16 abril 2024
CRÓNICAS

Mano a mano con Paco Espínola

Fue en el mes de febrero de 1961 dado que con motivo de los 150 años del Grito de Asencio (28 de febrero, aclaro, porque nadie se acuerda en mérito a que no es feriado y en febrero no hay escuela) el Gobierno resolvió conmemorarlo en forma especial y popular.

Para facilitar la comprensión lectora, en mérito que los que vivimos los hechos, al narrarlos, podemos y necesariamente lo hacemos, darlos por sobrentendidos. Por ejemplo prefiero poner 150 cincuenta años a llamar sesquicentenario del Grito de Asencio, porque durante un año, de una época que prefiero no recordar, todo escrito de oficina a oficina o documento debía estar encabezado por la bendita palabra “Sesquicentenario de los hechos…”.

Volviendo al tema.
El espectáculo se llevaría a cabo en el lago de las Canteras del Parque Rodó, el que oficiaría de arroyo Asencio, al efecto de la ficción. La cancha de Golf del Club de tal deporte, lindera sería del pago por donde corre el arroyo y la ínsula que penetra en el lago con quincho y todo, era una población rural (casco de una estancia) en la costa del mentado arroyo.

Los intérpretes eran el Ejército Nacional, creo que los Blandengues, que representarían a los gauchos que acompañaban a Venancio Viera y Pedro “Perico el Bailarín” Benavides.

La Comedia Nacional aportaría los actores que leerían la proclama.
El Ballet del Sodre bailaría el Pericón Nacional.
Para unir el campo de golf con el entorno de las canteras hubo que apear gran parte de un cerco que costeaba la cancha e incluso, a posteriori, dio lugar a una protesta en un diario capitalino porque se había estropeado el link de una señora cuyos dos apellidos eran muy corrientes en épocas remotas y actuales de dicho matutino.

En lo que oficiaba de asiento al caserío estaba el busto de Gardel (que con el tiempo terminó en la proa de Curuguatí e Isla de Flores) y el cóndor que todavía está en el lugar (porque cóndor de bronce no levanta vuelo y los amigos de lo ajeno no tuvieron todavía oportunidad de hacerlo lingotes), los cuales, debidamente camuflados, para tal evento no se veían.
La calle que corta entre las canteras oficiaría de platea para el público.
Me llevó a los ensayos, el hoy poeta Enrique Fierro Podestá, que era un muchacho al igual que yo.

Nos sentamos al lado de Paco Espínola y de Luis Alberto Fayol, uno asesoraba sobre el “Ismael” de Acevedo Díaz donde se narra el hecho histórico y el segundo, coordinando la parte estética (este segundo dará lugar a una nota futura), todo esto a las 10 de la noche, como todo ensayo que se precie.
Me impresionó en aquel entonces y todavía me impacta, el dominio que tenía del libro, cuando decía que los jinetes debían venir más de la derecha porque el Asencio era así y daba vuelta para tal otro lado. Era como un guionista o director de cine (porque Fayol hacía lo suyo) dirigiendo los movimientos y se imaginaba que ese laguito era el Asencio. Lo que no estaba en el libreto era que el Asencio de aquella época no tenía polución, pero cuando los caballos entraban al laguito de aguas estancadas se levantaba una baranda que ni te cuento.

Cuando terminaron el ensayo, los oficiales mandaron a unos soldados a que les hicieran un asado (para ellos) pero cuando estuvo pronto estaba un poquito revolcado. Moraleja más vale comer menos asado y compartirlo con la tropa, que pretender comer un asado revolcado en la tierra. La excusa fue que la virazón había levantado polvo.
Con Paco nos fuimos a un kiosquito pintado de naranja (porque vendían en exclusividad una naranjada de la época) donde se expendían al público bebidas sin alcohol, pero como a la una de la mañana no había público, quedábamos Paco y yo. Descubrí que el agua pesada que le pedía Espínola al del kiosco era una grappa común y corriente, pero que tomada con los cuentos de Paco eran el mejor whisky escocés, que en aquella época de estudiante y de profesor de secundaria, no conocíamos. El presupuesto de ambos nos daba para consumir varias de $ 0.20 o sea $U 0.000.000.2 (dos millonésimas de peso uruguayo de hoy).

Con el pucho armado por supuesto y lambeteado unas cuantas veces para mantenerlo en forma, junto al improvisado bolichero tuvimos el privilegio de tener una de las primeras audiciones y por boca del autor del maravilloso cuento “Rodríguez” y de otro genial que nunca lo vi publicado.
Este último consistía en un bolichero negro. Y preguntaba al narrarlo: “¿Ud. vio alguna vez un bolichero negro?.
No.

¿Y bolichero negro de sombrero?
Menos.

Pues si, bolichero negro y de sombrero. Cuando los paisanos caían los domingos al boliche de campaña empezaban a mandarse (convidarse) las vueltas de caña y de grappa. Todos sabemos que las vueltas hay que irlas mandando a la par para no sacar patente de garronero y que le digan fotógrafo de avión porque toma de arriba. Y el negro muy hábil para servir con cuello para que le rindiera más la botella, no era muy ducho en esto de las sumas y restas. Para paliar la situación, anotaba bajo el nombre de cada participante del beberaje tres columnas numéricas. Cuando llegaba el momento de arreglar cuentas, el negro bolichero de sombrero, sumaba la primera columna, luego la segunda y al final la tercera, de cada uno de los feligreses. Por supuesto cada una de las tres cuentas de cada uno de los devotos del estaño le daban distintas y entonces el negro bolichero de sombrero decía una cantidad que no tenía nada que ver con ninguna de las sumas que correspondían a cada parroquiano, pero por supuesto tenía un surplus por las dudas para no pialarse. A seguro no lo llevan preso y le engordaba el bolsillo al bolichero.

Y esta última va a guisa de cierre. Un día Paco estaba en clase pronto para empezar. Con su pucho infaltable en la comisura de los labios y la clase era una conversación corrida, como si el profesor no existiera.
En aquella época en si alguien decía caca o pichí, se desmayaban las damas y los hombres censuraban.
Paco caliente dijo: ¡¡¡Puta, van a callarse!!!
Se produjo un silencio total.
Cuando Paco se dio cuenta de la metida de pata se pasó el resto de la clase explicando que el había utilizado la palabra “puta” no como calificativo, sino como interjección.

4 comentarios en «Mano a mano con Paco Espínola»

  • soy el “enrique fierro podestá” que aparece en la nota, pero no logro acordarme de quien firma “comousté”…

  • Que buena anecdota. Yo no llegué a conocer a Paco. Bueno tengo 30 años. Pero mi tio abuelo Ruben siempre hablaba muy bien de él.

  • Apareció el Quique Fierro, capaz que no se acuerda ni de Marina, ni del Turco Iván, de Carlitos, del Gordo González Bouzas, ni del libro editorial Aguilar de las Obras Completas de García Lorca.

  • Que bárbaro, que emotivo!!! A parte de que la historia está buena veo que apareció uno de los grandes protagonistas del arte de aquella época. Lo que empaña es un tirón de oreja que le tengo que dar al que envía esta correspondencia. Está mal el enlace de este artículo porque me envía a cualquier lado.

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