19 abril 2024
CRÓNICAS

Fiestas tradicionales

El trompa colgó unas campanitas, unos globitos de colores y unos números en la fachada de El Reporte, lo cual indica que se vienen las fiestas.

Las llamaremos tradicionales, porque en nuestro país festejan tanto los cristianos como los que profesan otras religiones como los que no profesan ninguna.

Claro que los orientales profesamos una sola religión de tomarnos y comernos todo, o sea en lunfa el escabie y el lastrar, todo lo que camina o se mueve termina en la parrilla o al horno.
Me pongo a pensar campanas ¿por qué?

Parece que tal palabra viene del latín, del lugar de donde provenía el mejor bronce, la Campania, al Norte de la bota itálica y antes que aparecieran en escena los cobres chilenos.

Con dicho material están hechas las campanas, porque no pensamos que está basada en “el campana” el que le hace la guarda al chorro para que no lo sorprendan sus víctimas, sino que sorprenda él a sus víctimas.

Un conjunto de campanas, cuatro de ellas en latín “quadronis” compone los primeros carrillones o sea el ruido que hacen los relojes a la medianoche en punto.

O sea que con unas campanitas de morondanga y dibujadas, don Carlos pretende arreglar la cosa, del etiqueta negra no hablamos, aunque uno no debería hablar de ciertas cosas; confundiendo el poder con el deber pero, mientras se pueda… le damos a las teclas.

Es el mismo caso cuyo protagonista fue aquel que mojó el croisant (léase cuarasán) en el capuchino en el boliche de don Primitivo.

Uno que pasaba por la vereda le golpeó el vidrio y le dijo, haciendo morisquetas atrás del vidrio, desde afuera, destacando, con un gesto paternal, la cordialidad de su entrometimiento ante el parroquiano y su yantar.

Eso no se debe hacer.

Y el otro ya con el croisant en el aire y equilibrándolo para que no se le enderezara, se le partiera y le cayera arriba de la ropa, le respondió:
“Pero se puede”.

Y mientras se pueda, hay que seguir.

Estos días que no sé a santo de qué nos tomamos y nos comemos todo.
Nos comemos paloma por perdiz, sin distinguir que una es carne negra y otra carne blanca, claro que las dos tienen gusto a pluma y a escabeche, porque el gustó más fuerte es del vinagre, de ahí su nombre vino agrio, todas las cosas en escabeche tienen exactamente el mismo gusto, tanto el pescado como la perdiz.

Claro que no comemos por hambre, sino que lo hacemos por vicio, el que sabía de ese tema de falta de masticación fue el premio Nóbel, Knut Hamsun, que escribió su libro titulado Hambre.

Uno no es nadie, pero, no hasta el punto de ignorar la existencia de todo cuanto se ha escrito hasta hoy sobre la historia del hambre en el mundo y desde que el mundo es mundo.

Pero el hombre se descuidó, no había tenido en cuenta, al animal hambriento que es el ser humano, con aquello que le enseñaron de chiquito, “mangia figlio mio chi ti fa bene”.

Si a veces el individuo, ahíto él, si bien harto de comida se olvida de darle de comer al perro, ¡no pensemos, para evitarnos, los sentimentales, una psicosis de angustia, lo que debe ser el perro cuando el tipo tiene hambre!
Las pulgas le andan por las costillas con patines.

Dejemos jugar la imaginación carnívora…

Si un novillo fuera grande como un elefante, por ejemplo, jamás faltaría carne.

Un elefante pesa cuatro o cinco mil kilos.
La gente encontraría churrascos tirados por todas partes.
¿Qué es aquello colorado allá en la esquina?
Es un peceto.

Ah!…
Existe un inconveniente, sin embargo, para ensayar una ganadería de elefantes: el hecho de darles de comer.

Pero si se pudiera resolver ese problema, el problema de la alimentación animal, con seguridad que los hombres; prácticos sustituirían una cría por otra.

Los niños de la próxima generación, para completar su cultura, tendrían que ir a ver las vacas al zoológico y en la escuela les enseñarán mostrando su imagen el en pizarrón, “this is a cow”.

Lo mismo pasa con la fauna del mar: hay más bichos chicos que bichos grandes, porque la flora marina no da para mucho más, la captura la tiene medio seca a pesar de que sea marina.

Además pez grande se come al chico, liquidando la reposición.
Claro que el pez chico es vegetariano, de a ratos, cuando no se come a otro más chico que él.

Si el pez chico es capaz de alimentar a una bestia como es el tiburón, porque no siempre se nutre con un contramaestre o un grumete que cae al agua o anda un bañista o surfista desprevenido cuando el tiburón anda cerca y apetente, le sirve de “bocato di cardinale” al escualo.
Pero y ¿qué come el pez chico?

Esa fue la pregunta que se hicieron unos sabios al convenir, en el sentido de que habíase descuidado el problema de la alimentación animal.

Resulta que el pez chico come plankton.

El plankton es una vegetación microscópica que rinde un sesenta por ciento de proteínas, siete por ciento de grasas y veinte por ciento de carbohidratos dice el aviso y que no debe comer eso que viene a ser la jalea real marítima que enloqueció al Dr. Grillo, un científico en el polo sur por la coagulación y el bajo colesterol de los pingüinos y ahora hasta los mudos hablan del omega tres y casi nadie sabe lo que es pero infinidad de alimentos dicen tener omega tres y que el krill es un fenómeno para la salud.

La planta marina, a diferencia de la planta terrestre que demora en echar raíces, crecer, cambiar las hojas y flores, formalizar tallos, para llegar al fruto o la semilla que nosotros comemos, emplea todo su tiempo en aprovechar la energía solar.

En digerir luz, en resumidas cuentas.

De ahí que la planta marina sea más nutritiva que el vulgar pasto o la lechuga y no hay que ser dueño del terreno en que se planta, ni hay que agacharse para plantarla.

Pero a la gente no se le puede dar plankton, porque según los sabios, tiene un gusto bastante asqueroso como a perro mojado que le dicen.

De la misma manera que no se le puede dar, a la gente, pasto transformado en vaca.

Pero la gente, cuando come churrasco, come en realidad, pasto devenido en vaca.

Come el pasto que la vaca ha ido transformando, pacientemente, en colita de cuadril, vacío o peceto.

Sería posible, pues, alimentarse con plankton, a través del pez que se lo come.

Pero el pescado cansa, tiene espinas ataca al hígado, saca urticaria.
Nosotros nos comemos todo en esta época, claro que todo aquello que camina, no comemos bicho quieto, aunque también le estamos entrando a los mariscos a pesar de que se mueven poco y nada.

Como en el mundo no se arregla nunca ninguna cosa sencilla, los hombres verdaderamente inteligentes se entretienen pensando en cómo se podrían arreglar las cosas complicadas, porque aunque también es cierto que ninguna cosa complicada se arregla, por lo menos, entretenido, puede el hombre olvidarse de que no se arreglan las otras y mientras ir tirando.

Engañada por una presunta “ciencia de la alimentación”, por ejemplo, la humanidad se ha despreocupado completamente del “arte de alimentarse”.

Razona acerca de la cantidad de vitaminas y proteínas que debe suministrársele al organismo e ingiere los productos que las tienen, más que optar por aquellos que le gustan, eso pretenden los que saben.

No se dan cuenta de que la apetencia es el resultado de un razonamiento íntimo, de las glándulas, de los humores, de los tejidos, de la sangre, que la razón desconoce.

¡Proclamo la ventaja de los vegetarianos, sobre los que se alimentan de cadáveres!, dijo George Bernard Shaw.

Claro que él no se ha dado cuenta de que viniendo “cadáver” de “cado”, caer, tan cadáver es media res colgada como una papa frita.

Tanto “mata” el tipo cuando caza una perdiz como cuando arranca un tomate.
También las plantas sufren, o acaso no acusan recibo cuando se les pone música, entonces las plantas tienen sensaciones y al matarlas sufren, o no, que se den cuenta es otra cosa, pero que sufren sufren.

Nos adelantamos a la objeción, reconociéndole sus razones: “Pero del tomate queda la planta, en cambio de la perdiz, vivo, no queda nada, porque hasta las plumas mueren”.

Esto nos sugiere no la conveniencia de nuestro vuelco hacia el vegetarianismo, que ahora le llaman de otra forma que no me acuerdo, pero es lo mismo, sino la de estudiar la manera de no inutilizar al animal para comerlo.

Los ecónomos no han advertido, al parecer, que pese a la evolución de sus doctrinas, una vaca, por ejemplo, sigue sirviendo para una sola vez.
Le pegan en el frigorífico con el marrón en la cabeza, la vende el carnicero en pedazos y… si te he visto, no me acuerdo.

Además de alimentarse con carne de animal muerto, pues, el tipo se queda sin el animal.

¿No se podría conseguir que los estancieros en vez de vender las reses las alquilaran?

En vez de sacrificar al animal, se le operaría.

Claro que si a una vaca le cortan una pata, no le va a crecer otra, como la pinza al cangrejo.

Pero a la gente lo que le gusta es la nalga, el peceto, el cuadril.

El gusto de la gente favorece la realización de cualesquier esperanzas que se pusieran en el inusitado sistema.

Iría el tipo a la carnicería y diría:
Medio kilo de cuadril, pero de aquella vaca overa.
No, aquella overa se está reponiendo.
Le vamos a dar de esta pampa.

El tipo se llevaría el medio kilo de cuadril de la pampa, extraído por el carnicero-cirujano, con la correspondiente anestesia y desinfección.

Amigo éntrele al turrón que está en la puerta de la heladera desde el año pasado y si no lo liquida de esta vuelta tírelo porque ocupa espacio y no da para más.

Y si seguimos como estamos comiendo la cosa va a tener que ser así… y espero que tenga unas felices fiestas y que todo sea para bien…

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