De comerse se trata
Después de andar trescientos millones de años o cuatrocientos, hacia el ideal que se había propuesto, la Naturaleza llegó, apenas, a instalar un restaurante de mala categoría, una fonda, un merendero, un fast food sería demasiado lujo.
Pese a la reserva de sus energías y tesón, con que tanto se esmeró y al asentarse los resultados parciales que obtenía, en su tranco cansino para llegar a ser el hombre, la Naturaleza nunca pudo evitar las circunstancias o situaciones doble propósito o de doble filo, que le dicen.
El creador inventó la hormiga, a la que tienen como maestra de laboriosidad y de ahorro, claro que de democracia esos bichitos saben poco, o mejor dicho practican todo lo contrario, porque para cruzar un charquito de morondanga, hacen puentes de hormigas ahogadas en el intento, y pasan por arriba las restantes, la reina como buena reina no labura ni por decreto, laburan las obreras, sin descanso, ni régimen de las ocho horas, ni ley de la silla, sin aguinaldo, ni jubilación, claro que ellas son anteriores a don José Batlle y Ordóñez.
El individuo aprendió de la hormiga a llevarse todo para la casa con la ayuda de los parientes y anexos relacionados ut supra y la vive poniendo como ejemplo de la laboriosidad, claro que él espera ser empleado público, una especie de cigarra, pero sin cantar porque para eso no sirve, sentado en el escritorio o meterse horas en el baño o cualquier otro recoveco bien ventilado, sin que lo vea el jefe, no por no laburar, sino porque está prohibido fumar, pardiez, fumar tabaco en el empleo o lugares públicos nunca, es la norma y cuando uno osa pasar por la calle cuando a l@s emplead@s, los dejan salir a la puerta a fumar y le zampan en la trompa propia la bocanada de humo usado, revuelve las tripas.
Ahora que salió la tan mentada ley, espero que la bocanada del humo de la maruja, no me deje drogie.
Volviendo a nuestra homenajeada del día, la hormiguita, el día que agarró para el cantero de los tomates, o las flores de la plantita y la plantita también, la mató con agua y kerosene, luego con DDT, gamesán u hormigol con alfa, darle con el hacha y tiza.
Todo para salvar a los tomates o las flores de la plantita, pues aspiración muy natural dentro del esquema que el hombre le ha ido dando a su vida, tuvo que sacrificar a quien le había enseñado por medio de las fábulas de Jean de La Fontaine, que cuando escribió sobre la Cigale et la fourmi, nunca le habían atracado para el lado de los tomates o de las flores de la plantita y la plantita también o el Fulano nunca se agachó para plantar nada y compraba todo hecho y escribía temas livianos.
Justificado por el sagrado derecho de la defensa de sus intereses, el hombre logró que no lo castigaran por tal tropelía, lo cual aparentemente, merecía.
De ahí quedó inventada la cintura para acomodar el cuerpo y no cumplir con el deber pactado y hacer la vista gorda, mirando para el otro lado, silbando bajito, como quien no quiere la cosa.
Dentro del individuo, no obstante, se desarrolla un drama entrañable, por sus entrañas, no por lo añorable, producto por otra parte de las circunstancias doble propósito a que hemos hecho referencia y en este caso tenemos a los fagocitos.
Los fagocitos son unos organismos unicelulares que se tienen dentro de uno, para que se coman lo que puede resultarnos perjudicial.
El hombre se corta con la hoja de afeitar o se pincha con un alambre y en seguida, los microbios, que andan en la vuelta a la pesca embalan, desde afuera y se zambullen, hacia la abertura, ya sea una pinchadura o un tajo.
Pero cuando ya parece que se van a ir con la de ellos, llegan desde adentro nuestros defensores los fagocitos y establecen lo que en la guerra llaman la cabecera de puente.
Pero, siempre hay un pero, resulta, que, a veces, los fagocitos resultan ser macrófagos, o sea que comen en grande.
Se les llama macrófagos a esos que después de comer todo lo que decía el menú, se mandan hacer una costilla con papas fritas y huevos fritos con puntilla (todo un arte dado por la temperatura del aceite), eso sí, bien cocidos por la salmonella para no tener que empezar con otra historia microbiana.
En consecuencia, los fagocitos, terminan con lo perjudicial, empiezan a meterle diente a todo lo que, mal que bien, puede ir tirando, en una palabra hacen una poda radical.
Los macrófagos, fagocitándose pulpas nobles, devorando todo lo duro de las partes blandas y todo lo blando de las partes duras, llegan a producir gran daño.
El viejo calandraca, que le dicen, es un resultad de la voracidad de los macrófagos, los defensores abusivos del individuo.
Reconstruyamos una escena ilustrativa: la fagocita vieja, soñando en sus buenos tiempos, ya idos, de andar y se pone tejer un pullover en el zaguán del bazo.
En eso llega el fagocito adolescente.
Mimoso, consentido y viene con hambre reclamando comida.
La fagocita vieja, corazón de madre, al fin mira, dulcísima, al postulante por arriba de los lentes, y accede.
El fagocito, autorizado en esa forma y constituyendo, como constituye, una parte del individuo, le empieza a comer, las pulpas que se necesitan para mantener columna vertebral flexible.
El individuo, pues, no es ni una máquina maravillosa, ni un laboratorio es una fonda, un fast food del bicherío.
De tal manera que por mediación de los fagocitos se pasa la vida masticándose a sí mismo.
Nada más explicable, pues, que luego trate de compensarse tragándose a los demás seres vivientes de dos o más patas.
Pero el individuo tiene suerte, porque un tal Dr. Alexander Fleming un día dejó destapado un recipiente con unos bichos dañinos para la salud y le cayó un hongo y al otro día todos los bichos dañinos estaban muertos.
El individuo ni lerdo ni perezoso, fomentó esa guerra entre hongos y bichos dañinos y con la penicilina y otros antibióticos contuvo la guerra, pero nunca se sabrá hasta cuando…, ni a qué precio…
Que todo sea para bien…
Depende en donde este en la mesa y en el miundio es lo que te sirven…