18 abril 2024
MUNDO

El Lazareto

Mi vieja supo tener una gran amiga llamada Rina, la que llegó a ella por otra gran amiga y ahí quedó como tal.

Conocida en su vida de relación como Rina, pero eso era un apócope de su nombre, siendo del Interior, donde los padres de antes solían enredarse con el santoral y a los hijos los reventaban con un nombre con el que tendrían que cargar toda su vida, aunque fuera en bajada.

velita-170Le ponían Generosa a una bebota, que cuando crecía resulta más agarrada que piojo de verija.
De las que ponen Pura, y mejor no aclaramos los conceptos porque no estamos hablando de ningún agua mineral y les sale peor que las gallinas.
Modesto y en más agrandado que alpargata de bichicome.
Margarito y tendrá que andar toda la vida a las trompadas para demostrar su machismo.
Honesto y válgame dios, la primera entrada la tuvo en el destacamento del pueblo por una yunta de gallinas de una vecina, cuando tenía cinco años.
Justo y enredaba la cadena de la balanza de verdulero llamada romana para que le marcara siempre lo que él quisiera.

Rina, era el apócope de Seferina, claro que también la habían puesto otro nombre por el cual habría que haberla llamado Nica, o Nora, porque era Nicanora de segundo nombre.
Tuvieron que esmerarse para juntar ese par de nombres, la hermana era Fita y la menor Longa, me devano los sesos y no puedo encontrar como serían los nombres del santoral que dieron lugar a estos engendros.
Rina algún estudio tuvo, porque era partera, enfermera, nurse y maestra y con un corazón de oro, con el que acompañó hasta el último minuto de su vida a mi vieja, no profesionalmente, sino como amiga.

Amiga en esos momentos en que realmente se necesita cariño y amistad, peor en nuestro caso que éramos tres hermanos varones, con una vieja de aquellas de antes que no te mostraban ni la punta del camisón y que para los remedios era menos diez, porque se atoraba con una píldora Ros.
Por el contrario supe tener una prima monja, Sor Amada, otra que de Amada, dejémoslo ahí, el problema fue quien le eligió el nombrete clerical, porque para nosotros era la Chocha, aunque para el nombre de la congregación tendían que haberle adoptado el Euskardi ta askatasuna, más conocido por nosotros como ETA, esta Sor, sabiendo que mi madre siendo agnóstica, como también lo fue mi padre y todos los hijos, sin respetar a una viejecita que entraba y salía del coma, entró a hurtadillas, en plena clandestinidad, a un cura para que le diera la extrema y a mamá le quedaron los ojos como el dos de oros, cuando se vio al cura administrándole los óleos o no sé qué es lo que hacen en esa ceremonia.

Logró ser vituperada de palabra y con muchas ganas de serlo de hecho, por los tres hermanos al unísono, cuando vimos que Sor Amada tendría que haber utilizado el Sor de los vascos, antes de cometer tal tropelía, en casa ajena, pisándole la cabeza a los demás con su enfermizo dogmatismo, ahora después de un largo tiempo con el alemán o vienés estará conversando con el que estuvo casada y luego se divorció al colgar los hábitos, que por sus hechos no se compadecen con sus actitudes en la vida.
No sé si algo hay, quien de las dos pudo tener algún problema para entrar, pero dudo que lo haya tenido la vieja.
Después de ese episodio no la vi nunca más y eso fue por el año 1984.
Rina era gente, una persona pierna para todo, absolutamente para todo.
Mi viejo tenía una camioneta Fordson del 52 aquellas que les saltaba la segunda y cuando poníamos ese cambio teníamos que sujetar bien la palanca, porque si la teníamos medio flojita nos daba una regia patada mismo en el medio de la palma de la mano.

Cuando trajeron a la virgen de Fátima a la calle Chaná o Guaná, donde está la iglesia consagrada para ella, se hizo una procesión por esa calle y mi viejo que venía con su camioneta, se atravesó toda la procesión de punta a punta, cantando con Rina (mi vieja no sabía dónde meterse), aquella canción de la época de los líos de don José Batlle con la Iglesia, que decía al principio, “A Dios queremos en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar”.
Ella trabajaba en el Fermín Ferreyra, hospital que llevaba ese nombre a la memoria del Dr. Fermín Ferreyra y Artigas, estando a los dichos de mi viejo, era un hospital para específicos, palabra que siempre se la sentí a él y no tenía mucha idea de que se trataba, en aquel entonces era como se denominaban los enfermos contagiosos y a pesar de los pesares, ahí estaban los tuberculosos, los sifilíticos terminales y sobre el fondo mismo donde hoy está la parte más cheta del Montevideo Shopping, donde están las torres náuticas, ahí mismo estaba el lazareto que había cruzado con el tiempo de la isla de Flores, no llamada así por las plantitas, sino por el Gral. Flores, sí, el del triunvirato que no fue y si fue el Presidente, el de la Guerra de la Triple Alianza y al que el Gral. Santos le bautizó un departamento de este bendito país, para obtener una banca que lo hiciera Presidente por enésima vez.

Contaba nuestra querida Rina que una vez, apareció en la parte administrativa del hospital un porteño, peinado a la lambida de gomina y bien embatado, preguntando por la Nurse XX.
Ella y otra compañera querían servir a tan distinguido visitante, estamos hablando de la época en que todos se conocían o eran parientes y saltó la enfermera y le dice a Rina delante del porteño, “pero si está preguntando por la leprosa XX”.
Al porteño no le dieron tres infartos al hilo de chiripa porque después se supo, que como la enferma podía tener sus salidas, se fue con una enfermera amiga a Buenos Aires y anduvieron dándole a la pata de aquí para allá y a este galán tuvieron la peregrina idea de decirle que eran nurses del Fermín Ferreyra y este galán engominado que venía por la revancha montevideana de los dulces comidos en Buenos Aires, amores profundos y porteños.

Creo, porque nadie me lo contó, porque era muy chico, pero no estúpido, que el operativo sexual terminó en Buenos Aires y no tuvo revancha en la Bella Tacita de Plata, como le llamaban antes a Montevideo.

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