4 mayo 2024
CRÓNICAS

Un amigo como pocos

Compró 39 vaquillonas holando y los otros animales los tenía a engorde.

Siempre en la búsqueda, aparecía un laboratorio y le ofrecía un producto gratis y él se tomaba el trabajo extra de controlar los rindes de la pesada, todos los días, para la estadística y para saber cuántos kilos ganaba el bicho y de esta forma sacaba más kilos y más rápido, con lo fundamental que es ganarle tiempo a un campo chico.

Se enceraban los bichos y se pesaban bajo agua o un sol calcinante, todos los días, eso era lo convenido, sin perjuicio de que la gráfica le servía al laboratorio, le engordaban los novillos a él.

Lo del tambo se fue armando, las cosas empezaron a rodar bien, puso la máquina de ordeñe, un termo para la temperatura a cinco grados, que iba moviendo la leche para que no se asentara la crema y al final entraba un camión tipo cisterna que con una manguera y un contador sabía lo que levantaba y también el índice de grasa.

Con la ordeñadora, se ganaba en eficiencia, con el tambo no se perdía leche por problemas de temperatura y la grasa le daba un surplus al precio y el cuenta litros.

Todo bajo control, ligero y distraído abstenerse.

A los dos nos gustaba una raza de perros, nada que ver con el campo, pero todavía los sigo criando, voy en la quinta generación discontinuada de esa noble raza animal y no los cambio por nada.

El Gordo tenía una hembra con todos los papeles y estaba por entrar en celo, nos fuimos a la exposición del Kennel en la Rural y nos pasamos una fría tarde mirando como juraban los perros que nos interesaban y cuando salió el gran campeón, del que antes de consagrarse, ya nos habíamos hecho hinchas, era como si hubiera sido nuestro el hermoso animal.

El que no está en la cosa no puede concebir que se aplauda a un gran campeón ganador y así lo hice.

Hablamos con el dueño del Middas, cuando se trata de grandes campeones, no cambian el servicio por un cachorro macho, sino que hay que ponerse y en verdes, pero así también valen los productos de la lechigada.

La India entró en celo y la encerró en una casilla de madera con puerta de tejido y todo, pero no hay impedimentos perrunos, cuando el amor es grande, el Cacique, que de cacique lo único que tenía era el nombre, un perro marca viruta, parecía un chorizo alemán, pero con patas cortas, cuatro ojos y algún pelo de alambre que le salía por algún lado.

Cuando íbamos a llevar la perra al servicio no sé qué inconveniente tuvimos y se nos pasó de fecha, por suerte.

A los 60 días la India daba una progenie espantosa, eran como aperiás negros.

El Cacique había logrado su propósito, a pesar de las patas cortas y el tejido que le impedía tener n acceso adecuado, se dio maña con la colaboración de la India, mucho pedigrí, pero liviana de cascos la moza y se dio maña para que le prendiera la vacuna.

Menos mal que se nos complicó, porque si la hubiéramos llevado y declarábamos bajo juramento el servicio ante el Kennel, no sólo hubiéramos tirado la plata a troche y moche, además que la declaración jurada hubiera sido falsa, y nos podríamos haber ligado alguna sanción como socios, sin comerla ni beberla, cuando les empezaran a aparecer los pelos de alambre a los cachorros y sin pelos cuando los vieran.

Una cría que le habíamos sacado a la India, con el padrillo, dio una buena lechigada y el Gordo me llevó a verlos y tenía el que había elegido para él con un piolín atado en el pescuezo, como si fuera una moña, pero de piola, para que no se le entreverara con los hermanos.

Andaban ocho o nueve cachorros en la vuelta y le eché el ojo a uno de hocico bien finito, como me gustan a mí, de mirada vivaracha y que andaba entrándole con los dientes a los hermanos.

Elegí ese, por lo avivado y por su estampa fina.

El cachorro fue creciendo y el Gordo venía una vez por semana o cada quince días a mirarlo y me decía, contigo no se puede, siempre le echás el ojo al más lindo.

Aunque Ud. no lo crea me sigue pasando, el último que tengo, como es una raza que no está de moda, no se consiguen ejemplares de pedigrí, lo conseguí por el sistema de ventas de internet y fui a unos criadores en Canelones y elegí y dicho por los veterinarios es el tal perrazo.

Volvamos con los perros anteriores, el del Gordo estaba precioso Strong, para el pedigrí y Tronco para los paisanos y el mío Dark, era un crack.

Andaba siempre en la vuelta, amigo de los albañiles y hacía mediodía en la obra, cuando se hacían el asado, echado cuan largo era al lado de ellos y sin importunar era uno más de la mesa.

En aquella época no existían rejas, ni tejidos, ni muros.

El Dark andaba suelto día y noche, nunca tuve un lío por él, era amigo del basurero, porque los basureros perreros viejos, sabían que convenía tenerlos de amigos y desde la volcadora trasera les iban tirando huesos y todos los perros del barrio atrás del camión recolector.

El diariero, se acuerda de aquel señor que llevaba los periódicos a domicilio y el cartero, conversándolo podían llegar bien.

Otra historia muy distinta era con los de los carritos, porque el Dark se les arrimaba hasta donde terminaba el césped y empezaba la tosca (calle) y los iba acompañando a paso de caballo, a todo lo largo del terreno de la casa, hasta que se perdían de vista.

Ni un gruñido, ni nada inamistoso, pero ni fiestas ni sonrisas y ellos tampoco querían ninguna relación con el Sr. Perro.

Cuando la dictadura, había mucho perros en la calle y una noche pasó una camioneta con un perro ladrando y todo el perrerío le salió al cruce y de arriba les tiraban cuajo con fosdrín.

Fue el mismo veneno fulminante que usaron para mandarle a Carlos Julio, a Lacalle y Heber, políticos, que molestaban al régimen, matando a la esposa de uno de ellos.

No dejaron un perro vivo en varias manzanas.

Lo tuve que enterrar en el terreno lindero, donde él le había hecho la guerra a los tucutucus.

Seguimos con la historia de estos perros y me iba los fines de semana al campo y veía al Gordo mal, no le daba el físico a pesar de ser un tipo joven.

Yo recorría con los perros y se metían la India y el Tronco, entre los espartillos y de repente, sentía unas sacudidas y me pasaban los pedazos de víbora zumbando por el aire y dando vueltas por la movida y así seguía la cosa, no perdonaban víboras, ni apereás de los grandes.

Bien dicen en campaña donde hay apereá hay crucera.

Mi amigo era gordo y había hecho un tratamiento para adelgazar y ahí le empezaron a salir unos bultos en el vientre.

Lo trajeron para Montevideo y lo operaron de hidatidosis y le sacaron ocho kgs. de quistes.

Cuando se recuperó un poco, volvió al campo, porque el fundo no puede quedar solo, pero él ya no era el mismo.

A los perros los miraban no él, sino los demás, como si fueran asesinos y simplemente los animales lo que hacían era comer las achuras que les tiraban sin hervir y no les daban las pastillas contra la tenia.

Un día estaba en las casas y entraron al campo, como Perico por su casa, campo con mucha perdiz, dos o tres cazadores, al Gordo no le dio el físico y salí con los perros y se borraron.

Él se sentía un desgraciado, por el hecho que uno del asfalto, le tuviera que echar unos intrusos, aunque el trabajo lo hicieron el Tronco y la India.

A los pocos meses y ni tanto, empezó otra vez a hinchársele la parte del vientre, un bulto importante, cuando volví a Montevideo, avisé a la madre, la tía y la suegra y armé un baturrillo.

Se lo trajeron de vuelta para Montevideo, lo operaron y le sacaron 12 kgs. de quistes, la operación la filmaron y las paredes de la cavidad abdominal, parecía que tuvieran grasa de pella y eran millones de quistes pequeños, uno al lado del otro.

Decían nunca visto, para mí lo fue, porque nunca había visto desmoronarse a una persona de tal forma.

Le pusieron una sonda que le metía un líquido por un lado y le salía por el otro.

No soy guapo para nada, pero cuando vi a un gordo de 120 kgs. pesar 35 kgs. y que el suero se lo ponían por el cuello porque no había vena que aguantara la tacada.

Por el olor a tripa que había en la habitación me descompuse, me tuve que retirar al pasillo para sentarme un poco y tomar aire porque me iba a caer redondo.

El Gordo fue, su entierro lleno de gente del pueblo y de campaña que lo acompañó a Montevideo, demostró lo que sentía por el hombre que se había sido, cosa que hicieron en varios ómnibus fletados para ello, una bebita chiquita, de dos años y todo siguió, porque el tambo siguió produciendo y el emprendimiento fue mejorando porque estaba bien planificado.

Hay un dicho que dice que en campaña las viudas no se funden y afortunadamente es así, porque tienen que cargar con una mochila doblemente pesada.

Sigo con los perros de la misma raza y tengo el quinto que me va a acompañar toda su vida o el resto de la mía, como un gran compañero que es, si a alguno de nosotros dos no se nos complican las coas, él es un perro chiquilín y yo soy un hombre con uso suficiente.

Si me toca irme lo haré sin quejare y mientras pueda pelearé.
Que Gordo bueno y querible que se fue, se te extraña Juan Carlos, pero la vida es así, unos se van, por lo general los mejores y otros quedamos para muestra.

Tal vez nos demos cuenta que se van los mejores, porque simplemente son los mejores.

Es como aquello de que uno no se pega siempre en el dedo lastimado, sino que se da cuenta de que se pegó en el dedo lastimado porque le duele.

Que no nos falte nunca un perro de estos y yo tenga memoria para recordar amigos como vos que por suerte o por cultivarlos tengo unos cuantos, de todas las edades y de todos los pelos y que todo sea para bien…

Un comentario en «Un amigo como pocos»

  • Muy lindo! me conmovió, me encanta como escribis

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