BRICS, Sur Global y el anhelo por un orden más humano
El mundo se ha cansado de los viejos centros de poder y los BRICS nacieron como un susurro de rebelión
No fue solo una alianza económica: fue el eco de muchas voces que, durante décadas, habían permanecido en los márgenes del tablero global. Hoy, ese eco resuena con más fuerza. La reciente incorporación de Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Egipto, Irán e Indonesia no solo amplía la lista de miembros: amplifica un sueño. Un sueño que abarca el 27% del PIB mundial, el 40% de la población y casi un tercio de la superficie del planeta. Una alianza que se extiende sobre cuatro continentes y que, en su diversidad, busca una misma cosa: ser escuchada.
Los BRICS encarnan una paradoja fascinante. Son, al mismo tiempo, símbolo de cooperación y reflejo de tensiones internas. China y Rusia, sus pilares más antiguos, proyectan su poder con una visión centrada en sí mismas, mientras las potencias emergentes —India, Brasil, Sudáfrica y ahora los recién llegados— anhelan un orden internacional más abierto, donde la palabra “equilibrio” no sea solo una promesa.
Entre las líneas de esta diplomacia compleja, surgen los llamados swing states: naciones que se mueven con agilidad entre bloques, sin jurar lealtad permanente a ninguno, buscando espacios para afirmar su identidad geopolítica.
El Sur Global aún no tiene un cuerpo tangible, pero sí un alma. Es una idea que late, que inspira, que crece en los discursos de quienes imaginan un futuro menos jerárquico. Sin embargo, el riesgo es claro: que los BRICS —con su estructura ya consolidada— absorban ese magnetismo, convirtiendo el ideal en instrumento. Pero también hay oportunidad. Las potencias intermedias, esas que no despiertan temor pero sí respeto, pueden aprovechar el impulso. Son naciones con visión y rigor, capaces de tender puentes donde otros levantan muros.
El mapa que se fragmenta, el poder que se redistribuye
India, Indonesia, Arabia Saudí, Turquía, Brasil y Sudáfrica se han convertido en puntos cardinales de un nuevo mundo. Sus ubicaciones, su diplomacia y su infraestructura los transforman en ejes del cambio: conectores entre Este y Oeste, entre Norte y Sur. Ya no son actores secundarios. Son bisagras que hacen posible que el sistema global siga girando, aunque chirríe por momentos.
Su fortaleza radica en la flexibilidad. Han aprendido a navegar las aguas turbulentas de un orden en transición, moviéndose con soltura entre las grandes potencias sin quedar atrapados en su sombra. Cada uno, desde su región, ha encontrado un modo de decir “aquí estamos” —no como satélites, sino como arquitectos de un nuevo equilibrio.
Mientras tanto, los gigantes —Estados Unidos y China— continúan marcando el compás del poder, pero ya no bailan solos. Los centros de influencia se desplazan hacia regiones antes periféricas, donde puertos, corredores energéticos, industrias tecnológicas y reservas naturales se convierten en las nuevas joyas estratégicas. El mapa económico empieza a no coincidir con el político, y esa divergencia es la grieta por la que se filtra la multipolaridad.
El anhelo por un orden más humano
El orden internacional, tal como lo conocimos, muestra sus fisuras. Aquella promesa de cooperación y desarrollo compartido se ha transformado en una red de interdependencias que, en lugar de armonizar, a menudo tensa y desequilibra. Pero también en esa fragilidad nace la posibilidad de cambio.
Ningún país es hoy una isla. La autonomía absoluta es una ilusión que se disuelve ante la evidencia de un mundo interconectado. Las fuentes del poder —energía, tecnología, recursos, conocimiento— se dispersan en múltiples direcciones. Y en esa dispersión, las potencias medianas encuentran su oportunidad: la de construir puentes donde antes hubo fronteras, de redefinir la cooperación no como sumisión, sino como pacto.
Así, el Sur Global se convierte en algo más que un término geopolítico: es una esperanza compartida. Un recordatorio de que el mundo no pertenece solo a quienes lo dominan, sino también a quienes lo habitan. Los BRICS, con todas sus contradicciones, son parte de ese relato: el intento humano de encontrar equilibrio en la diversidad, de que la voz de muchos pese tanto como la de unos pocos.

China tiene pinta de quedarse en el poder, la única forma de sacarla es haciéndola desaparecer con una guerra real. Por ahora las 2 potencias que deciden son EEUU y China, después están los europeos, India, Rusia y los socios de cada lado.