20 abril 2024
CRÓNICAS

Barrio Palermo

Por la escalera de mármol bajábamos formados, tanto para el recreo, como para la salida, para evitar un empujón o una zancadilla, que en alguna oportunidad lo hubo en forma furtiva, cobrándose alguna fechoría anterior, sin que se percatara la maestra que cuidaba celosamente el orden, regla en mano.

Una cantidad importante de descendientes de italianos del sur, sicilianos, napolitanos, etc. de ahí presumo el origen del nombre del barrio, alumnos de la mal llamada raza negra y mulatos y una importante cantidad de alumnos de origen judío recién emigrados, algunos oriundos de Europa y otros de primera generación uruguaya.

Todos por igual de una pobreza solemne.

Los maestros nos formaban en fila a negros, blancos y judíos y con dos lápices revisaban las cabezas y si constataban la existencia de piojos -no le decían pediculosis, como ahora-, el portador de los piojos a la salida era portador, valga la redundancia, además, de una misiva de puño y letra de la maestra donde les avisaba a los padres, de los vecinos que habitaban en la cabeza del portador y la forma de combatirlo.

El DDT tan vituperado hoy, apareció después y la cosa se arreglaba con agua y jabón y vinagre.

A mí, a pesar de ser hijo de una de las maestras, también me ponían en la fila, como ejemplo de igualdad y el parasitado, no era enterado públicamente, para que no fuera víctima del escarnio de sus compañeros, cosa muy habitual, entre chiquilines.

A esa edad y por la formación que nos dio nuestro país, por medio de nuestra escuela pública y laica, nuestra familia y la convivencia en el propio barrio, no daba lugar a distinciones.

La única diferencia apreciable era que había rubios crespos y morenos crespos.

Recuerdo con cierta aprehensión que Samuel, compañero y amigo, era hijo de padre judío y madre criolla, el que aprendía violín, como todos sus paisanos, música y un idioma, para eso ahorraban sus dineros, los cuales lo consideraban una inversión y un pasaporte a otras culturas.

Este Samuel era Samuel y no Samy como le dicen a otros, estaba en su apartamento de la calle Santiago de Chile, el día de Reyes y la madre le había contado a la mía, que Samuel de mañana buscaba debajo de la cama los regalos que los Reyes no le habían dejado a él, mientras que todos los gurises de la cuadra estaban jugando con los recibidos en tal ocasión.

También en el Pesaj, la Pascua judía, yo probé la galleta de pan ácimo, para mi intragable, pero a Samuel le gustaba con dulce de membrillo, porque quedaba más rica.

Para mi paladar el pan ácimo es bien distinto del pan común, y no lo pasaba con nada, pero son costumbres que aprendí a distinguir y respetar desde niño.
Tampoco estábamos en condiciones de distinguir apellidos.

Tanto se daba un Zuckerman, con un Pérez o un Sorochiello.

Éramos todos niños con la pureza que se va perdiendo o machucando con el tiempo.

La gran igualadora de los niños, futuros hombres era la túnica blanca y la moñota azul.

Era como un uniforme, mejor dicho es un uniforme, pero sin lujos ni chirimbolos, sin más ostentación que la pulcritud que personalizaba a la madre que la almidonaba con esmero, cosa que no duraba mucho y el viernes volvía hecha un trapo gris, con algún bolsillo descosido y colgando, porque el revolcón en los patios era parte de nuestra formación democrática e igualitaria y la moña había dejado su estatus de moñota y era una tira de tela azul, como si chorreara de nuestro cuello.

Tengo un caso que pinta de cuerpo entero lo que era aquella educación, había un hijo de gallegos que, la madre lo premió por los sobresalientes que había traído como notas de fin de cursos, con un arreglo con el panadero de la vuelta, empleándolo como repartidor con un canasto de mimbre colgado del brazo por todo el barrio.

A la hermana le fue mejor, la pusieron a ayudar a una costurera, modista de barrio que le dicen, todas las horas que fueren necesarias para que no anduviera perdiendo el tiempo con amigotas por el barrio o dragoneando con algún bueno para nada.

El ir a la playa era para otros, no para los hijos del gallego picapedrero.
Nosotros en la vida cotidiana y en especial a los que se les pegan apodos muchas veces los llamamos fraternalmente “Tano”, “Negro”, “Pardo”, “Gallego”, “Judío”, “Turco”, Canario” , etc., pero siempre en sentido cariñoso, no agresivo.

Claro que al utilizar estos términos en forma despectiva, fuera de lugar o agresiva y adjetivándolos, podía dar lugar a algún castañazo dado que todos estos apodos tienen una indicación que si bien no es racial, si alude a los orígenes de cada uno, en mayor o menor grado y todo en la vida tiene sus límites.

Nuestro país es cosmopolita, integrado por un crisol de razas y nacionalidades, más bien de nacionalidades, porque lo que somos todos es de una raza, la humana y ciertas distinciones están fuera de lugar, en la escuela, en el barrio, en el laburo, o donde fuere, hasta para crear distinciones favorecedoras para determinados empleos como si hubiera necesidad de establecer porcentajes diferenciales.

Sería vergonzante y reñido con la constitución de la república hacer distinciones que vayan más allá de la capacidad y aptitudes de cada uno.

Volviendo al tema la broma vale una vez o dos, más veces resulta pesada y en ciertos casos hirientes, dado que una cosa corre por la cabeza del bromista o presunto bromista y otra muy otra por la de aquel que en vez de recibir un chiste lo que está recibiendo lo considera una agresión personal.
Nada hay más duro para un armenio o un descendiente de armenios que se le llame “Turco” (aunque casi todos los emigrados de tal origen tiene pasaporte turco o son nacidos en Turquía), porque les trae a la mente la masacre de más de un millón de armenios y la pirámide levantadas con sus cabezas.
Ese holocausto, debe ser reconocido por todos, sean del origen que sean, porque un millón de muertos es un disparate mayúsculo y no corresponde retacearle calificativos.

Por el contrario a un judío sefardita proveniente de Turquía que le llamen turco no le molesta.

En el barrio no existían negros, ni judíos, ni gallegos, ni tanos, sino éramos todos proyectos, hombres democráticos y de buenas costumbres y las confianzas que nos ameritan el trato más confianzudo es para fortalecer la amistad que nos igualaba a unos con otros.

La única diferencia se daba por la capacidad y las aptitudes de cada uno.
En este mundo en que aparecieron nuevamente los cabezas rapadas, los skin heads, ya no solamente en Alemania, sino en Francia, España, debemos ser muy cuidadosos en no caer en distinciones tontas y fuera de lugar.
Todos somos orientales e hijos de esta tierra de Artigas, hecho que nos une y nos hermana.

Si alguien pretende separar a los hermanos, unidos por la ley primera, como dijo por boca de Martín Fierro, el poeta don José Hernández, se los comen los de afuera…

Que todo sea para bien…

Un comentario en «Barrio Palermo»

  • Muy linda nota …un ejemplo de barrio el palermo en cuanto a la convivencia de razas eh? parece que el candombe tuvo que ver con eso…

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