18 abril 2024
CRÓNICAS

Perros y salchichas

Efectivamente era la época en que se ataban los perros con salchichas. Época en que se entraba a un café a tomar un café y sentía olor a café y no a fritanga en la ropa y en el pelo.

Cada lugar cumplía una función. Almorzar y cenar a los restaurantes. Refrigerios en los bares y cafés.
Los maridos iban a trabajar temprano en la mañana y al mediodía volvían a almorzar con la familia y después de comer tomaban otra vez rumbo para el trabajo y volvían de nochecita. No era la época del pluriempleo sino del mono empleo dividido en dos partes, mañana y tarde y sábado media jornada.

No todos volvían a la casa de nochecita, porque se iban al café con los amigos (según las esposas “amigotes”), de acuerdo a los niveles, a jugar a la generala o al dominó o los billares del Bar Montevideo, o a las barajas en forma lúdica o meramente timbera.

Rosa Luna a todo carnaval

En la rinconada de la Plaza Independencia y la calle Juncal, estaba un bar, luego la Antequera y luego el Restaurante Sorrento. En el bar la Antequera, fue donde Rosita Luna, mató al italiano cafisho de ella y en el fondo, inocentemente, se jugaba al ajedrez.
Al hacer boliche a real la caña de La Habana, el whisky figuraría en la Rotisería del León de la calle Andes, entre 18 y San José.

Pero este establecimiento era para un nivel bastante aristocrático y era donde las señoras cocinaban simbólicamente los domingos, que era el día en que salía la cocinera y las doñas elegían y los mozos ponían y los maridos hacían relaciones públicas con sus pares tomando cocktails cola. Muchos negocios se cerraron en el mostrador mientras las damas de “la jailaife” armaban el menú y muchos otros se cerraron por haberse concretado bajo los efectos del cocktail.

Todo eso ya fue, la rotisería “del León” ya cerró y las exquisiteces, que allí se elaboraban murieron como también le ocurrió lo propio, al “homelette surprise” del Restaurante “El Aguila”, “el antipasto” del “Sorrento”, las especialidades del “Ritrovo degli amici” en la calle Rondeau casi La Paz y ni que hablar del entrecotte del viejo Morini, (Morini, Barreiro y Lorenzoni) en el Mercado Central Viejo, empresa que tenían una quinta de su propiedad, en el Camino Maldonado, para abastecer de verduras y frutas el restaurante. Esta lista es enunciativa de lo que fue, porque me faltaron incluir un montón como el Hotel España, el Danubio Azul, etc. etc.
Del Morini en el nuevo Mercado Central, propiedad de Serafín Tomé, hablaremos en otra oportunidad.

Por el hecho de ser el hijo de la vejez, concurrí a los lugares mencionados en distintas épocas, siendo un niño y cuando fui llegando a tener mi poder adquisitivo, a los que iban quedando iba por cuenta propia, hasta que los cerré a todos.
El Morini, del Mercado Viejo, merece un capítulo aparte.

El restaurante estaba dividido en dos partes, una donde iban los de botín compuesto (zapato remendado) que se las daban de bacanes y comían exactamente lo mismo, servido con otra vajilla, mesas de mantel distinto y por mozos de delantal negro.
La parte popular estaba al costado noroeste, con acceso por la parte cara o por una puerta lateral de la calle Reconquista, junto a la puerta del mercado.
La comida era exactamente la misma, tanto en calidad como en cantidad y los precios tenían su diferencia, simplemente pagaban más caro, por el mero hecho de tener un servicio distinto, pero no mejor.

En mi infancia era bastante asquerosito para comer (lo pongo en diminutivo porque era chico y después crecí junto con el calificativo) y cualquier cosa era suficiente para decir “no quiero”, “no me gusta”. No olvidemos que en aquellos tiempos la gordura era salud y yo era un flaco tísico, que mi vieja tiraba cohetes cuando llegué a pesar veinte kilogramos.

Los cubiertos de la popular, en aquellos tiempos eran de hierro, bah…! la popular no llegó a conocer los cuchillos con filo serrucho, y cuando me complicaba la vida para cortar algo, había un mozo gallego de cara colorada que me tenía junado, entonces agarraba mi cuchillo, salía por la puerta del costado y le levantaba el filo, chairándolo contra las piedras areniscas de la entrada del mercado y saltaban las chispas, volvía transformado en una gillette.

Tenía absolutamente prohibido pedir cosas que se podían hacer en casa, como ser una entrada de fiambre o una milanesa, tenía que pedir comida elaborada.

Si la consumición era menor a cinco pesos, el porcentaje de propina que venía en la factura era el 10 % y si era mayor a esa cantidad era el 5 % y mi viejo para hacerme comer más, me trabajaba para que compusiera el postre, el cual por lo general, lo armaba con un manjar del cielo abajo (un flan de quince centímetros por quince centímetros y unos dos centímetros de alto), con un helado de crema arriba y bañado en chantilly. La propina de la factura iba para la empresa y no para los mozos, cosa que mi viejo había averiguado y para ahorrar gastaba más, pero su fin oculto era que me lo llevara puesto. Aplicaba aquel principio de “mangia figlio mio chi ti fa bene”.

Cuando empecé a trabajar y en verano nos pedían que hiciéramos horas extraordinarias, nos pagaban las horas e íbamos a comer al Morini viejo, sin límite de consumición.
Claro que no éramos tan idiotas como para matar la gallina de los huevos de oro. Con un entrecotte a la parrilla que pesaba setecientos cincuenta gramos y un postrecito estábamos todos contentos y la empresa también.

Con el tiempo vinieron los abusos, el descontrol, el de fabricarse horas extras para embolsarse unos pesos más al cabo del día y se terminó la comida a tenedor libre y por cuenta del empleo.

Ya no se ataron más los perros con salchichas, porque con collar y cadena quedaban más seguros.
Cuando empecé a trabajar me salió una changa, como pinche, bah… como lo que era, con motivo de la venta de “La Industrial Francisco Piria” al “Banco Transatlántico del Uruguay”.

Trabajé 36 horas de corrido, sin dormir y me pagaron $ 1.200.- pesos, que para mí y para muchos era una fortunita.
Para que se formen una idea de lo que representaba ese dinero, con dos amigos, nos fuimos a Buenos Aires con $ 900, cada uno, tres días, con hotel, comidas y bebidas abundantes, dos trajes (uno de hijo crudo de holanda), dos pares de zapatos, camisas varias (en Chemea), dos o tres benditos cashemeres y el Maipo, perdón, me olvidaba fuimos en los Vickers Viscounts de Pluna y nos sobró dinero.

El trabajo fue un “tours de force” que lo aguantamos con cafiaspirinas y coca cola, en aquella época daban resultado, porque cuando terminamos al otro día a las cinco de la mañana me fui a mi casa, me acosté y no podía dormirme.

Tal vez nuestros físicos jóvenes aguantaran mejor que ahora, pero tantas horas sin dormir no fueron afectadas por unos cocktails cola que nos tomamos en El León cuando fuimos a encargar el boufet para ir tirando, dado que la consigna era que como eran muchos los Piria y las relaciones estaban bastante tirantes, si alguno se iba y no volvía adiós a la operación.

Mi tarea principal era de pasar a máquina los documentos que me mandaban, al igual que lo hacía Mario Benedetti, un señor bastante mayor que yo, que también estaba en lo mismo, ambos sentados frente a frente en un escritorio, todo el tiempo, con sendas máquinas de escribir de por medio.

Vargas Llosa, Mario Benedetti y Carlos Fuentes

Si estamos hablando del mismo, un tipo, por lo menos en aquel entonces de muy buen humor, con una risa bronquial como buen asmático.
En determinado momento un mozo de la Catedral de los Sandwiches (si mal no recuerdo), trajo unas bandejas de sándwiches, con los clásicos papeles de sulfito, que no se ven más, porque fueron sustituidos por el PVC, (no es precio de venta del consumidor, sin lo que vulgarmente llamamos plástico).

Nosotros, Mario y yo, meta a darle a las teclas, parando cuando nos acalambrábamos o cuando no sabíamos como acomodar nuestra humana naturaleza en la silla.
En determinado momento a mi me faltaban dos o tres fojas escritas de ambos lados y a Mario otras tantas. Buscamos y recontrabuscamos y no aparecieron.

Vuelta a pasarlas a máquina, pero con más trabajo, tratando de respetar los espacios al máximo porque lo que rehiciéramos podría terminar en la mitad del renglón y en consecuencia deberíamos seguir copiando lo que ya teníamos, no lo hacíamos de haraganes, sino porque el cuerpo estaba bastante cansado.

Pensar que ahora con un PC hubiera sido tomarse un vaso de agua, pero en aquel momento estaba nacido Bill Gates, pero la empresa Microsoft no existía y todos esos engendros.

Al rato de haber terminado la penitencia de haber hecho dos veces lo mismo, aparece el gallego del boliche de enfrente, con unos papeles sulfito totalmente engrasados por la manteca y arrugados, de entre los que saca las fojas que tuvimos que rehacer, que como corresponde, estaban igual que los papeles que había levantado del escritorio el mozo para limpiar y llevarse los papeles propios y ajenos. Una cosa hay que reconocerle a este hijo de la madre patria, fue su hombría de bien de volver a poner la cara, mostrar el zafarrancho y terminar con nuestra búsqueda en vano.

Para cada uno de nosotros significó un par de horas de trabajo al santo botón, pero su actitud nos bajó las revoluciones y no nos salió otra cosa que largar una carcajada, producto de la mezcla de nervios, cansancio y de apiadarnos del buen hombre por la cara de culpa que traía.

A Mario Benedetti no lo volví a tratar personalmente aunque yo era compañero de un primo suyo, Boris, con el que estudiamos juntos algunas materias, pero tuvimos que separarnos, éramos totalmente incompatibles, porque como buen logósofo raumsólico, analizaba palabra por palabra, cuando estudiábamos en apuntes sacados a la criolla donde la sintaxis no existía y había que entender por contexto.

Cuando aquel trabajo, Mario ya había publicado Montevideanos, Poemas de la Oficina, La Tregua, los cuales yo había leído y me habían gustado. Pienso que muchos de esos trabajos tuvieron su fuente de inspiración en La Industrial y la gente que la rodeaba.
Ya en esa época de mi vida, salía de clase, me iba al trabajo y ha la noche de apuro para recuperar los conocimientos que no viví a pesar de que a la vuelta de la esquina estaba lo que había sido la muralla, la calle Yerbal y todo el bajo. Todo eso lo aprendí en los libros de Fernández Saldanha, de Julio C. Puppo (El Hachero) y el de Ramón Collazo (a) El loro, cuyo padre tenía un boliche en la esquina de Yerbal del lado de la civilización.

Entré en lo que se denomina el pluriempleo, de salir de un lado comer una porquería y entrar en otro contrarreloj.
El padre de un amigo, que pertenecía a los de antes, de un solo empleo, que al mediodía salía de la oficina, se compraba El Día, se tomaba el tranvía y se sentaba en el asiento de los bobos, para poder abrir y leer las páginas formato sábanas del diario, abriendo los brazos sin tener problemas con algún otro pasajero.

Un día cumpliendo ese ritual de leer el diario, siente o presiente la mirada de dos jóvenes, que estaban paradas frente al asiento de los bobos y algo cuchicheaban entre ellas y se hacían las distraídas. Don Hamlet, que así se llamaba el lector tranviario, como buen caballero de los de antes, prudentemente baja la vista para ver si todo estaba en regla y para su asombro ve algo de tela sobre su bragueta, de botones como eran las de la época.

Muy discretamente, con sus dedos, empieza a empujar la tela para adentro de los pantalones, entre los botones de la bragueta, toda una lucha, pero el pudor masculino quedó a salvo cuando vio que no había nada más a la vista.
Como hacían los veteranos, cuando llegaban a su casa, se sacaban los pantalones y se ponían el pantalón del pijamas o se quedaban en calzoncillos dependiendo de la época o de la concurrencia al templo de la masticación.

Gran sorpresa y susto tuvo cuando, al sacarse los pantalones, cayó al piso un pañuelito de mujer, de aquellos bordados, que era lo que se les había caído a las muchachas frente al asiento de los bobos y el pensó que era la camisa por afuera de la bragueta.
Qué institución el almuerzo en casa donde el viejo ponía en orden a todo el equipo y empezábamos con las notas, seguíamos por lo no hecho y por lo hecho. Así salíamos bastante más derechos.

6 comentarios en «Perros y salchichas»

  • No se si esos tiempos de antes erar mejores. Yo creo que no. Hay varios que vivirian de nuevo pero en estos tiempos y no en aquellos. Pero tuvo la suerte de conocer y trabajar al lado de un grande como Mario Benedetti y eso es respetable.

  • Pah….era braba la negra Rosa Luna. Yo esa historia no la habia escuchado y lo del porcentaje de la propina a los mozos lo había oído pero ahora me lo confirman que era el 10 + pero lo que no sabia era que te lo incluian en el tiket de caja – osea- te obligaban a pagar por la propina?

  • Sobre Francisco Piria se podría hacer una muy buena historia. No solamente tuvo mas de 3000 cuadras de campo en el balneario que lleva su nombre,tambien construyon varias estructuras emblematicas(uno de los hoteles mas grandes de sudamérica) y tremendas casas en distintos barrios de Montevideo. En su afán político primero luchó en el ejercito de los blancos con Venancio Flores y luego por discrepancias se pasó a la parte socialista de Pepe Batlle. Y luego, también por discrepancias fundó el partido Union Democratica con el cual se postuló a la presidencia del Uruguay. También se le atribuye la práctica de algunas sabidurías milenarias.
    Saludos

  • Es un honor por lo menos para mi que la persona que escribe en esta columna haya trabajado allado de uno de nuestros mas ilustres escritores contemporaneos. Le cuento que en Hablando sobre nosotros y la parca y El Refrigerio Fobal Clu es un poco parecido a Paren el mundo dijo Mafalda con mis bromas chotas a parte. COMOUSTE sigue siendo el mismo y da gusto leer todas esas historias de vida del ururguay donde estamos pero no conocemos.
    Saludos

  • En mi opinión, era mejor como eran las cosas antes que ahora. Laboralmente hablando, antes se podía tener un empleo como dice Ud y vivir decorosamente. Se podía cortar al mediodia para ir a almorzar y volver. Hoy muchas personas tienen que tener dos empleos,porque con uno no alcanza y no se pueden dar el lujo de almorzar dos horas, porque no llegan al segundo empleo. La gente vive en una locura constante y cuando quieren acordar la semana se les pasó. Todo el mundo anda como loco y viven ” a lo loco”.

    Saludos,.

  • Alicante, 19 de marzo de 2012
    Un sábado al mediodía con mi padre que era Contador del Correo Central y muy relacionado con la sociedad de la época, me llevó al viejo Mercado Central donde encargó un pan de centeno que era del color del chocolate y tenía un sabor insuperable al comerlo con mantequilla. En otro puesto que también siempre compraba, me hizo probar un queso provolone que picaba pero que era delicioso y al finalizar el recorrido me llevó a almorzar al Águila. En el corto trayecto se encontró con un amigo que era el Ñato Pedreira (creo que fué campeón del mundo de footbol en el año 1950) y al presentarme como su hijo, el Ñato le dice a mi padre “tiene tu mismo radiador ” y nos fuimos a compartir mesa.También recuerdo el Morini, las confiterías del Telégrafo,La Mallorquina, La Americana donde preparaban unos caramelos riquísimos de miel, banana y de menta; el Ritrovo donde preparaban unos raviolis de ricotta y unos pollos hechos en un spiedo de leña que estaba a la entrada del local, por la Av. Rondeau y que eran una esquisitéz.
    Cordiales saludos

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