18 abril 2024
PERSONALIDADES

Sangre de hermanos

Lo planteado actualmente por algunos legisladores del Partido Colorado, el Partido Nacional y algún otro sector, es juntar fuerzas. No por desnaturalizar las divisas, sino por una necesidad circunstancial electoral. No es una novedad en la patria de Artigas. Históricamente es una ímproba tarea que no ha tenido los resultados buscados.

Cuando la patria vieja, en que Lavalleja y Rivera andaban por las cuchillas, después del nacimiento de las divisas, se llegó aun acuerdo de gobernar a los orientales, por un triunvirato el cual estaría integrado por Juan Antonio Lavalleja, Fructuoso Rivera y Venancio Flores.

No pudo llegar a concretare porque a Lavalleja que estaba en el Fuerte (Casa de Gobierno de la época, hoy plaza Zabala), le dio lo que podríamos llamar un derrame cerebral y murió.

Otro tanto le ocurrió a Fructuoso Rivera, el Pardejón, cuando venía del Brasil, donde estaba asilado o mejor dicho corrido y al llegar a Melo, se despidió de este mundo y para que el cuerpo no se descompusiera, lo trajeron a Montevideo en un barril de caña.
Flores quedó solo y sin triunvirato.

Otro intento de que no corriera más sangre de hermanos, con efecto totalmente inverso, puede atribuírsele al presidente Gabriel A. Pereira, el que fue electo como tal en marzo de 1856 en el que Oribe y Flores creyeron encontrar un instrumento dócil, aprovechándose además el prestigio de que gozaba el nuevo mandatario.

Leandro Gómez, por su vinculación con Oribe facilitó su propósito, que no un era otro que el sumarse a los sostenedores de Pereira, cuyo programa de concordia y de fusión satisfacía sus deseos de paz y de acuerdo nacional.

La suprema autoridad de Oribe había siempre para el criterio decisivo, y a su consejo se atuvo entonces con solidaridad total, entendiendo en buena lógica que, en aquellas circunstancias confusas, más valía atenerse a una personalidad que conocía y cuya rectitud admiraba, antes que a principistas que hablan de paz, y vivían continuamente en guerra.

La nueva situación política le permitió por otra parte volver afilas, obteniendo en febrero del 56 los despachos de sargento mayor graduado de caballería con destino en el Estado Mayor.0
El momento pareció propicio a Leandro Gómez para reiterar su ofrecimiento de la espada de Artigas.

La memoria del héroe resurgía en esos años con creciente fervor.

El parentesco de Pereira con Artigas, y la devoción que, se manifestaba en no pocos orientales, creaba un clima favorable, aun cuando no se había concretado todavía la exhumación de documento que años después, habrían de poner en evidencia el significado trascendente que tuviera Artigas como defensor de los más altos ideales de soberanía popular y federalismo.

Las palabras Patria e Independencia eran las que Leandro Gómez unía entonces con especial énfasis al asociar el nombre de Artigas con dichos ideales.

En la nota del 8 de noviembre que dirige a Pereira, Leandro Gómez llama a Artigas “Patriarca de la Libertad e Independencia de mi Patria”.

Con fecha 17 de noviembre, Pereira agradece la ofrenda de la espada, y lo felicita por “el noble civilismo” que trasuntaba dicho gesto.
La espada, dice, “simboliza en parte las glorias del Patriarca de nuestra Independencia, el Fundador de la nacionalidad Oriental”.

Fue así Leandro Gómez uno de los principales reivindicadores de Artigas, en momentos en que, distraídos por las contiendas cívicas que trastornaban casi a diario las calles de Montevideo.

Los restos del prócer habían permanecido olvidados en la Capitanía del Puerto, en donde habían sido depositados luego de que fueran traídos desde Ibiray.

A un mes del desembarco, Gómez pedía que los restos de Artigas, que se decretaran “unos funerales modestos”, mandando esculpir “en la misma losa que servía de mausoleo en la Asunción” las siguientes palabras: “Siempre patriota, siempre honrado, siempre pobre hasta en el sepulcro”.

Nada consiguió sin embargo Leandro Gómez por el momento, en aquellos tristes días en que la diplomacia brasileña continuaba enconando a los orientales en sus luchas internas, tratando de provocar la circunstancia favorable para poder hacer presa de nuestro territorio, so pretexto de la anarquía que ellos mismos fomentaban.

Ni el pueblo ni el gobierno tomaron entonces ninguna determinación, y dejaron que durante muchos meses los restos del prócer continuaran arrinconados en la Capitanía.

Recién en noviembre del 56 se trasladaron los venerados restos del Protector al Cementerio Central, realizándose entonces solemnes exequias fúnebres en la Matriz.

Tuvo Leandro Gómez participación activa en las campañas políticas del presidente Pereira, en una época, en que el primer mandatario era en cierto modo el primer elector, haciendo valer la influencia que emanaba de su cargo.

Por ciertas actitudes se trasluce la prevención con que Pereira controlaba las actitudes políticas de Leandro Gómez; y es que conocía bien su antigua amistad con Oribe, de cuya tutela supo Pereira desligarse.

Pereira, hombre de más personalidad de la que muchos le atribuían, se había desembarazado de los laderos, Flores y Oribe, atinando a actuar con habilidad y prudencia, y según algunos con “suerte”, por lo que Flores, sintiéndose aislado, sin el pan y sin las tortas, no había encontrado otra salida que la que llevaba a la Argentina, yéndose a Entre Ríos en julio del 56.

Tiempo después pasó a radicarse a Buenos Aires, en donde habría de constituirse en puntal militar de Mitre, no sin antes haber sido dado de baja por Pereira a mediados el 59.

En cuanto a Oribe, aún sin romper abiertamente, intentó seguir agrupando en tomo de sí a sus incondicionales, haciendo valer su influencia para las elecciones del 56, en las que contrapuso sus candidatos a los de Pereira.

Por declaraciones epistolares del ministro Paranhos, se sabe que llegó a entrar en “conversaciones privadas” con agentes brasileños sobre “objetos políticos”, ratificando así, aunque algo elusivamente, los rumores de tentativas revolucionarias que, como era táctica usual en los brasileños, tendían a socavar la autoridad constituida.
Pereira llegó a dirigir a Oribe severas advertencias, haciéndolo “responsable de cualquier alteración del sosiego público”.

Oribe debió mantenerse entonces al margen en su quinta del Miguelete, en donde falleció en noviembre de 1857.

Menudo conflicto debió habérsele presentado a Leandro Gómez ante la virtual segregación de Oribe consumada por quien, como Perei¬ra, no era sino su hechura.

Agradecido a Pereira por las distinciones que le confiriera, su adhesión a Oribe fue sin duda más fuerte, y atestigua la situación penosa por la que debió pasar lo que dirá Lerena años después: “En 1857 Leandro Gómez fue un sacrificado de la campaña”, sin más aclaraciones.

Aunque mantuvo su grado entonces en el escalafón militar, en tanto su padrino político, el Gral. Lenguas, hacía gestiones ante Pereira para que le concedieran un puesto de receptor en el puerto de Salto.
A comienzos del 58, la facción conservadora organizó un nuevo movimiento revolucionario bajo la jefatura de César Díaz.

Fracasado un primer intento de ocupar Montevideo, en donde contaban con el mayor número de partidarios, la internación en campaña los condujo a un rápido descalabro.

La derrota culminó con el famoso fusilamiento de Quinteros, en donde más de treinta jefes y oficiales, incluidos los generales César Díaz y Manuel Freire, perdieron la vida, en un hecho cuya culpabilidad no ha podido ser nunca seriamente delimitada.
Hubo una orden de suspensión impartida por Pereira, y hubo intervenciones, entre las cuales la de Luis de Herrera, atribulado por la reciente muerte de uno de sus hijos, que se consideraron decisivas en la consumación del cruel ajusticiamiento.

Se atribuyó la culpa al Partido Blanco, pero pudo argüirse que tanto Gabriel A. Pereira como Anacleto Medina, que fue el brazo ejecutor, provenían de filas coloradas.

Lo cierto es que la llamada “Hecatombe de Quinteros” no dejará de utilizarse como argumento de combate, y habrá así de servir, cinco años después, como motivo, o como pretexto, para el movimiento revolucionario de Venancio Flores.

En cuanto tiene relación con Leandro Gómez, no tuvo en realidad ninguna intervención en dichas circunstancias.

No así su hermano Andrés, quien, como Ministro de Guerra, hizo llegar a Medina la orden “de pasar por las armas” a jefes y oficiales hasta la clase de coronel quintando, o sea, fusilando uno de cada cinco, a los oficiales de clase inferior, remitiéndose para ello a un decreto del 1.° de enero.

El 2 de febrero Pereira enviaba la orden de suspender la ejecución, mientras ese mismo día Andrés Gómez ordenaba: “A pesar de las órdenes que haya recibido V. S. posteriores al acuerdo que se le remitió, V.S. procederá a mandar fusilar en el acto mismo de recibir ésta a todos los rebeldes que comprende el acuerdo del Gobierno del 30 del ppdo.”;agregaba que debían ser” inmediatamente fusilados cualesquiera que hayan sido las condiciones en que cayeran en su poder”; “el Gobierno no retrocederá en su resolución de justicia”; “V.S. dará cuenta inmediatamente de su ejecución”.

Todo con impresionante contundencia, lo que no olvidarán Ios que combatirán en 1864 contra los efectivos que tenían al mismo Andrés Gómezcomo Jefe del Estado Mayor.
Berro no se quedó atrás: al abrirse las sesiones del Senado, expresó que enviaba en nombre del cuerpo sus “cordiales felicitaciones al Presidente Pereira, y sus agradecimientos por la firmeza y energía con que (…) ha sabido vencer y escarmentar la rebelión”.

Énfasis que puede en parte explicarse por el clima de pasión en que se vivía entonces.

Tenía un antecedente cercano en el propio César Díaz, quien pocos días antes escribía a Tomás Gomensoro: “Es preciso usar el rigor con los enemigos y con los indiferentes…Es preciso que corra sangre…y hasta es moral que no se demore él castigo de los criminales…No haya lástima, no, con esos bandidos que nos degollarán a todos si pudieran; severidad, amigo, y mano de hierro con esa canalla. Fusile Ud. a todo el que no quiera plegarse a nuestras ideas”.

También César Díaz quien, siendo Gobernador delegado en el 53, dictará un decreto contra Berro, promotor de la llamada “reacción de Noviembre”, ordenando su aprehensión y “pasarlo por las armas, sin más justificación que la identidad de su persona”.

Como se ha dicho, pues, no eran los hombres los culpables, sino los vientos tempestuosos que corrían en aquellos años.

Electo Berro presidente, Leandro Gómez, que el 29 de febrero había sido ascendido a coronel graduado de Caballería, llegó a contar con la total confianza de la superioridad, y a figurar en el Estado Mayor General en julio de ese mismo año.

Se le encomendaron en esa época diversas comisiones de carácter reservado, recibiendo el 12 de enero de 1861 el nombramiento de Oficial Mayor de la Secretaría de Guerra y Marina.

Dicha distinción no impidió sin embargo que pocas semanas después, se le declarara cesante como Oficial Mayor, siendo reemplazado por el coronel Pantaleón Pérez.

Tan arbitraria sustitución, sin motivos a la vista, provocó en Leandro Gómez la consiguiente reacción, según se advierte en la nota escueta y punzante que hizo llegar a su reemplazante: “Dígnese V .E. agradecer a S.E. el Presidente de la República el haberse anticipado a mi deseo”.

Los intereses personales pusieron sangre y fuego y lo logrado con mucho esfuerzo, fue tirado por la borda.

Hubo quienes no hicieron nada y hubo quienes hicieron.

La denodada tarea de Leandro Gómez fue dilapidada por la actuación de su hermano Andrés en la Hecatombe de Quinteros, donde se fusiló a la plana mayor, inclusive algunos de los Treinta y Tres Orientales y la sangrienta orden quintando, tal cruel como irracional, se dejaba pasar cuatro prisioneros y se fusilaba al quinto y así sucesivamente.

Los decretos del Presidente Pereira de suspender la ejecución, impartida dichas órdenes varias veces y otras tantas incumplida por el hermano de Leandro Gómez, Andrés Gómez.

Aquellos vientos trajeron otras tempestades que concluyeron con la toma de Paysandú, por Flores, con la ayuda tan comedida de los imperialistas brasileños, que querían volver, sin decirlo, a la Cisplatina y Tamandaréredujo a ruinas a la heroica Paysandú y Gregorio Suárez, el Goyo Jeta, se cobró el mandado de haberse salvado en el anca de un piojo de Quinteros, en el hermano de Andrés, Leandro Gómez, haciéndolo fusilar sin orden de Flores y los restos de Leandro siguen vagando quien sabe por dónde.

Un espíritu artiguista como el de Leandro Gómez, sus restos no hay tumba que los retenga, pasó por Entre Ríos?, por el Cementerio Central?, por el Mausoleo de Paysandú?

Los restos hace mucho tiempo que no se encuentran, ni siquiera en el Mausoleo que le hizo la dictadura en Paysandú.

La Masonería se habrá encargado de guardarlos a buen recaudo…?

Hay muertos que no caben en la sepultura…

2 comentarios en «Sangre de hermanos»

  • Es bueno tener memoria y escuchar cuando se dice que la historia vuelve a repetirse. Muy buen artículo y muy revelador.

  • pa! disculpas q no se nada de plitica pero aca dice que leandro gomez transaba con los colorados? yo se de uno que no le va a gustaaaaaaaaar!

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