18 abril 2024
CRÓNICAS

Hobbies de familia

No creo que las cosas de mi familia vayan a ser entretenidas para nadie, pero la nuestra tenía sus cosas, importantes para nosotros que nos enriquecíamos la vida sacándonos de los común y corriente, de lo cotidiano.

Coleccionábamos cosas, yo en mi tierna infancia, adolescencia y un par de años más, juntaba sellos de correos.

Mi viejo decía que yo coleccionaba salivas extranjeras.

No podría decir filatelista, porque no tenía aquellos álbumes con tiras transparentes para sujetar y exhibir las estampillas, sino que lo mío era en hojas de dibujo escolares, a les pegaba con una pequeña bisagra de papel transparente, la que al sello permitía verlo del lado impreso, pero también del dorso para poder ver la filigrana y los puntos de troquelado, que no eran todos iguales, sino de distinto perforado, a distinta distancia unos de otros, lo cual dependía si las estampillas venían en planchas de 50 o 100, lo que era dado por el tamaño de la hoja de papel engomado y por el tamaño del grabado del sello, lo que llamé filigrana era la marca de agua del papel que como era un valor del Estado con esa marca se evitaban falsificaciones.

Si un sello tenía un piquito del troquelado roto ya no valía para la colección.
Mi colección, la hacía con estampillas nacionales, que le juntaban a mi viejo en una oficina, la compañía Philips de aquel entonces, los cuales con agua los despegaba del papel del sobre y los ponía a secar en algo que no destiñera y manchara el sello.

Una vez secos descartaba los rotos y los repetidos los juntaba en una caja hasta que tenía un par de cientos, y los mandaba al exterior donde había un club que facilitaba las direcciones para el intercambio, cuya afiliación inicial me había costado un dólar.

A vuelta de correo me mandaban cantidades equivalentes de estampillas, del lugar del corresponsal y yo las cambiaba con mis amigos de acá.

Con el tiempo fui armando una colección muy abundante en estampillas y de cuyo valor no tengo la más pálida idea, pero un fin de año, ya no tan impúber, fui a una casa que vendían filatelia, las vendí y me dieron para un fin de semana de pachanga, o sea un montón de años se fueron en menos de 48 horas.

Hacer una colección en aquel entonces se podía, porque existía el correo y los carteros que traían la correspondencia.

Hoy el correo cumple algunas funciones, pero el servicio de correspondencia lo coparon los correos privados, los cuales antes debían pegar una estampilla a lo que traían, pero ahora no aplican nada, cálculo que les cobrarán directamente algún impuesto por el servicio que brindan.

Si no lo dude, le ahorran trabajo al Estado y el Estado les cobra un impuesto por hacerlo, sin perjuicio de seguir teniendo los empleados del Correo.

Las facturas de los entes autónomos y servicios descentralizados las traen los empleados de los propios entes y las de las tarjetas de crédito las traen los correos privados.

De puerta en puerta vienen solamente los testigos de Jehová, los mormones, y algún manguero, el perro está por pedir un subsidio al estado porque se siente discriminado y no tiene a quien ladrarle ni a quien morder, lo voy a tener que mandar a que le hagan terapia y trataré de gestionarle en el MIDES de perros algún subsidio para perros desocupados y discriminados.

Hasta el toma consumos de UTE se hizo sacar el contador para la calle y la pilastra que hice hacer oportunamente de 1.70 X 1.70 X 0.60 en ladrillo visto y con aberturas de hierro y vidrio.

Me costó un toco de plata, está muerta de risa como punto de apoyo de las enredaderas del vecino.

Hasta hace unos días juntaba todas las cuentas, iba al Banco República a sacar el dinero y luego iba a la agencia de cobros o de pagos.

El viernes pasado, los cajeros automáticos, estaban para la risa, no largaban un mango ni por decreto y le faltaban algunos jueguitos para ser una perfecta computadora para idiotas al santo pepe.

El lunes pasado volví a ir, porque me vencían los plazos y vuelta otra vez la farra, una se había quedado sin dinero y la otra estaba desprogramada.

Como conozco el ruido de cuando la recargan esperé media hora que la hicieran funcionar y cuando empezó a andar me escupió, diciéndome que no era mi pin, o mi tarjeta y salí con un terrible complejo de identidad, porque al final ni yo era yo, según ese maldito invento.

En eso se arregló la otra que estaba rota, que da un máximo de $ 30.000.- y me dio 20.000 y me cantó el cartelito que ya había sacado todo lo que podía en el día.

Recaliente le protesté a una buena muchacha que trabaja en el banco y me dijo que ella no podía hacer nada, en eso estábamos iguales, con la diferencia que a ella le pagan sueldo y a mí me cobran impuestos y nunca sabré si no me trabó 10 lucas el bendito cajero.

Fui al local de pagos, para pagar en efectivo y quedar sin guita, en el mostrador había una lectora de tarjetas, le pregunté al cajero si podía pagar con la tarjeta, a lo que me contestó que sí, metí todos los papeles, y con la misma tarjeta que no tenía mi identidad ni plata en el bendito cajero pague por débito y salí, contento, con los 20.000 en el bolsillo y las deudas pagadas de ahora en más, iré solamente al local de débitos y pagaré y retiraré dinero de ahí y no digo más cosas del cajero automático por ser un hijo de maestra bien educado, porque decían que también los había pero mal educados.

Volviendo al correo desde que nació el Email puedo mandar una carta o una fotografía, sin levantar el tuges de la silla, a cualquier lugar de la tierra y no sé si del espacio, porque ahí no tengo corresponsales, por ahora, a la velocidad aproximada de 300.000 kilómetros por segundo (si, al Sol llegaría en menos de ocho minutos) y sin error ajeno, solamente vale el error propio y mi propia culpa o un apagón de UTE, o la fibra óptica de ANTEL, claro que el celular con su wi fi puedo mandarlo de cualquier manera.

Claro que en el poder judicial siguen enviando cedulones con las intimaciones y viene el alguacil y lo deja debajo de la puerta o de una piedra si es un terreno baldío o un campo.

El telegrama colacionado sigue siendo una forma de notificación y puede demorar dos lunas y tres fogatas en llegar, antes era “un che pibe” en bicicleta de media carrera, con un cinturón y dos bolsillitos de cuero en el cinturón a la altura de los riñones y metían pedal, haciendo finitos y zig zag entre los automóviles, y la cibernética logró que los gurises se perdieran hasta ese rebusque que hasta unos pesos de propina les rendía.

Nadie está libre de recibir un cedulón, pero no tengo la más pálida idea de cómo llegan los telegramas colacionados, por suerte me jubilé antes que se armara este nuevo berrodo.

Después de hablar de la velocidad de la luz, el cedulón es como la catapulta en la era del misil o de la carreta en la era del jet, este segundo método es para que la cosa llegue sana.

Mi hermano mayor coleccionaba relojes con campanas, tenía más de una docena, además del casamiento de mis viejos.

Mi madre tenía oído tísico y al mediodía cuando empezaban todos los relojes a dar las doce campanadas y mi hermano no estaba porque era la hora del laburo, mi pobre vieja se tenía que fumar todas esas campanas, más las de los curas de enfrente, el Seminario, que no tengo ni idea de cuantas campanas tenían, ni cuantas veces las hacían sonar.

Mi madre se las bancó un tiempito, porque fueron en aumento paulatinamente, dos relojes, que luego fueron tres, hasta que siguieron incrementándose llegaron a una docena, ya antes la cosa venía insoportable, eran una multitud de campanas sonando, una polución sonora, con los cuartos, las medias y las horas.

La veterana dio un golpe de estado y entró a pararle los relojes y volvimos al ritual originario de las doce campanadas solamente, los demás en silencio.

Con el tiempo fui coleccionando figuras de cerámica, metal, cristal e inclusive un mate, con la imagen de búhos, con una ventaja que no tomaban agua ni comían y con total certeza que no orinaban ni defecaban.
El búho más valioso económicamente de la colección es uno de cristal de Murano que me trajo mi hija menor de Italia y uno bien chiquito que ella siendo ídem y sin dinero, afanó en el sur Argentino, y su hermana un año mayor compró el mate por Bariloche que es una belleza.

También colecciono armas blancas, espadas, sables, floretes, espadines militares, chuzas, jarretas, boleadoras, percutores, y algún facón criollo, no son pocos y tengo un par de revólveres Lefaucheux bien viejos de 1860, y un revólver suizo sin que en él se haya disparado un solo tiro, del año 1878, claro que todas las armas de fuego que tengo carecen de munición, por ser armas en desuso y obsoletas.

El suizo por haber sido ya en su época un arma de un calibre especial.

Las Lefaucheux tienen algún muerto en su haber porque me llegaron por la vía judicial hace más de 40 años.

Para ir parando, como estas cosas son genéticas, mi vieja, tenía su colección de canarios flauta, que llegó hasta la cantidad de 45, que en la época del celo pajaril, fines de agosto a diciembre, también daban sus serenatas, pero no son tan bochincheros como los canarios comunes, y acompañaban a los canarios, un cardenal hembra que le cantaba al alpiste, y después le regalaron otro que cantaba formidable y vino grande y duró quince años, una cotorrita australiana, regalo de mi hermano el gordo y una criolla verde, que respondía al nombre de Pepi, la cual andaba suelta y le tenía bronca a mi hermano, se lo tomaba al vuelo y le picaba el cuello y le sacaba sangre cada vez que podía.

También para ocupar bien el tiempo tenía sus claveles plantados en macetas y latas de aceite en la terraza a la cual tenía que subir con un balde el agua para poderlas regar y el Nicola, un perro marca perro, malo y revirado que un día cuando le fui a dar un beso a mi madre antes de salir, saltó no sé de dónde y me mordió la punta de la nariz.

La vieja lavaba, planchaba, cocinaba, corregía los deberes y se iba a trabajar de maestra de primer año, desde las 12:30 hasta que volviera con los temas de la Comisión Profomento de la escuela.

En clase daba clase y no los ponía a hacer redacciones ni a dibujar, el curro de la ceibalita es de medio siglo después que ella se había jubilado.

De mis libros no hablo, porque no es una colección, sino como diría el profesor Emilio Oribe, es sed de conocimiento, en este caso envasado en hojas de papel y parados en estantes, no diré cuántos tengo, porque sería jactancia y si digo claramente que no son pocos, sin contar los que llevo dados en préstamos y no me han sido devueltos, ni lo serán presumo yo, además esta altura no tengo idea ni de cuales ni a quién.

Que todo sea para bien…

Un comentario en «Hobbies de familia»

  • Esta bueno acordarse de las cosas que uno coleccionaba cuando era niño quien no coleccionaba figuritas, bolitas, comic pero se van perdiendo con el tiempo y las mudanzas

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