido, pero el placer estaba en hacer la bandideada.

Volviendo al Canario, mudé el escritorio, casualmente cuatro pisos arriba adonde se había mudado el Canario.

Cuando terminaba de trabajar, de pasada me invitaba a pasar y nos tomábamos unos whiskys en la terracita con el Canario y el Rengo, el Cangrejo ya no estaba.

Se picaban aceitunas, cuyos huesos iban para la calle, nunca vimos caer a nadie por pisar un carozo y desparramarse en falsa escuadra sobre la vereda.

Después vinieron las etapas tristes de la vida, primero se había ido el Cangrejo, después se fue el Canario, después la señora del Canario y ahora quedamos Miguelito en el Interior y yo esperando que la moza de la guadaña me venga a buscar, o sea cuando culmine el camino que comencé cuando nací y en el que inexorablemente culminaremos todos, sin excepciones, porque nadie queda para muestra.

Claro que cuando nos aquerenciamos ellos tenían casi el doble de mi edad, pero todos los años que pasan, nos hace dejar de tener la mitad de la edad de los mayores.

Miguelito en aquel entonces tenía menos de la mitad de mi edad y hoy es hombre hecho y derecho.

Que todo sea para bien…

Un comentario en «El Canario y el Cangrejo»

  • Que bueno es poder recordar todos los momentos pasados con los amigos. Esta historia me hizo recordar que a mi me paso algo parecido y estoy seguro a otro le habra pasado igual.

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