Decomiso criollo
Lindos tiempos aquellos, éramos todos jóvenes, sanos y sin un peso, para gastar en cosas buenas, pero para las bandideadas siempre aparecían los pesos, las colectas, etc.
Era afortunado, tenía un Ford A del 30, un doble faetón, con capota, puertas que se abrían solas en las curvas y no se cerraban con llave, no tenía que usar cinturón de seguridad, ni air bag, me daba 70 kms. con 20 litros, a más de 45 o 50 kms por hora, le venía el parkinson y a los guardabarros les entraba una tembladera que ni te quiero contar, freno a cinta, complementable con un ancla a tirar oportunamente, claro que siendo estudiante y con un empleo lo podía bancar.
Estábamos estudiando Comercial con un viejo profesor, fallecido hace muchos años, el hombre era bastante rasquetón y pico, no sonreía ni por decreto, claro que tenían sus debilidades.
No tuvo hijos y los alumnos oficiábamos de tales y los rezongos eran un valor que pagábamos por nuestra condición de tales.
Uno de los compañeros se enteró que era el cumpleaños del hombre, hicimos una colecta y le regalamos una pipa, la cual sin perjuicio de haberle gustado mucho, no fue óbice de que no nos siguiera rezongando como a gurises chicos.
Fue plata mal invertida y bueno no se puede ganar siempre.
A nadie le regaló la nota, desde el primero al último salvamos con BR, nota de promoción, claro que previamente nos aclaró a todos, bien clarito, que debería leerse los BR, como R y por ende hubiéramos perdido todos.
Era un palo para endurecernos el lomo después de tantas caricias, que en paz descanse el buen hombre, hace mucho que no está más con nosotros.
El viejo había dejado el sombrero, de esos tipo yipi yapa, arriba de un asiento y el organizador de la colecta pro pipa, dijo por lo bajo una palabrota y le aplastó el sombrero.
A la salida de la reunión un compañero Pichonero, le fue a hacer una consulta de garrón y el viejo mientras que con el puño le daba forma de sombrero al sombrero, caliente como relleno de chinchulín, le dijo que las consultas las evacuaba en el escritorio, cobrando honorarios por supuesto, y bien calentito siguió su rumbo, no dándole oportunidad para nada.
Unas compañeras consiguieron un apartamento para ir a pasar a máquina los apuntes para de esa forma tener un ejemplar prolijo, legible, e individual para hacerlos subrayables para poder estudiar en ellos para el examen, cada uno en el ejemplar suyo.
Fuimos a un hermosísimo apartamento en Pocitos, paré la cachila en la puerta, creo que no me la robaban porque no la podían mantener.
Cuando entramos al apartamento se nos cayeron las medias, era de un lujo asiático, todo con luces indirectas, por ejemplo había mesas ratonas con la tapa de mármol blanco, la que tenían oculto en la parte inferior un tubo luz que daba por trasluz un tono celestón a todo el ambiente y especialmente suave.
Sentimos toser, tos de fumadora, a una mujer en un cuarto del que no salió nadie a saludar.
Nos metimos o nos metieron a todos, en un cuarto de ese apartamento ajeno, en que había una mesa redonda, también de mármol blanco, que tenía cuatro máquinas de escribir ubicadas como para cuatro dactilógrafos.
Las máquinas a tracción a sangre, pero no esos pedazos de fierro con las que trabajábamos en las oficinas luchado con el peso de todas y cada una de sus teclas, como las Remington, o la Underwood, sino máquinas modernas, livianas de teclado como las tipo Hemes, Smith Corona, etc.
Había algo en el ambiente que no me cerraba, la mujer que tosió y no saludó, tamaño apartamento despoblado y prestado a una de las compañeras.
Lo normal era que en las casas nos saludaran, los padres, los tíos, los hermanos, nos arrimaran un termo de agua caliente para el mate y corujeraran con quienes venían las nenas.
Como quien no quiere la cosa una de las compañeras dijo que la señora de la tos, estaba en “la clande”, si clandestinidad.
Glup, tragó el suscripto.
Al rato que el apartamento era “un aguantadero”, glup, nuevamente.
Como broche de oro que las máquinas de escribir eran decomisadas o expropiadas.
No quería pasar por un achicado, pero estaba desesperado por tomarme los vientos, era el único pensamiento que corría por mi cabeza, estas desubicadas de miércoles, nos habían metido en un aguantadero, tatucera, ratonera, o lo que fuera, quien sabe cuantos chiches había ahí, que nos hubieran valido algún tiempito a la sombra y sin necesidad absoluta de estar en ese baile.
Escribí lo que me tocó a una velocidad supersónica y copié lo de un par de compañeros que no habían terminado lo suyo, pero en mi caso, con tal de borrarme de donde estaba, hasta habría limpiado el apartamento de punta a punta.
Salí lo más rápido que pude, siempre con la cabecita que me zumbaba pensado en los tiras que me habrían tomado la matrícula de la cachila, las futuras identificaciones de las impresiones digitales en las distintas teclas de las máquinas de escribir, cortar inmediatamente relaciones con las damas que nos habían metido en la ratonera y que nos habíamos salvado, hasta ese momento, de pura casualidad aunque en definitiva no habíamos hecho absolutamente nada, salvo esas tres malditas palabras que nos dijeron sin ninguna necesidad.
Después de las vueltas de rigor, y como si me hubiera pasado poco, cuando llegué a mi casa, di la vuelta en redondo en la mitad de la cuadra, para dejar mi vehículo enfrentado con la camioneta de mi hermano, para que para golpe, con para golpe, si querían afanar alguno de los dos se les iba a complicar la vida empujándolos.
Me bajé y cruzaron de la vereda de enfrente unos señores de particular y se arrimaron al vidrio de atrás de la camioneta de mi hermano y hablaban por radio desde un auto desde la otra vereda.
Les pregunté que pasaba diciéndoles que la camioneta era de mi hermano y con unas linternas me mostraron una matrícula de automóvil, que estaba tirada en el piso de la camioneta.
Me preguntaron y les contesté que era la matrícula de otro coche viejo que habíamos tenido y que la usábamos en el piso para tapar un agujero, para que cuando llovía evitar el efecto bidet cuando agarrábamos un pozo lleno de agua.
Sentí que seguían hablando por radio desde el vehículo de enfrente y daban el nombre de mi prefallecido padre que surgía de la matrícula de la camioneta y yo me metí en la casa.
Me fui para la pieza del frente y por la persiana miraba los movimientos de la calle en su ir y venir.
Tocaron timbre y volví a salir, ya sin saco, más de entre casa y me dijeron que esa matrícula no era del vehículo que yo les había dicho sino de un Chevrolet y ahí les dije que me había equivocado y que la había encontrado en la calle.
En ese momento sentí un ruido metálico y me di cuenta que le habían puesto de vuelta el seguro a una ametralladora chica que había tenido su caño en mis costillas, sin enterarme, todo el tiempo.
Mis esfínteres estaban en perfectas condiciones porque con tanta ida y venida y el broche final de la velada podrían haberme jugado una muy mala pasada, con la vergüenza de al otro día pedir que me lavaran toda la ropa interior y los pantalones, pero por suerte no fue así.
Sin comerla ni beberla zafé de tener que probar que no había hecho absolutamente nada y tenía una cola de paja atroz y hasta ahí llegó mi aventura causal y fortuita….
Que todo sea para bien…
Que lio mama, por un pelito no fue vaca, yo tengo una de esas maquinas de fierro guardada ni se donde y ni me acuerdo de la marca, era de mi tio y si tengo que escribir en eso me muero, con el teclado de las compus cuando cambias de marca lo sentís, asi que te imaginas precionando esas teclas de fierro, de terror.