19 diciembre 2024
CRÓNICAS

¿Qué es la vida?

Por eso es que el hombre sano, fuerte y fornido se muere de repente, (antes era así, no se morían de un infarto, una accidente vascular o una apnea o un trombo desacatado que se te aloja en un centro vital), y el enfermo eterno ese que tiene todas las nanas y dos o tres más cuando se le pregunta, y a su vez averigua por algunas otras para ponerlas en su itinerario y no muere nunca.

Cuando otro de los franceses hablaba del cuerpo humano decía: “iLe corps? C’ est ne peut etre qu’ une maladie del’ esprit”.

El cuerpo es una enfermedad del espíritu.

Claro que este último había copiado esa frase de una de las “Máximas” de Epicteto: “El hombre es un alma ínfima que sostiene un cadáver”.
Para Epicteto, pues, era normal el muerto que camina… y eso que en aquellos tiempos, los griegos estaban para muchas cosas modernas como el homosexualismo, pero no festejaban Halloween, trampa o treta.
A la huesuda no la arreglamos con unos caramelitos revenidos, ni con maníes apolillados.

Cuanto más normal es el individuo, en el sentido de la norma media, cuanto más normal es por mejor corresponder sus características a las de un promedio general, menos se da cuenta de sí mismo, se masifica para mal.

Claro que lo normal es anormal, porque lo menos normal que hay es lo que llamamos normal, porque cada uno tiene sus dentres y sus agachadas.
El anormal, por el contrario, se tiene a sí mismo a cada rato.

Se siente vivir, cruje de tanta alegría de vivir que tiene.

El anormal es un sensitivo, pero gracias a su hipersensibilidad se da cuenta antes que los otros del peligro.

Y se pone en guardia a tiempo.

Por eso fue, asimismo, que un filósofo manifestó que para él, el “hombre normal” era el burgués, aunque en los nuevos tiempos anda bastante desmonetizado, poco cotizado, dijo que “únicamente los burgueses se resquebrajan” y pienso yo que debe ser de tanto estirarse al sol en la playa.
El anormal, por angustiado, siempre está pronto para todo, porque una de las funciones de la depresión, de la angustia, del miedo a lo posible, es la de preparar al individuo para que no lo tome por sorpresa ninguna catástrofe, ya sea un tsunami o que a la nena soltera le prenda la vacuna o se le llena la cocina de humo.

Como aquella que la mandaron a la casa de una amiga a que le dijera que se le había muerto la madre, pero no de repente, sino que le aflojara las cosas despacio y fue todo el camino pensando decir “que tu madre está enferma”, “que tal vez esté grave”, o “un poco más grave”, toca timbre y cuando la atiende la amiga le dice a boca de jarro “se te murió tu madre”, lo juro por esta bendita luz que me ilumina, baguala, baguala y verídica.

Es el tipo que vive siempre un poco asustado, medio asustado, pero para nunca como para llegar a asustarse del todo.

La angustia procede como esos que dan las malas noticias de a poco…, cuando me tocó hacerlo a mí, la primera vez lo dije de un saque y por teléfono y me puteó el doliente, y la segunda, le dije a un amigo “mirá que tu madre estaba muy viejita”, no sé si fue por mi cara, o por haber dicho “estaba”, pero chapó en el aire que la doña se había pelado para la quinta de los ñatos.

Refiriéndose a la longevidad de los hombres inteligentes, dijo Sarmiento: “¡Al hombre le resulta fatal ser bruto!”.

Creo que Sarmiento no estuvo feliz porque conozco tanta bestia que no se muere ni andando en moto prestada.

En su obra “El hombre normal … es otro desconocido’’, recuerda contador que hacía los cálculos actuariales para algunas Compañías de Seguros, en el mundo donde no existen tantos monopolios, como ser en EE:UU., tras averiguar los antecedentes mentales, espirituales y psíquicos de los postulantes a seguros de vida, les cobran el doble o el triple de la prima a los idiotas, con un test se dan cuenta enseguida o mirando quienes son los beneficiarios.

Ser idiota en ciertas condiciones es ser normal y hacerse el idiota es de vivanco.

El tipo normal es aquel que cuando encuentra dinero lo devuelve, no el que le pone el pie arriba para que el otro no se dé cuenta, el otro es el amigo que está con él y se le cayó el dinero y se quiere sacar al amigo de arriba para empalmar la guita.

Porque hay un tipo de idiota al que José Ingenieros, en “El Hombre Mediocre”, consideraba “hombre normal” para el sabio siciliano argentinizado Giuseppe Ingenieri, antes de que le tradujeran el nombre, consideraba que el hombre normal era un tipo mediocre, que el que devolvía el dinero encontrado era un tipo mediocre.

Para los franceses, el “hombre normal” es el antiestético burgués.
Para los alemanes es “el pirata impermeable a la belleza, al arte y a la poesía”.

Una especie de “Monsieur qui ne comprend pas”… o sea un tipo que no chapa niente, capisce.

De acuerdo con el criterio sociológico que se emplea para establecer la normalidad del individuo, se entiende como “normal” a aquel que participa de las características de la mayoría.

El “hombre normal”, pues, es el “homme a la rue”, “the man of the street”, “il nomo cualúnque”.

O sea el hombre de la calle, un hombre cualquiera.

De acuerdo a lo dicho el “hombre normal” podría identificarse, siguiendo los behavior paterns el criterio expuesto, al de tales características podríamos calificarlo como un cero a la izquierda.

Es el tipo que sólo, como ocurre con el cero, no vale nada, pero que valoran a otros que ya tienen algo de por sí ubicándolo a la derecha o a la izquierda, ahí puede valer más o nada, depende de la diestra y de la siniestra.

El “hombre normal”, según lo que se entiende generalmente, es aquel que vive sistemáticamente organizando, planificando, dentro de un sistema de vida invariable y convencionalmente correcto, para no llegar después a nada.

Un amigo minuano gran probador de cerveza, me decía, “mirá hermano, nosotros los pelotudos (sic) no tenemos que hacer planes y menos a tiro largo”.

Si tendría razón que hace una tropa de años que se murió el Cotorra.
Pero el tipo olvida que ese sistema se lo hizo él… el es el culpable de haber construido sus propios sistemas, “son como los hilos del platino que se ponían en los telescopios para dividir el camino en partes iguales.

Esos hilos son inútiles para la observación exacta de los astros; porque no están en el cielo sino que los puso el hombre y no cambian para nada la cosa.

Es bueno que haya habido hilos de platino en los telescopios, pero es necesario que el observador no olvide que fue él quien los puso ahí.
“El hombre normal” es aquel que “llama a las cosas por su nombre”.
Pero que también olvida que fue él quien les dio nombre a las cosas.
Nada se opone a que ellas, en su misterio más hondo, en su propia y tremenda identidad, se llamen de otra manera…

Recuerda el especialista aludido, que ese, era, también criterio aconsejado por D. H. Lawrence.

Pero David Lawrence, en “El amante de Lady Chatterley”, afirmaba que “lo normal es lo natural puesto en su lugar natural”, y muy cierto que en ese libro se ponen las cosas muy en su lugar y en reiteración, todos menos el marido porque como decía una vieja de campaña sobre su marido que “era imponente” igual que Lord Chatterley.

Y el tipo normal común es el que “inventa” lo que luego ha de considerar “natural” con la mayoría.

Para evitarse preocupaciones y “vivir sentado cómodamente sobre su sistema”, a esta altura cabe reconocer que uno de los sindicados como anormales por la dicha mayoría, es el tipo que no se adapta al mundo…

Es como esa falsa verdad que dice que la excepción confirma la regla, pues muy señor mío si hay excepciones entonces la regla no existe, no es válida como tal.

Pero sería cuestión de preguntar: ¿Y el mundo… es normal?.

Los pantalones de baño cola less, las el budín de pan, la música clásica, el Derecho Penal, los zapatos con cordones, el “Dahiquiri”, los soutiens sin breteles son tales o son fajas altas, las armas bacteriológicas o los huevos fritos con pespunte, son cosas normales?

Con qué derecho puede ser tratado de anormal quien no se adapta a ellas, que son las que dan la tónica a este momento del mundo, por aquellos que, habiendo convenido en normalizarlas, se consideran a sí mismos normales sólo merced a obstinarse en no advertir la normalidad cuyo repudio por parte de algunas minorías selectas o circunstanciales hace que sean, estas minorías, tachadas de anormales?

Hay un libro que uso de cabecera y se llama “Historia de la imbecilidad humana” de Paul Tabori, el cual no hay necesidad de explicarlo, porque el título sólo de la obra es su compendio.
Los locos, los pobres locos y la sensatez que nos enseñan… cuando los vemos seguir con el dedo el camino que recorrió la inexistente lombriz y nosotros no sabemos atrás de qué ni a dónde vamos…
Que todo sea para bien…

Un comentario en «¿Qué es la vida?»

  • Yo lo veo mas simple..Todos no somos cientificos y menos invententores de cosas utiles, todos no somos revolucionarios y menos libertadores, y menos que menos heroes…o sea que a los que se les hacen monumentos no es a la gente comun.

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