19 abril 2024
PERSONALIDADES

Leandro Gómez

Fue grande la conmoción que provocó en Montevideo, en aquel mes de marzo de 1811, la noticia de que la Capilla Nueva de Mercedes, y la vieja villa de Soriano, habían sido asaltadas y ocupadas por un numeroso contingente de criollos.

Venancio Benavídez y Pedro Viera (conocido como Perico el Bailarín) fueron los que movieron el paisanaje a levantarse en lo que se llamó “El Grito de Asencio”, a orillas del arroyo de tal nombre el 28 de febrero de 1811.

El 28 de febrero por su ubicación en el calendario, época en que no se dictan clases en la enseñanza, por la vacaciones estivales, sin perjuicio de ser una fecha, que si no cae en carnaval, cae en las postrimerías de las carnestolendas, y en consecuencia no hay feriados, que nos recuerden la efemérides del Grito de Asencio y pasa discretamente el evento, sin mucha cosa que la recuerde, salvo por algún fanático como el suscripto.

No se trataba esta vez de “salteadores”, como los mismos ocupantes insistieran en establecer, sino de una rebelión en regla, la primera con que los naturales manifestaban un abierto apoyo a la Junta Revolucionaria de Buenos Aires.

Esta vez venía de los campos, integrada por hombres de toda condición, desde estancieros hasta gauchos sueltos.

No pudo menos que asociarse el hecho a la deserción que, pocos días atrás, había consumado Artigas en Colonia, y ya se sabía lo que significaba Artigas para el paisanaje, su inmenso prestigio y el impulso que, por consiguiente, habría de dar seguramente al curso de la insurrección.

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Dicho levantamiento estaba dirigido, según se pregonaba, contra los “tiranos” de Montevideo, ciudad que bajo la severa conducción de Elío se mantenía fiel al Consejo de Regencia instalado en la España que avasallaba Napoleón.

El conflicto se planteaba pues entre criollos y europeos, y la guerra, por lo tanto, se convertía en una contingencia inminente, para la que había que aprestarse sin dilaciones de ninguna clase.

Uno de los primeros que ofreció su concurso al Rey, en la persona de Elío fue Roque Antonio Gómez, principal del importante comercio en ramos generales situado en la céntrica esquina de las calles San Juan y San Gabriel, actualmente Ituzaingó y Rincón, en la misma cuadra de la Iglesia Matriz, en una finca de dos plantas con balcones en el piso superior.

Don Roque A. Gómez, era oriundo de Galicia, había venido muy joven a Montevideo, en donde pronto conquistó, con gallega tenacidad, una posición desahogada con el negocio que estableciera apenas llegado.
No demoró entonces encontraer matrimonio, el 26 de octubre de1795con María Rita Calvo.

Prolífico matrimonio resultó el de Roque Gómez y María Rita Calvo, la esposa estuvo la friolera de 30 años pariendo.

Tuvieron en efecto 18 hijos en total, diez varones y ocho mujeres, todos en Montevideo: José María en 1796, Andrés Atanasio en 1798, Luisa María en 1799, Pedro Anselmo en 1802, Rafael en 1803, María del Carmen en 1805, Marcelino Antonio en 1808, y María Patricia 1809, con la que ya iban nueve.

El décimo, José María Leandro, que pasaría a la historia como Leandro Gómez, nació el 13 de abril de 1811, predestinado a pasar los primeros y los últimos meses de su vida en una ciudad sitiada, desde que en mayo de ese mismo año Artigas iniciaba el asedio de los patriotas a Montevideo.

Después de Leandro, Don Roque y Doña Rita tuvieron otros ocho vástagos: Francisco Antonio en 1813, Dolores Andrea en 1814, Roque Casimiro en 1816, Joaquina María en 1817, María Bartola en 1818, María Antonia en 1820, Juan de Dios Ramón en 1822, Manuel Damián en 1823, y María Mercedes en 1825, todos con bautismos registrados en la vecina Iglesia Matriz.

Era Don Roque hombre de carácter recio e ideas inquebrantables.
Supo así conducir su familia con el rigor y estrictez que le imponía su alma gallega por añadidura, demás está decir que fue súbdito ante la autoridad de su Rey y de su Dios, tal comolo demostrara invariablemente con sus obras, en lo político y en lo religioso.

Destino muy distinto eligió el hijo segundo.

En aquellos días también se producían con frecuencia escisiones en las familias españolas, y así fue que Andrés Atanasio Gómez, un muchacho de apenas trece años, se evadió de la disciplina paterna y se unió en Las Piedras al ejército de Artigas.

Andrés Gómez, fue también soldado en Sarandí e Ituzaingó, llegando posteriormente a ocupar las posiciones militares más elevadas en una larga actuación de más de medio siglo.

Ocupada Montevideo por los porteños de Alvear en 1814, no quiso aprovechar don Roque Gómez la amnistía concedida, prefiriendo quedarse con sus diez hijos, con los cuales no se animaba a emprender el largo viaje de regreso a España.

El jefe porteño, desconfiando de Don Roque cuyo fervor hispano conocía, lo puso pues en prisión y de paso le impuso una contribución de tres mil pesos, aparte de una pensión de setenta que Don Roque debió seguir abonando durante ocho meses.

Llegó 1815, entró el ejército oriental al mando de Otorgues, de nuevo fue Don Roque requerido y puesto en prisión, hasta por tres veces, a raíz de las informaciones que Rivera había recibido acerca de su fanática adhesión a España.

No fue enviado entonces al Hervidero, muy probablemente por la mediación de su hijo Andrés, quien había hecho ya sus méritos en el ejército patriota.

Leandro era todavía un niño de apenas seis años cuando entró en Montevideo el ejército portugués al mando del Barón de la Laguna. Recibió así como experiencia la cual se gravaría en su conciencia y para siempre, la visión de la ciudad que vivía sojuzgada por un poder extraño.

¿Quién podría decir hasta qué punto esa visión determinó entonces algunas predisposiciones de su carácter que lo acompañarían hasta su muerte, que incluso provocaran su muerte?

¿Y acaso su culto a Artigas, en él tan hondo y tan intenso, no nació en aquellos años, desde los siete a los nueve años de su edad, ni que la resistencia del héroe oriental se prolongó hasta su definitivo sacrificio?

En tan cruciales circunstancias, entre el fragor de las bombas y en un clima de guerra casi permanente, en medio de cuadros de violencia, muerte y desazones de toda clase, fue así la forma en que pasó su infancia Leandro Gómez.

Se formó como se formaban los militares en aquella época, en el campo de combate, ese era el lugar donde se obtenían los ascensos y los desertores, los concursos para pasaje de grado estaban dados y perdidos, por gran cantidad de muertos en combate y el conductor era por lo general el que ascendía.

Leandro fue un general uruguayo, especialmente conocido por su heroica defensa de Paysandú de 1864, al término de la cual fue ejecutado.

En 1837, en ocasión de la revolución de Fructuoso Rivera contra el presidente Manuel Oribe, se incorporó a las milicias de la capital con el grado de capitán de infantería.

Tras la renuncia forzada de Oribe pasó a la Argentina, luchando a órdenes del presidente depuesto en gran parte de la campaña contra Juan Lavalle, fase argentina de la Guerra Grande.

Tras la derrota y muerte de Lavalle participó en la Batalla de Arroyo Grande como ayudante de campo del general Oribe.
Se hizo notorio al establecerse el “Sitio Grande” de Montevideo, en 1843, durante la Guerra Grande.

Establecido Oribe con sus fuerzas en el Cerrito de la Victoria lugar donde se instaló un gobierno paralelo al de Montevideo, el Gobierno del Cerrito, Leandro Gómez fue designado como Oficial Ayudante del General, ocupando otros cargos en el ejército sitiador de Montevideo hasta la capitulación del 8 de octubre de 1851.

Tras un tiempo alejado del Ejército, se reincorporó al mismo y fue promovido al grado de sargento mayor en 1858, al año siguiente al de teniente coronel, y finalmente en 1860 al de coronel de milicias.

n 1861 fue designado Oficial Mayor del Ministerio de Guerra y Marina.

En 1863, el general Venancio Flores, que había participado en la campaña de Lavalleja luego del desembarco de los Treinta y Tres Orientales, actuado en numerosas instancias militares y políticas del país, y sido Presidente de la República por un breve período, promovió desde la Argentina un alzamiento contra el gobierno del presidente Bernardo Prudencio Berro.

El coronel Leandro Gómez fue entonces destinado como Adjunto al Estado Mayor del ejército del gobierno, actuando en diversos lugares del territorio.

En tal calidad, con el grado de coronel del Ejército Nacional, participó en el combate de Las Cañas, ocurrido en el departamento de Salto, a orillas del arroyo del mismo nombre, afluente del Arerunguá, que tuvo lugar el 25 de julio de 1863, integrando las fuerzas gubernistas comandadas por el general Diego Lamas, que fueron derrotadas pero lograron retirarse hacia la ciudad de Salto en una brillante maniobra militar.

Gómez fue nombrado primeramente Comandante Militar de Salto, pero prontamente fue transferido con el mismo cargo a la ciudad de Paysandú.

Las fuerzas revolucionarias del general Flores atacaron Paysandú en 1864, siendo en definitiva rechazados por el ejército gubernista al mando de Leandro Gómez, en una acción que motivó que el Gobierno de Montevideo lo ascendiera a Coronel Mayor y designara a sus soldados como “beneméritos de la Patria”.

Sin embargo, poco después, en octubre de 1864, el ejército de Flores volvió a atacar Paysandú, contando esa vez con el apoyo de la escuadra brasileña y tropas argentinas por tierra, estableciendo un sitio que cercó la ciudad por tierra y por agua.

La escuadra brasileña bombardeó la ciudad con sus cañones, debiendo evacuarse de ella mujeres, niños y ancianos.

La dotación militar de Paysandú sufrió enormes bajas pero resistió el asedio durante dos meses, negándose terminantemente a la rendición propuesta por los atacantes.

El 3 de diciembre, Flores envió una última exigencia de rendición, que fue devuelta por Gómez con una lacónica respuesta:

“Cuando sucumba.”
El 2 de enero de 1865, finalmente, los atacantes entraron al asalto de la ciudad, todavía defendida por unos 700 soldados y oficiales gubernistas, al mando del general Leandro Gómez.
El combate fue encarnizado, siendo finalmente derrotados los defensores.

Leandro Gómez fue tomado prisionero por un oficial brasileño, pero rechazó el ofrecimiento que éste le hacía de protegerlo de sus compatriotas.

El después general Francisco Belén le ofreció la garantía de su vida en nombre de Flores, pero por orden del general Gregorio Suárez fue fusilado en plena calle, junto a varios de sus oficiales.

Un integrante de las fuerzas de Flores arrancó la larga barba del cadáver y en días posteriores los oficiales vencedores utilizaron el despojo como trofeo de guerra y objeto de burla.

Este episodio de la historia de las guerras civiles uruguayas, es conocido como “La defensa de Paysandú”, a veces aludido simplemente como “La defensa”, y ha llevado a que la ciudad haya sido designada como “La heroica Paysandú”.

La figura de Leandro Gómez es reconocida como un ejemplo de valor militar, y exaltada, particularmente por los allegados al, Partido Nacional, como uno de los grandes héroes de la historia de Uruguay.
El héroe necesitará entonces convertir su necesidad en hecho, en hazaña.

El éxito no le importa; “no es el éxito lo que determina su heroísmo, sino el ímpetu de sus actos”, como exactamente lo describe Scheler.

Me quedó en el tintero y en el debo “Los mártires de Quinteros”,” la Defensa Heroica de Paysandú” y muchos episodios que marcan a fuego el origen de nuestra nacionalidad y no un raconto como el presente hecho a vuelo de pájaro.

En una próxima, no tan cercana, para cumplir el cronograma, nos encontraremos con otro retazo de nuestra historia con personajes como “El Goyo jeta”, Anacleto Medina, al que se le caían los párpados y los aguantaba con mondadientes, hasta que se les cayeron y fue.

Y muchísimos otros que si no los recordamos se perderán en el olvido.

2 comentarios en «Leandro Gómez»

  • Muy buena historia sobre el general Leandro Gómez. Yo se que durante la dictadura en se nombraba mucho a Leandro Gómez y con este artículo muchos encontrarán aqui escrito los porqué. Hay una cancion tambien refiriéndose a este heroe de la patria. Me pregunto contra que cosas lucharía hoy si viviera. Hay que leer devuelta este muy buen artículo.

  • Me contaron alguna vez, que allí, donde murió Leandro Gómez, donde corrió su sangre , nació al tiempo una planta de hojas color vino o sangre que crecía fuerte y altiva. Le dieron su nombre , Leandro Gómez. Yo la tengo y es hermosa.

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