23 abril 2024
CRÓNICAS

Ayer nomás decía

No sé cuanto hace, tampoco porque lo haya vivido todo, ni nada que se le parezca, sino simplemente porque lo sé por haberlo leído, porque me lo contaron o porque pude haberlo visto.

Me ato necesariamente al ‘te acordás’, tiempo en el que me siento sumamente cómodo, porque vivían mis padres, mis abuelos no porque no los conocí, no esperaron a que yo llegara, por ser el menor de cinco hermanos, hijos de la sexta hija menor, de un matrimonio de antes, muy de antes.

Fui, lo que se dice, el producto del descuido, los viejos se confiaron y aparecí yo, como en aquella época no se tiraba nada y no ladré antes de tiempo, me criaron.
Fui el hijo de la vejez, pero esto tiene sus ventajas y sus contras, no fui malcriado por mis abuelos, aunque los gallegos de antes no malcriaban a su nietos, mis viejos no transaron con los pantalones cortos, hube de llevarlos hasta que ellos vieron que los pelos de las piernas me agujeraban las medias y como gran contra me quedé sin padre a los 18 años, un traidor infarto que no esperaba, de puro ignorante que era a esa edad.
De treinta y dos primos enterré a veintinueve.

Queda otro, que apareció en la película después que yo.
Lúcido queda uno de los mayores y el otro menor, dos mujeres que están en off por el vienés, y se borraron de la vida, pero siguen comiendo y en un largo stand by.
Claro que tengo primos segundos mayores que yo, pero nos tratamos como primos, con los que nos vemos, porque algunos por las vueltas que tiene la vida, no sé donde viven y de los que sé están en el extranjero y con la música a otra cosa.

Que lindo era aquel entonces, los automóviles eran todos negros, a lo sumo azul y negro, como un Ford A de 1931, que lo tuve por el año setenta y pico, pico largo, y con sus casi 50 años de circulación aguantó todas mis novatadas, como ser olvidarme de echarle aceite, dejar que la capota se fuera descuajeringando, andar con las puertas que se abrían solas y no existía el cinturón de seguridad.
Nunca me caí para afuera, por supuesto que, si me hubiera pasado, no estaría escribiendo estas líneas.

Para frenar era bravo, tenía que tirar el ancla casi una cuadra antes y frenábamos justito.
Una vuelta me iba para Nueva Helvecia, a trabajar al hotel Nirvana, (perdone Sr. Editor, pero le acabo de meter un chivo) y venía por Av. Italia y al llegar a Comercio, a un señor se le ocurrió la malhadada idea de parar y yo tiré el ancla y seguí de largo hasta que le di con mi paragolpes al paragolpes de su Vauxhall.

Ford A ser más duro que paragolpes de Vauxhall, cuya pieza homónima voló a la miércoles, a todo lo cual le dije al Sr. del coche inglés, que estimara el valor del daño y no sé, creo que arreglamos con cien pesos y seguí rumbo hacia Nueva Helvecia.
En lo que en aquel entonces era Camino Simón Martínez y luego fue Luis Batlle Berres, no existían los accesos, esos fueron obra de la dictadura, claro que en aquellos tiempos como ahora, los pagábamos nosotros, claro está que como éramos unos pelados, pagábamos menos que ahora, pero pagábamos.
Un perro policía, eso me pareció, salió al cruce de la cachila para llevarle la carga, a un carro con caballo al frente.

Cosa que les encanta a los perros, llevarle la serenata a un caballo y así fue, tiré nuevamente el ancla para no atropellar al mejor amigo del hombre, el perro no el caballo, y el can fue atropellado por el paragolpes, y rodó delante de la cachila y le pasé por arriba, pero como las máquinas de la época eran altas, el pichicho quedó dando vueltas por el piso y lo vi por el espejo que se recuperaba del revolcón y que la cosa no había pasado a mayores.

No me dio el cuero para bajar y pedirle disculpas al Sr. Perro, porque había unas pintas humanas, que me lograron hacer desistir del propósito, sin decirme nada, ni hacerme ningún gesto, simplemente con su presencia soberana me arrugué.

Como a las tres horas y fracción llegué al hotel prenombrado y bajé las valijas, que viajaban en el asiento de atrás, porque la cachila no tenía guardabultos, sin que un presunto limpiavidrios las afanara como pasa hoy en día.

No trabajé para el hotel, sino para un congreso que se reunía allí y mi tarea era grabar con un Grundig ajeno, todo lo que se trataba en el Congreso y luego pasarlo a máquina.
Por lo tanto, podía disfrutar de las instalaciones del hotel, léase principalmente la piscina, la parte de masticación que era abundantísima y de excelente calidad, y de la parte “Jota”, que como Uds. podrán apreciar era la parte de la pachanga.

Había gente de todas las edades, menos de la mía, el que escribe estas líneas era un pendex, pero sumamente sinvergüenza y atrevido como para meterse en cuanto lío se armara y ser como la mugre estar en todos lados, especialmente en los rincones cuando se trataba de trabajar y pasar inadvertido.

El gerente era un señor Fusco, con el cual tuvimos más de un lío, por los desórdenes a altas horas de la noche (madrugada), al cual lo conocí muchos años después y nos hicimos muy camaradas, por esos avatares de la vida, tan es así que hace unos años, cuando éste falleció lo sentí muy fuertemente.
Que en paz descanse.

En la piscina había un trampolín a cuatro metros y otro de esos a nivel del piso.
Me tiraba del de arriba, de cabeza y algunos nabos, se ponían abajo y me les tiraba bien cerquita, de forma que no querían más lola, salían rápidamente de la zona de riesgo.
Tuve una pica con uno, que después a los años, lo tuve como profesor en la facultad, y no mejoró era tan belinún, en la piscina, como en la facultad, como después en el ejercicio profesional.
El término belinún viene del lunfardo y proviene del genovés “belín” órgano sexual masculino.

Por lo general se utilizan términos de tal naturaleza para describir someramente a un abombado, como ser chorizo, salame, huevo, choto, y podemos seguir varias hojas más.
Se puso a competir conmigo a zambullir de cabeza del trampolín alto, cosa que dio lugar a un montón de saltos por parte de ambos.
Mi físico eran 59 kgs el del futuro profe unos 80 kgs.
El suscripto entraba al agua sin levantar una gota, pero mi competidor levantaba bastante agua.
Después de la competencia pude comprobar que le había quedado su blanco pechos lleno de moretones, por los chijetazos del agua, que aparentaban unos regios chupones.
Había uno de la comisión “J” que me proveyó de unas bombas brasileñas para alegrar la velada.

Estábamos en el salón comedor, con todas las solemnidades del caso, el que me dio las bombas no sabía de mi inconsciencia, o mejor dicho de mi anormalidad.

Agarré un pucho negro, lo partí y lo prendí y me fui a la mesa principal de las autoridades del Congreso, en la cual estaba sentado el proveedor del petardo.
Del lado más parejo del cigarrillo le metí la mecha de la bomba, tiré el yesquero al piso, me agaché a recogerlo y dejé la bomba con el cigarrillo y me fui a mi lugar en mi mesa.
Pasaba el tiempo y no se producía la explosión, uno de los que estaba conmigo no pudo con los nervios y fue hasta el lugar de los futuros hechos.

Cuando explotó, en un salón cerrado, esa bomba fue un ruido brutal, dejó sordos a unos cuantos, me acuerdo que un congresista mayor fue a disculparse, con unos pasajeros, que no tenían nada que ver con el Congreso, pero que casi les da un infarto por agarrarlos desprevenidos.
El que me proveyó del elemento explosivo en el mismísimo momento de la explosión le estaba sirviendo con una botella de vino a una dama y la bañó prácticamente con el vino por el julepe que se llevó.

La culpa del atentado la tuvo mejor dicho se la cargaron al que fue a ver si explotaba o no la bomba.
Curiosidad malsana, había unos cuantos que estaban convencidos que había sido yo, por otros antecedentes en la materia, pero la culpa fue la del curioso.
Hablando de los coches negros, menos del Ford A del 31, que tenía la capota azul y los guardabarros negros, era un doble Faetón (léase faiton).

Algún día podré narrarles, como bajaba la curva de la Ballena antes de llegar a Punta del Este, sin ancla ni nada y cuando llegaba abajo, había que esperar que parara por sus propios medios.

No era nada económico, gastaba 20 litros de nafta cada 70 kilómetros, vehículo noble y todavía andan por las calles como Johnnie Walker, olímpicos y sin enterarse.
No entré en el tema y ya se me terminó el papel, será hasta la próxima.
Que todo sea para bien.

Paseo en un Ford ‘A’

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