25 abril 2024
CRÓNICAS

Abuelo permisivo

Cuando niño la perra era la Chicha, una foxterrier criolla, aclaremos, que apareció alzada y que no me dijeron, pero la traía una jauría a remolque, la vieja la adoptó, la cual supo dar a luz como cuatro o cinco cachorros, no recuerdo bien cuantos porque no sabía contar y esa no fue la única vez que tuvo cría.

Si tengo presente que el único que le afanaba los cachorros a la perra era yo, porque era celosa defensora de su cría y mordía a todo el mundo, pero a mí creo que me tenía como bicho de su laya y me toleraba cualquier imprudencia mirándome de ojo extraviado, por cualquier eventualidad, pero nunca me gruñó.

Claro que al poco tiempo el que tenía que andar apurado era yo porque lo cachorros se me prendían de aquellos mamelucos caseros, porque la vieja también tenía tiempo para coser a máquina y tejer a mano, y yo arrugaba como el mejor porque los dientes de los cachorros eran como alfileres.

Creo que todo lo hacía por dos cosas, por cariño y porque no existía la Tv, sino Isolina Núñez y su gran elenco o Josefina Díaz en los radioteatros.

Cuando crecí apareció mi sobrino, me acuerdo la alegría de mi viejo por el nieto varón, no conocí a ninguno de mis abuelos, porque llegué con la película empezada, yo era el quinto hijo varón de “la nena” o sea la séptima y única hija del sexo femenino de mis abuelos.

Calculen que cuando yo nací, hacía años que se había muerto la madre de mi madre y el padre por ahí nomás, y mi viejo había quedado huérfano a los dos años de madre y a los doce de padre.

Cuando llegué al mundo, la partera doña Aída Vasalucchi le gritó “varón Mario” y mi viejo la mandó a la quinta madre que te disparó (suena parecido pero no dice lo que el viejo dijo), porque era la quinta nena que esperaba y no vino, todos machos.

Sin perjuicio de ello y ante mi llanto posterior a la palmada vital, la Chicha se coló en la sala de partos (léase dormitorio) y mordió a la partera, tal vez como forma de pactar una relación vitalicia por su parte.

Cuando mi sobrino, rubio de ojos celestes, empezaba a caminar, mi viejo dijo, “es igualito a mí” y le dio un infarto y quedó seco.

Pero mi sobrino tuvo más suerte porque conoció tres abuelos.

La vieja cuando empezaba el verano, cuando terminaban las clases en la escuela, porque ella era maestra, rumbeábamos para una casita de balneario que teníamos, el perro de ese entonces era el Nicola, porque era rabón, no tenía cola, “ni cola”.

Era un foxter criollo de cuatro ojos, malarreado como él sólo, que cuando una vez le fui a dar un beso a mi vieja porque iba a salir, dio un par de saltos y quedó arriba de la cama y me mordió la nariz.

Como represalia lo levanté en la pata y trascartón tuve lío con la vieja, como le iba a dar una patada el perro de ella si apenas me había mordido nada más que la punta de la nariz.

No piense mal, era la nariz de respirar, si el mango de la cara.

Estábamos en la casa del balneario y mi sobrino tendría tres años, no más, y lo traje de la playa, fundido, asoleado, tal vez extrañando a su madre y andaba remilgando para comer.

Estaba pesado, de puro cansado el pobre, y la vieja con esa rapidez que tenían los maestros de antes le dijo “a comer” y le dio un revés cortito, el que quedó amartillado para darle los siguientes.

Mi sobrino ni lloró, comió todo lo que había en el plato y le dijo a Nicola “vamos Nicola” y marcharon los dos para la cama a dormir la siesta.

Para evitar esos reveses siempre listos yo tenía la costumbre de cuando lo veía venír levantaba el codo y se reventaba los dedos contra el codo mío, que era puro hueso.

El tirón de pelo con el corte a la americana se le hacía difícil porque se quedaba con los dedos juntos y no podía agarrar ni una mecha.

Pero la tenía muy clara, si hacía algo que pudiera dar lugar a alguna reprimenda, lo mejor era no quedar acorralado, como ir al baño cuando me mandaba a lavarme las manos, porque ella tenía muy buena memoria, atropellaba con la chancleta en ristre en la mano y cerrando la puerta del baño le era difícil al suscripto evadir la sanción.

Eso es lo que hoy llaman violencia doméstica, a nosotros nos sacaban derechitos, sin complejos y los de ahora salen bien torcidos y derecho para el psicólogo.

El viejo nunca levantaba ni bajaba la mano, porque sabía que tenía mano pesada, pero empezaba a rezongar y no la terminaba nunca.
Recuerdo bien que siendo menor y estando el viejo en Montevideo me llevaron en cana por afanar sandías.

Eso siempre fue y será habitual en la zona rural vecina a centros poblados, aunque ahora es más grosero el robo y más fuerte la represión particular o policial o ambas.

De noche, con otros muchachos, entrabamos entre los alambrados perimetrales a una quinta cercana y sacábamos un par de sandías cada uno.

Hasta había aprendido a apretarlas y cuando crujían era porque estaban maduras.

Todo fenómeno, una noche, cuando íbamos a procurar nuestra sandía de las buenas noches, los perros de otras quintas andaban ladradores y alborotados por algo y eso que nosotros íbamos por el monte.

Entramos a la quinta por entre los hilos del alambrado de ley y cuando andábamos tanteando las sandías sentimos”préndele” y me tiré al piso y el estampido de la escopeta sonó bien fuerte y cerca, tanto que las hojas de las plantas de sandía me chijetearon la cara y el pelo.

Acto continuo achatamos la pezuña y como alma que lleva el diablo a todo trapo a cruzar a oscuras el alambrado otro tiro y los chumbos se sentían pegar contra los alambres.

Yo andaba de franciscanas, esas sandalias como las que usa Mujica para presenciar la toma de posesión del cargo a los ministros en verano, pero eran más berretas, las del hombre son de las buenas, las mías se me salieron del pie y corría por entre los caraguatases, pura espina, en pata y con la sandalia acollarada en el tobillo.

Vuelta otra vez un tercer tiro y el ruido de los chumbos en las hojas de los eucaliptus que estaban en el rebrote después de la tala.

Corrimos cuatro kilómetros y medio sin parar y cuando llegué a mi casa, en el cordón de la vereda estaba sentado uno de los dos muchachos del pago que me habían introducido en el tema del afane de sandías y como nortearse en el monte de noche y sin luna.

A los pocos días me para el encargado del destacamento de policía que estaba en otro balneario, y me dijo “así que vos sos de la banda de los rompebombitas”.

Parece que unos bobetas andaban rompiendo bombitas de los faroles de las casas desocupadas y dejaban un cartel diciendo que eran de la banda de los rompebombitas.

Me apremió, bah… me corrió con la vaina y me reprochó, como quien no quiere la cosa, que también andábamos afanando sandías.

Esto último lo malició, sin ningún fundamento, simplemente tiró verde para recoger maduro.

Entré como un belinún y medio me encocoré y le dije que “afanar sandías si, pero romper bombitas no”, la cuestión era defender el honor herido por una acusación falsa válgame dios.

Se la di servida en bandeja, al milico que andaba haciendo méritos con nosotros y los menores que se escapaban de la Colonia de Menores de Suárez, hacían cualquier destrozo en las casas y no los veía ni en fotografía.

Nadie había denunciado el afane de sandías, sino que el propio milico para hacer méritos y que le dieran alguna sandía de garrón o que le debieran un favor, fue a decirles a los quinteros que hicieran la denuncia y a levantar la firma de la misma.

Claro que me llevó detenido hasta casa y me dejó en custodia de mi vieja, y no pidió el cierre de fronteras para mi persona por esas cosas, pero se trabajó un autoridad autoritativa, un agrandado como tortuga con patines.
La vieja estaba encantada conmigo, pero no me levantó la mano, porque ya era grandecito y con la calentura que tenía me podía reventar bien reventado, por esa torpe fechoría.

Cuando llegó mi viejo se enteró por la vieja, porque no era época de celulares ni de andar amolando por teléfono al que estaba trabajando.
Visto y considerando mi récord me dijo “esta vez si que la hiciste buena” y nada más.

No me levantó en la pata, no me dijo nada más.

En esos momentos hubiera preferido que me reventara a patadas, para compartir la culpa y no ese silencio ensordecedor.

Al día siguiente fuimos al destacamento, a uno de los de la barra que tenía 18 años lo mandaron a la Cárcel de Canelones, eran otros tiempos.

Como a los quince días me tuvo que llevar al Juzgado de Pando, donde me tomó declaración una recepcionista, la cual estaba pensando que gastaba papel y carbónico al santo botón y perdiendo el tiempo, no lo dijo, pero me lo dio a entender y eso que yo era un gurí grande.

Después al poco tiempo llegó una citación y mi viejo me tuvo que llevar a la Cárcel de Miguelete, para que me revisara un psiquiatra y me tocó el Dr. Reyes Terra, que había sido profesor mío en Ciencias Naturales, materia que me gustaba mucho y con él tuve muy buenas notas con matices de sobresaliente.

Cuando me vio me dijo “y vos que hacés acá” cuando vio el expediente, no me preguntó nada y me mandó para mi casa.

La saqué muy barata por ser menor, no como el otro que marchó a la Cárcel de Canelones, pero en casa la cosa no fue nada barata porque perdí absolutamente todos mis derechos “al pataleo”, “al no me gusta”, “al no quiero”, “al que vaya él”, todo por el Sargento o Cabo Ballesteros, hijo de una gran siete, que ya debe estar muerto y reducido y todavía me acuerdo del nombre.

Pero me sirvió de lección para toda la vida.

Lo del grado del policía no lo sé, ni nunca lo supe, porque siempre me hice lío con las barras en la manga y tampoco me importaron, porque de haberme importado las hubiera aprendido, conforme aprendí tantas cosas que no me interesaban pero que tenía que saberlas.

Volviendo al tema inicial a mi nieto lo hecho a perder en todo lo que se le antoje a él y a mí y los padres que se la banquen.

A pesar de sus dos añitos y medio somos algo así como amigos.
Le regalo lo que a mí se me antoja y lo que el chiquilín quiera, eso sí siempre cosas que no sean necesarias, que ocupen lugar e inclusive que ensucien.

Todavía no hemos llegado a la etapa “perro”, porque puedo perder a una hija.

Si se trata de ropa o zapatos que se los compren los padres.

Cuando le regalo un juguete siempre compro alguno que sea para un ser un par de años mayor, no para que le dure, sino para motivarlo a que aprenda cosas de un nivel más adulto.

Solamente me fijo que el apercibimiento no sea para que no se trague nada chico y se ahogue o tóxico.

Con eso tendría grandes broncas con mi vieja, porque ella me hizo entrar a la escuela en primero con siete años, porque la niñez era para jugar y ya tendría tiempo para aprender.

A la madre de mi nieto, la hice entrar a los cinco años, porque desde los cuatro escribía palabras copiándolas y para qué iba a pagar un año para que fuera a aburrirse en la jardinera.

A ella le hacía escribir Nabucodonosor y al chico se lo dije un par de veces y ya lo repite.

No sé si a este tigre chico lo veré en la escuela, porque no sé cuánto hilo me queda en el carrete de la vida, pero voy a tratar de motivarlo para aprovechar la bolada y dé lo mejor de sí, que mientras pueda yo me encargaré del resto.

Trataré de que lo adelanten lo más posible para que pase lo mismo que con la madre.

Con esta pruebita, se me recibió de abogada a los 22 años, dije me, pero la que lo hizo fue ella, totalmente ella y después como quién no quiere la cosa terminó otra carrera universitaria, similar pero distinta y por si las moscas.
Para fin de año me regalaron un par de libros de cuentos de animales para que se los leyera a mi nieto en la falda, como si a ese matrero lo pudiera dejar quieto en mi falda.

Resulta que los cambié, porque el sujeto conoce los nombres de todos los animales comunes y no tan comunes, porque le he regalado libros de animales, rompecabezas de animales, muñecos de animales.

Al perro le dice perro y no guau guau.

Ahora se sabe los nombres de los dinosaurios y me supera porque yo no paso del tiranosaurios rex ni del brontosaurio y el los caza al vuelo, aunque le compré uno a pilas que camina y brama cosa que lo asusta y achica, por ahora.

Ya se hará matrero.

Los rompecabezas de mi época que ahora se llaman puzzles los arma como con asco, con displicencia.

Las piezas que no les encuentra acomodo las pone para un costado y va armando las que ve y luego busca en el montón lateral las que le faltan y en un par de minutos arma uno de 60 piezas, lo tengo medido.

Pensar que la madre cuando era chiquita me preguntó una cosa que no se la supe responder y me dijo, “pero como vos no sabés todo”.

Con este enano me va a ir peor, porque me agarra de vuelta, claro que sabré disimular que no lo sé todo.

Y ya que estamos que todo sea para bien…

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