19 abril 2024
CRÓNICAS

La moda canina

El año pasado, por el mes de febrero a mi doberman Lucas, de seis años apenas, le dio un ataque al corazón y se me murió en minutos, sin que pudiera hacer nada para salvarlo.

Era un perro que estaba entero, ágil, y de un día para el otro se me fue.

Fue el quinto doberman que tuve. El primero fue Dark von Talas, la Erika von Talas, la Ushi, el Rocky y el Lucas.

En la época en que no existían tejidos, ni muros, ni rejas, ni alarmas, el perro estaba suelto todo el día y sin problemas con nadie.

A los de los carritos, los acompañaba por el borde del césped y la tosca de la calle, sin un ladrido ni un gruñido, pero los del carrito no querían saber nada con él y él aparentaba ser perro guardián.

Recuerdo que cuando era cachorrito, que unos amigos le habían puesto de nombre “taburete” porque era chiquito con la patas bien grandes, que aparentaban bien lo que iba a ser el tamaño del perro y los gurises que estaban para la manga o llevarse algo al descuido de lejos, cachorrito y todo decían “doberman”.

Fama bien ganada, pero los perros se parecen al dueño, los míos nunca mordieron a nadie, ni siquiera gruñeron o ladraron amenazadoramente.

En la época del proceso, pasó de noche una camioneta, que según unos vecinos tiraba cuajo con fosdrín, un veneno muy potente, y a la mañana era el tendal de perros muertos por la calle.

Un amigo estaba en su campo, envenenando sorgo para achicar la población de cotorras que cosechaban para ellas y lo llevaban mal.

Había atado unas manillas de sorgo en el tejido y le estaba echando fosdrín, y como le pareció que le quedaba poco inclinó el envase y miró para adentro y sin querer le pegó una respirada.

Se fue arrastrándose para la casa y se tiró en la cama como pudo, estaba solo, y no sabe cuánto tiempo estuvo en off, y no se peló de casualidad.

En aquella razzia de perros me envenenaron al Dark, tuve que enterrarlo con todo el dolor de mi alma.

La Erika tuvo varias crías y de una lechigada me quedó la Ushi.

Excelentes perras, la Erika paría de a 10 o 12 cachorros, saque varias crías con otro doberman que resulto que no tenía pedigrí, por una cuestión de trámites en el Kenel y hasta ahí llegó el abolengo de la estirpe.

Sin perjuicio que la Erika estaba enamorada de un airdale terrier de la esquina y de ahí en más los cachorros que paría eran doberman con pelo de alambre, doberman barbillas, pero todo el mundo me los pedía.

Los metía en una caja y los llevaba al edificio de mi oficina y el personal de mantenimiento se los llevaba locos de la vida.

Eran famosos, cada parición de la perra tenía la clientela gratuita al firme, empezando que yo nunca en mi vida vendí un perro.

Con las perras me pasó que tenía un cliente que venía puntualmente, todos los sábados al mediodía, con su mujer a tomárseme mi whisky, era muy puntual, pero para el néctar ambarino de los sábados, no así para pagar las cuentas, para lo que tuve que ir a su empresa, parar el auto en la puerta y agarrar un televisor de la vidriera y llevármelo.

El último sábado que vino, yo estaba en el fondo, prendiendo el fuego para el asadito y tocan timbre, veo a través de dos ventanas, al hombre sediento.

Me hice el chancho rengo, me quedé en el mazo, y el fulado ni lerdo ni perezoso se coló por la cochera, ya estábamos en la época de los muros y rejas, pero dio un par de pasos adentro de la cochera y ahí las dos perras lo pararon en seco, ambas en dos patas sobre los remos traseros y las manos delanteras apoyadas en el pecho del matrimonio, sin un ladrido ni un gruñido, pero no les estaban haciendo fiestas.

Las llamé, se vinieron ambas, y ahí si tuve que darle un par de whiskys al viejo porque había quedado con una palidez cadavérica.

Las perras se murieron de viejas.

El Rocky me lo trajeron grande, con una bolsa de comida para perros de la buena, me lo trajeron hasta casa, porque no lo podían tener más, según me dijeron.

Cuando la limosna es grande hasta el Santo desconfía, después me enteré que el Rocky había tenido un malentendido con una vieja, su ex dueña, y le largó un par de viajes, cosa que se olvidaron de decirme.

Ni bien se fueron los que lo trajeron el bicho empezó a mirarme de ojo extraviado.
Lo até lejos de la circulación doméstica.

De madrugada me llamaron por teléfono que el Rocky se había soltado y estaba pialado con la cadena en unas plantas de aloe.

Salí con el apuro en calzoncillos, sin pensar el riego que corría de un tarascón en las zonas pudendas y me lo conversé un rato, ni movió el rabito, pero a pura conversación me lo llevé y lo até mejor.

Tuvimos una relación distante, hasta que un día me quiso probar, y me rezongó.

Lo até y con un talero con una lonja de una pulgada le hice entender que el macho alfa de la casa era yo y él era el macho omega, con el argumento del talero entendió enseguidita y para siempre, que él era el perro y que yo manaba.

Las mujeres de la casa le tenían terror hasta que un día mi señora estaba subida a una silla pintando no sé qué, el perro pasó, le pegó un lametazo en la pantorrilla y de ahí en más se hicieron amigos, aunque ella en ese momento quedó azul del susto.

Pasaron los años, dejó de comer y estaba todo el día echado sin quejarse, pero sufriendo el último tranco de su vejez perruna y tuve que hacerlo poner a dormir, fue el único que tuve que pasar el mal trago de esa triste despedida con las docenas de perros que tuve.

A mí me hicieron una operación importante y en la convalecencia me regalaron al Lucas.
Amigable, un excelente perro, que fue el que se me murió de un inesperado ataque al corazón.

Anduve buscando por todos lados doberman pero no hay en el mercado salvo los de pedigrí que cuestan una fortuna.

Los que se ofrecen en la prensa para la venta eran casi todos son del litoral norte, perros que se crían en Argentina y los cruzan el puente y de otros departamentos del interior, que es un riesgo para el pobre bicho, a los dos meses, sufrir un viaje como encomienda de un montón de horas, lo más probable que no llegue vivo.

Y me quedé por esa plata.

Pasaron los meses y yo al alpiste por si aparecía alguno en la prensa para la venta, sin perjuicio de haber dejado mis lazos tendidos con veterinarios conocidos.

Pero no hay oferta de doberman porque no están más de moda.

Comente que lindo era el labrador y ahí apareció Papá Noel con un labrador Golden, de dos meses, con nombre incorporado Balú, nombre medio afeminado, yo le hubiera puesto Cuál, cosa que cuando me preguntaran el nombre del perro le diría Cuál y me dirían ese que está ahí, y si Cuál, y seguiríamos con las preguntas y respuestas.

Nada que ver con los doberman este es un bicho que rompe todo lo que está a mano, ya sean plantas o ropa, al regadera, escobas, lo que fuere.

Entiende todo, pero hace lo que quiere, se cree que es gente, y desde noche buena hasta hoy ha crecido rápidamente.

Pero extraño la paz de los doberman y me estoy adaptando a este infierno forrado de cuero con cuatro patas que le llegan hasta el suelo.

Que todo sea para bien…

Un comentario en «La moda canina»

  • Es divino el cachorrito ese es tan lindo que no puede mas no deberian crecer nunca.

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