19 abril 2024
CRÓNICAS

Vaporcito al Cerro

Mi viejo era de Rampla desde que optó por su nombre por la rambla que le dio origen, en el barrio de la Aguada.

Con Moirano, a quien tuve la suerte y el placer de conocer y otros fundadores de aquella época que hoy si vivieran serían centenarios.

Cuando Rampla marchó para el Cerro, el viejo siguió vinculado, porque ya le había prendido de por vida el virus ramplense.

Cuando la crisis del treinta, el viejo, que no era ningún viejo, marchó a trabajar al frigorífico, teniendo el oficio de electricista.

Contaba el viejo que había un yankee que al mejor estilo de Jack Dempsey, el campeón de los pesados de aquella época, salvo el episodio de “El Torito de las Pampas”, el argentino Firpo, que lo tiró afuera del ring y “casualmente en ese preciso momento”, se apagaron las luces del estadio en que se celebraba la pelea.

Cuando se hizo la luz, Dempsey estaba fresquito en el cuadrilátero y continuó esa pelea, la cual ganó y quedó demostrado claramente cómo se manejaban las apuestas y el ranking y la mafia cocinaba en aquellos tiempos, con métodos no muy distintos que los de ahora.

El yankee del frigorífico cuando tenía algún problema con los obreros, se remangaba y le decía “querer trompis o querer trabajar”.

Las cosas se arreglaban con la diplomacia de los puños y sin ser tan delicado, el departamento de recursos humanos de manejaba a las trompadas con los obreros.

Cuando la Compañía del Gas inglesa, vino a hacer el dique seco en el Barrio Sur, los ingleses, acostumbrados a sus andanzas en la India, venían con el sombrero de corcho, los pantalones coros y un látigo.

Este último elemento de comunicación lo usaron una primera, única y última vez, porque el del látigo terminó en el agua bastante averiado y el casco de corcho flotando, en lo que sería el dique Mauá, esto lo sé porque me lo contó el padre de un amigo, ambos muertos actualmente, que trabajó toda su vida en la empresa.

A trabajar al frigorífico se iba en el vaporcito al Cerro y cuando muchísimos años después, me llevaba a mí a ver al glorioso Rampla, me explicaba que en su época, siempre estaban los apurados por bajar del vaporcito y se sentía el grito de “hombre al agua”.

Cuando no caía uno al agua, caían dos, o más.

Me enseñó, con ese sabio consejo, que bajándose el último del vaporcito, no se llegaba tarde, sino que simplemente se llegaba y el que se había caído al agua tenía unos grandes problemas con la vestimenta mojada.

Los viajes a trabajar eran en todas las estaciones del año y no siempre con buen clima, lo que cambiaba radicalmente la sensación de la ropa mojada.

Todavía me acuerdo, después de muchísimos años, la tos de las mañanas de mi viejo, que conservó como recuerdo de los crudos inviernos, en el vaporcito con una bronquitis crónica.

A mis hermanos que me llevaban muchos años de edad, cuando las cosas mejoraron los llevaba en el Ford “a bigotes” al Cerro y su Fortaleza, como paseo familiar con la vieja.

Mi hermano mayor era fanático de Rampla y del fútbol y mi otro hermano no le importaba el fútbol para nada.

En casa se contaba, que una vuelta marchó la familia para el Cerro y coincidió que jugaban Rampla con Cerro.

El viejo, para que mi hermano el gordo, agarrara viaje le dijo, andá que va a haber piña.

Al terminar el primer tiempo y los viejos estaban tomando mate en la cachila, llegó mi hermano el gordo, caliente porque lo habían engañado vilmente, ni una piña hubo en todo el primer tiempo y no quiso volver.

Pasaron los años y me viene a la memoria que cuando entré en circulación, a mi hermano el mayor que me llevaba 16 años, el viejo le daba una moneda de a peso.

Era una moneda de plata que tenía un puma con los rayos de sol poniente que coronaban la imagen del felino.

Tenía dos diferencias fundamentales con la actual.

Aquella era de plata y la actual es de níquel.

La otra, más dolorosa, es que aquella era de un peso y rendía montones y la actual es de diez pesos y no alcanza para casi nada, excepto que te hagan bajar del ómnibus si no la tenés.

Con aquel peso, administrado por mi hermano, nos íbamos caminando hasta el puerto, era una buena pateada, pero la sangre era joven.

Pagábamos el vaporcito ida y vuelta, las entradas al entonces Parque Nelson y a la vuelta íbamos a la Conaprole de 18 y Yi, nos comíamos un pan de leche, parecido, pero mejor que las tortugas de ahora, con jamón y queso, cada uno y dos colettes y cuando llegábamos a casa y le daba el vuelto al viejo.

El peso de aquel entonces fue desvalorizado por mil dos veces o sea que un peso de hoy vale la millonésima parte del peso de plata de aquel entonces.

El parque Nelson, tenía su nombre por haber sido donada la cancha por el frigorífico y le pusieron el nombre en memoria del almirante Nelson, famoso por triunfador en la batalla de Trafalgar en la cual perdió su vida.

En el área que da sobre lo que era el varadero viejo, no crecía el pasto porque la tierra estaba impregnada de sal, por la salazón que se le hacía a ciertas carnes.

No olvidemos que todavía en Cuba, le llaman al charque uruguayo, tasajo Montevideo.

Las tribunas eran unos tablones de madera dura como de tres o cuatro pulgadas de espesor y de ancho más de cuarenta centímetros, el largo no lo puedo precisar porque no recuerdo como estaban empalmadas las tablas unas con otras.

Lo que recuerdo si muy claramente las astillas que se podía ensartar uno, porque era una madera curada por la acción del tiempo o del mar y abajo a unos cuantos metros se veían los afloramientos de las piedras del cerro en punta o filos hacia arriba, como si fueran puñales o hachas.

El que lograra caerse de la tribuna era boleta.

Lo que venía a ser el talud, del lado izquierdo, era más alto que la cancha y si uno no lograba estar en las primeras líneas del alambrado no se veía el arco de ese lado y se enteraba si era gol o penal por los gritos.

La pelota un dos por tres se iba a la bahía y otras tantas al varadero que estaba del lado derecho.

Los D.T. que recuerdo eran el manco Castro y también a Portas.

Los goleros de aquella época recuerdo a Ghietti y después a Pedro Rodríguez, al William Martínez lo vi cuando vino de Nacional y recuerdo a Brazionis, que no era muy delicado cuando marcaba a algún atacante, tan es así que los porteños se la tenían prometida si iba a Buenos Aires.

Recuerdo cuando Manuel Loza quebró al negro Ortuño en el Estadio, no sé si es por la impresión pero hasta me pareció sentir el ruido.

No recuerdo desde cuando soy socio, claro que mi talón dice vitalicio, pero como buenos pobres que somos pagamos a pesar de los años transcurridos.

No existen medallas ni de antimonio, porque la guita que entra no alcanza nunca, a pesar de tener una de las hinchadas más seguidoras, en las buenas y en las malas.

El actual estadio se llama Olímpico, porque se construyó con la colaboración del astillero Tsakos, de origen helénico y de ahí el nombre.

No somos venales, sino simplemente agradecidos con quienes nos hacen la vida más llevadera.

También tenemos el agradecimiento al Peta Ubiña, que se hizo en Rampla y cuando jugó en Nacional muchas veces bancaba a los jugadores cuando se ponían muy exquisitos y querían cobrar por jugar.

Cuando dejó de jugar también con su trabajo en Nacional, colaboraba dentro de sus posibilidades para bancar el cuadro.

Otra gran colaboradora, que a pesar de estar en la otra orilla, no olvida sus amores por estos lares y Natalia Oreiro siempre está en la vuelta ayudando, no solamente a Rampla, sino a obras de beneficencia importantes.

Una vuelta no sé por atención de quién, Nacional nos pasó, al caballito Langón, a Ciengramos Rodríguez, al Rata Núñez y otro crack cuyo nombre no me viene a la memoria en estos momentos.

En el estadio Centenario Rampla con esos jugadores cedidos, creo que por el sueldo que percibían le ganó un partido a Nacional, por el cual nunca más nos perdonarían nada, porque les ganamos con los jugadores que ellos habían dejado hacía poco tiempo.

Uno caminando en la vida, se sorprende la cantidad de hinchas de Rampla que hay, que cuando gana Nacional nos miran y nos dicen que somos de Peñarol y cuando gana Peñarol nos tratan como que somos de Nacional.

La gente es así y no creen que existan hinchas de otros cuadros que no sean los de ellos o los contrarios de ellos.

Encontré mucha gente del interior que eran hinchas del Rampla de su pueblo, cuando bajaron a Montevideo, siguen con el Rampla montevideano.

Conozco uno que era niño y fue con su hermano mayor a ver a Nacional y Rampla y como Rampla le ganó, el hermano menor volvió hincha de Rampla y ya pasaron muchísimos años y sigue siéndolo.

En facultad me encontré con varios profesores hinchas de Rampla que no tenían nada que ver con el Cerro.

Soy hincha y socio vitalicio, como lo fue mi hermano también por herencia.

Tenemos una virtud muy grande los hinchas de Rampla, disfrutamos el triunfo como los mejores, pero sabemos perder, porque sabemos que somos pobres y no siempre la plata en el fútbol hace todo, porque el corazón juega grandes partidos y cuando marchamos se nos arrugan las coronarias pero la bancamos.

Podemos seguir un poco con el barrio con más personalidad de Montevideo, después del Palermo, se sabe…

Que todo sea para bien…

5 comentarios en «Vaporcito al Cerro»

  • Muy buena historia de la epoca de los viejos de cuando se empeso a edificarse la villa- lo que no cambia es que rampla sigue marchando con cerro
    voto por el regreso del vaporcito de la villa
    felices fiestas y mucha salud -paz y plata

  • Estaría barbaro reeditar al vaporcito de la villa del Cerro. Una vez hace unos años se reeditó el tranvía del parque rodo, lo que debe ocurrir es que ahora la villa del Cerro esta super poblada comparandola con la epoca del los 30 hasta el 46 que fue cuando se incendio y dejo de funcionar.
    Mucha felicidad

  • Vamos el RAMPLA todavia.Fue una época linda la que cuentas era un PAIS en pleno auge. Tiempos que nunca volverá, lo que nos queda es ver a Rampla campeonato.

  • ¡Que linda historia de aquella villa del Cerro y el cariño por Rampla! y que lindos recuerdos de la infancia con el viaje en el vaporcito al cerro y el chocolate en la conaprole, y el chocolate ese de seguro que era mas rico que el de ahora.
    BSS y feliz navidad Comouste

  • Muy bueno este artículo; muy bien escrito, vivaz, como si uno lo estuviera viviendo. Quería comentarle que el campo y el estadio de Rampla fue donado por mi abuelo, el Sr. Herbert John Miller, el dueño del Varadero vecino que Ud. menciona y lo llamó Almirante Nelson porque mi abuelo, de origen inglés, era uno de sus admiradores. El predio de cancha de fútbol hacía mucho tiempo, desde el siglo XIX, que estaba trazado, y mi abuelo simplemente lo donó, y construyó el estadio donando los tablones de madera de quebracho de 4 cms. de espesor y 40 cms. de ancho que duraron hasta hace poco. Por ello fue socio vitalicio. No recuerdo la fecha de donación, pero mi abuelo compró el varadero en 1923. La sal que Ud. menciona, y por eso los suelos son salobres (y que aprendí ahora con su artículo) es que antes del varadero había un saladero que hacía el tasajo: el saladero Barraca Blanca de Stanley Black y Co. (1843). Y aprendí también que el vaporcito Villa del Cerro se incendió. ¿Cuál de ellos? ¿El I, II o el III, o todos juntos? Muchas gracias por este artículo tan interesante por el cual aprendí muchas cosas y recordarme de otras. Tengo 76 años. Me gustaría publicar las fotos que publica aquí, si Ud. me da su permiso, ya que estoy escribiendo la historia de mi familia. Me gustaría conocer su nombre, si es posible, para los agradecimientos. Nuevamente, gracias.
    Atentamente,
    Mercedes Christophersen Miller

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