19 abril 2024
CRÓNICAS

Taca taca

Cuando era un chiquilín mis viejos empezaron alquilando por temporada en Las Toscas, Canelones, aclaro, para evitar que alguno piense que nos gustaba ir a asarnos con el calor del norte y bancar el mormaso en Tacuarembó.

Lo hacíamos en lo del Capitán. La casa, presumo que todavía debe de estar, en la calle 6 y la A, porque ya tenía sus años en aquella época. Y los cambios en Las Toscas, excepto el incremento de los pozos, no se da ni en el nombre de las calles.

En una piedra laja lucía un letrero que decía “Capi”. Era una casa de Salud Pública, que había ido a parar al Ministerio, por algún legado y se la habían arrendado como vivienda al Capitán Márquez (de artillería para evitar confusiones) y él, que andaba en la mala, la compartimentaba y subarrendaba, en los tiempos de demanda.

Era con pensión completa, eso si, que nadie se ofendía, si algo faltaba uno podía ir a comprárselo sin ningún problema, tampoco en los tiempos de la canícula no era cuestión de andar jeringueando que no hay mermelada, o manteca, o leche, o café. Era categoría all inclusive nivel media estrella fugaz. El precio creo que no era tan fugaz pero era lo que el bolsillo daba para pagar, sin endeudarse todo el año.

La carrera al Capitán se le había cortado, porque en un carnaval andaba metido en pleno barrio Ansina (Reus del Sur), en las llamadas no oficiales, con la casaca totalmente desabrochada y con una cañada de vino, caña o grapa, entre pecho y espalda y sable o espadín (no sé que distintivo le corresponde el grado y al arma) en mano, andaba dirigiendo la alegría del pueblo.

Téngase presente que era muy, pero muy antes de aquello, en que con el sable nos manejaban la alegría pero de otra forma, no se si he sido claro…

Creo que en un principio Tribunal de Honor y a situación de “reforma” y luego había unos amigos, con alto rango, que lograron que pasara “a retiro” y ahí mejoró sensiblemente su situación para llegar a fin de mes. Una cosa es cobrar la cuarta parte de la jubilación y otra es cobrarla entera.

Pero ínterin, había ido avanzando con sus gallineros sobre terrenos baldíos vecinos y plantaba alguna cosita comestible de estación para aligerar el presupuesto. Organizaba comilonas, cosa que le rendía mucho más que andar vendiendo pollos en forma unitaria.

La gente joven no se debe de acordar, si es que las conocieron, cuando las frutillas eran chicas, bien rojas y bien dulces, bueno esas era las que plantaban en la arena que había en un barril de roble con agujeros en los costados, una planta por agujero y montones de frutillas. Los tamaños de las frutillas de ahora algo raro tienen, son bastante ácidas y antes había que esperar al verano para comerlas y ahora en invierno están en los supermercados y por cierto que no deben ser la variedades primor del norte del país.

En aquel entonces el Capitán tenía dos perros, un setter irlandés y otro, producto del amor perruno, que para ternero, tamaño no le faltaba, pero era medio agalgado y de hocico fino, pero un animal del gran porte, que respondía al nombre de Taca Taca (pago cash).

Él perro nuevo y yo chiquilín, se armó una amistad que duró unos cuantos años.
Los viejos compraron una casita y en la época liceal, en las vacaciones nos mudábamos para Las Toscas, porque no era ir a pasar, sino llevar todo, porque no era la época del consumismo y mis viejos tenían la costumbre de comprar al contado. La heladera Ferrosmalt iba al principio del verano y volvía al final y como la heladera todo lo demás, inclusive el suscripto.

Era una odisea tanto el ir, como el volver, por el tiempo que se demoraba, al principio no existía la interbalnearia, había que ir por el Camino Maldonado, hasta el almacén de la Cadena y luego entrar por el pueblo de la Estación Atlántida y llegar a Las Toscas era otra aventura, más telúrica, las manzanas estaban, porque todavía no les habían robado los pinos que habían hecho plantar Mario Ferreira y creo que Molinari. El trazado de las calles era simbólico y los vecinos o no se quién, ponían paja, o pajulla o pinocha o figuya, -mire que tiene nombres la aguja del pino- en cada una de las huellas que dejaban los vehículos, porque para toda la calle la cosa no daba.

Imágenes desde el Google Earth de Las Toscas

El tema era al doblar en las esquinas o en la puerta de las casas, porque al doblar la dirección, había enterrada de ruedas y cuanto más le daban, podrían llegar hasta el eje y de ahí en más, ir a pié a lo del Loco Lanza, (Luis), para que trajera algún vehículo pesado para sacarnos del peludo y aguantar la sabiduría con aires de suficiencia, de un ignorante loco, todo el camino.

Otra forma era juntar ramas de pino y ponerlas debajo de las ruedas para salir del peludo. Uno aprendía, desde chico, que cuando se empuja un vehículo, no hay que hacerlo de atrás de la rueda, sino atrás del móvil, porque terminábamos con arena hasta en el apellido. Mi querido viejo tenía una puntería para errarle y enterrarnos un par de veces como mínimo antes de llegar. Pero valía la pena. Después nos quedaba todo el verano.

Cuando ocupamos la casa nueva el señor perro del Capitán, Taca Taca, se venía a pasar la temporada a casa por cariño y también porque mi vieja, cuando iba a la carnicería, volvía con una ración de carne abombada, para nuestro huésped perruno, aunque el también era de la casa. Carnicería con cámara, no existía (salvo alguna fotográfica y de cajón) y asado tierno tampoco.

Al Capitán le regalaron un perro policía belga, de esos negros de pelo largo y bastante nerviosos y me tenía prohibido que acariciara al Tizón, porque sabía que se iba a aquerenciar también y no volvía más, pero ese era un tipo de perro que si no hubiera otro tal vez habíamos hecho buenas migas, pero el Taca Taca era el Taca Taca, único.

La vida de Las Toscas se repartía por civilizaciones y por barrios. Del lado este estaba la Florida Chica, porque la gente de Florida cortaba por la ruta once y venían derechito y los minuanos bajaban por el lado de Soca y también tenían su barrio, por esa zona.

Había un hotel llamado La Boya, que lo utilizaba la colectividad judía e inclusive los viernes a la caída del sol, con el shabat se hacían lectura bíblicas. Esto lo sabíamos porque estábamos integrados con los chiquilines de la colectividad que nos enseñaban ciertas cosas.

Luego con el tiempo llegó el bitumen, los cordones de vereda, el agua corriente potable, la energía eléctrica se seguía cortando los sábados por exceso de consumo y cuando llovía, le bajaban la palanca, para evitar algún desastre.

Con el progreso llegamos a que se talaban todos los pinos y se vendían los solares, porque la contribución inmobiliaria de baldío es más cara, y los pinos valían más que los terrenos.

Como venía del barrio Palermo a integrarme con los muchachos de la colectividad era sumamente fácil, pero de yiidish lo único que aprendí fueron malas palabras y a saludar. Berele, era Bernardito, Cukele, era Jorgito, creo que hasta ahí llegó mi cultura, en el idioma de los esquenasi, y menorah (candelabro) y kipa (sombrerito tapa cráneo) en hebreo.

Al rabino lo veíamos cuando salía de noche a bajar la comida, y como las calles eran bocas de lobo, con alpargatas y corriendo, algún kipá teníamos para la colección, siempre bajo la dirección técnica de un muchacho de la colectividad.

A un par de manzanas para arriba de La Boya se armaba un campamento de jóvenes adolescentes, de algún club de la colectividad, los cuales tenían un régimen de centinelas, pienso que formaba parte de algún preparativo para los que terminarían en los kibutz de Israel.

Había en nuestra barra un par de mellizos de apellido Rosemberg, uno se llamaba Julio y del otro no recuerdo el nombre, que nos enseñaban a atacar el campamento y robarles la bandera. Nunca pudimos lograrlo, a pesar de nuestros intentos casi diarios, pero al que lo lograra le pagaban un rescate porque era un deshonor perder la bandera.

Por la mañana pasábamos en bicicleta como quien no quiere la cosa y veíamos los preparativos, como hacían garrotes con troncos, para la noche siguiente. Si nos agarraban unos cuantos palos nos íbamos a llevar en el lomo. Tampoco tuvieron ellos esa oportunidad. El Taca Taca no participaba de dichas incursiones porque nos hubiera quemado a todos.

A mi viejo yo le hacía el trabajo fino, mediano y grueso para traerme al Taca Taca para Montevideo, hubiera sido un trasplante con las raíces para arriba, porque un perro libre como el aire, encerrado en una casa en el barrio Palermo, si bien iba a ser el terror de los gatos, iba a sufrir mucho con la pérdida de su libertad.

El Taca Taca, famoso en todo el balneario, era la amargura de los marineros. El bajaba a la playa conmigo o sin migo y buscaba una piña para que se la tiraran al agua, los que lo conocían lo hacían y él cuando la sacaba la soltaba donde termina la arena húmeda y empezaba a ladrar y a escarbar con las patas hasta que la llevaba al agua y volvía a empezar el ritual. Las canaletas que dejaba en la playa eran grandísimas.

Algunas viejas, que se conoce que los ladridos, no las dejaban chusmear sobre los trajes de baño escotados o de dos piezas de “esas” (“esas” eran las jóvenes en edad de merecer). Ante tanta molestia se le quejaban al marinero y este un día, después de seguirlo por toda la playa, logró darle con la cachiporra por el lomo.
El Taca Taca aprendió, cuando veía el uniforme del marinero se iba tres cuadras para el otro lado y empezaba su ritual y el marinero iba hasta donde estaba el perro y este cuando lo veía llegar, inmediatamente agarraba por los médanos y se venía dos o tres cuadras para el otro lado.

El record lo tuvo un día que venía conmigo por la calle y se arrimó a una acacia mimosas para marcar territorio (echarle una meadita) y de repente veo que acható la pezuña y se fue como media cuadra para adelante y miré para la casa del “Indio” y estaba el marinero de uniforme tomando mate. De civil lo llamaba, el perro se arrimaba y se dejaba acariciar y no pasaba nada. El problema del Taca Taca era con los uniformes de marinero.

Como lo conocían todos los habitantes del balneario, alguna fechoría del perro me la atribuían a mí, los habitantes de temporada no lo facilitaban porque por su tamaño se imponía, los permanentes pasaban a ser en invierno los dueños transitorios del Taca Taca. No era un perro ladrón, pero tenía especial bronca con los gatos.

Una vez lo vi, en una pizzería de un polaco, cuyo nombre y apellido eran todas consonantes y le decíamos Juancito y por tal se daba por aludido, en que estaban ocupadas todas las mesas por gente comiendo al mediodía y el Taca Taca agachó las orejas y se metió entre las mesas que nadie se dio cuenta y sin un gruñido, un ladrido ni un resoplido ni nada que lo indicara, despachó a un gato que estaba al lado de una gente que estaba en lo suyo y no se enteraron. Para eso era de terror.

Había un peón para todos los oficios, lo cual indicaba que no era bueno para ninguno, aficionado al vino suelto, pero a discreción, la cual estaba dada por los pesos que tuviera en el bolsillo o que le fiara el bolichero, y se apellidaba Artigas, si como el padre de la patria.

En los balnearios los albañiles arrancaban para la obra, pero si el tiempo no acompañaba se iban al almacén y bar El Tito, frente a la casa donde paraba Zitarrosa al final y como buen conocedor del ambiente, la primera vuelta la mandaba el bolichero y después venía la vuelta de cada uno y con tantas vueltas se termina mareado.

Como técnica marketinera excelente, pero murió de una cirrosis galopante.

Pasó el tiempo, mis obligaciones me llevaron por otros rumbos. Me enteré un día que en el Boxing Club Palermo que estaba en la calle Mario Ferreira casi el Club de Parque del Plata, no el de Santiago de Chile y Gonzalo Ramírez, sino que este era un boliche camuflado de club para no pagar los impuestos a la venta de bebidas alcohólicas.

Estaba Artigas mamado hasta las patas, con la compañía del por ese entonces su perro adoptivo Taca Taca, que era abstemio por unanimidad. Artigas tenía unas cámaras de bicicleta y para hacerle un chiste a un conocido le pegó con ellas en el hombro, al conocido que no era tal, porque con la cerrazón del vino lo confundió con otro, tuvo unos escarceos y la cosa quedó ahí por la intervención de otros parroquianos apartadores, pero para el que no era, la cosa le quedó entre ceja y ceja y fermentando.

Cuando Artigas salió para irse, el ofendido le pegó un par de puñaladas y el Taca Taca se le fue a los bifes y también le tocaron unas puñaladas.
El Taca Taca brindó su vida por instinto y por defender a su amigo, que comía más salteado que él.

Artigas y el Taca Taca murieron al santo botón, porque ninguno de ellos, ni juntos ni separados, le hacían nada a nadie.

Toda la alegría que viví en el Balneario fue efímera, cuando se apagó fue sin retorno, yo ya no soy el mismo y de los que estaban en aquel entonces no queda ninguno.
Las Toscas ya no tiene, para mí, nada de lo que fue, ya ni siquiera se siente hablar yiidish por las calles o en la playa, a pesar de que edificaron una sinagoga nueva.

El momento es el momento y ya fue, como lo fueron Artigas y el Taca Taca.

4 comentarios en «Taca taca»

  • Que linda historia la del perruno taca taca y triste final-alguna vez pase por las Toscas en verano. Nunca hay mucho movimiento pero es lindo para los que buscan pasar tranqui.
    saludos

  • Que epoca la de pibe en verano! quien no recuerda la primera mascota. Yo me acuerdo de la primera mía, que fue una tortuguita que traje cuando fuimos a veranear a Rocha. Y tantas cosas, las amiguitas. De veraneo, aunque iba con los viejos, como que tenìa mas suerte con las femes. Como que los arranques de timidez propios de la pubertad no se enteraban cuando estaba de vacaciones.

  • Muy linda la historia de Taca Taca, con el lindo paisje como lo es el balneario de Las Toscas y aparte todo un heroe de raza Taca Taca aunque no la tuviera segun cuenta al principio.
    Saludos

  • Felices de los que pudimos disfrutar de “aquellos tiempos”.
    Una muy linda historia.

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