Los Treinta y Tres
Los Treinta y Tres Orientales es el nombre con el que históricamente se conoce a los hombres liderados por Juan Antonio Lavalleja y Manuel Oribe.
En 1825, los Treinta y Tres emprendieron una insurrección desde lo que hoy es la Argentina, para recuperar la independencia de la Provincia Oriental (territorio que comprendía lo que hoy es Uruguay y parte del actual estado brasileño de Río Grande del Sur), en ese momento bajo dominio brasileño.
Finalmente, cabe agregar que no todos eran orientales, ya que se contaron entre sus filas varios isleños argentinos del Paraná, e incluso paraguayos.
Martín Fierro le escribe a los 33 Orientales
Inspirado en un cuadro, el autor de Martín Fierro publicó, entre La Ida y La Vuelta, un poema que revela su ingenio en estrofas casi desconocidas
El número de los expedicionarios de 1825 ha sido objeto de diversas controversias a partir de la existencia de varias listas de integrantes, publicadas entre 1825 y 1832. Si bien el número de treinta y tres es el oficialmente aceptado, los nombres difieren de un listado al otro. También debe sumarse el hecho de las deserciones de algunos de ellos, lo que hizo que sus nombres no fueran incluidos posteriormente.
“En la noche del 18 de abril de 1825, Lavalleja y sus hombres embarcaron en dos lanchas en los puertos bonaerenses de San Isidro y Quilmes. Avanzaron sigilosamente cruzando el río Uruguay por las islas del delta del Paraná, evitando la flota brasileña. Desembarcaron en la Playa de la Agraciada, conocida como Arenal Grande, en la madrugada del 19 de abril. La expedición constituye un hecho clave en la recuperación de la independencia uruguaya y es uno de los hechos más hermosos y heroicos de la historia de América: junto al Paso de los Andes, es la epopeya de los Grandes Ríos.
El pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, en un gran lienzo de vigoroso lirismo y magistral composición (foto), representó la escena del desembarco y del juramento. El cuadro se expuso en Buenos Aires en 1878, y José Hernández compuso unos versos gauchescos, tan vivos y coloridos como el cuadro: “Una glosa en verso a la escena de los Treinta y Tres Orientales que evocó el pincel de Blanes” Agosto, 1878.
Cabe destacar que tanto Juan Manuel Blanes, como José Hernández (Martín Fierro) eran masones
Amigo don Juan Manuel, ´
que se halle, me alegraré,
sano del copete al pie.
Y perdone si en su carta
algún disparate ensarta
este servidor de usté
Una suya recebí
punteada con todo esmero,
y al verlo tan cariñero
dije para mí, a este Blanes,
no hay oriental que le gane
como amigo verdadero
Y aunque me diga atrevido
o que a la Luna le ladro,
como ese bicho taladro
que no sabe estarse quieto
en todas partes me meto
y me metí a ver “su cuadro”
Por supuesto, los diez pesos
los largué como el mejor,
yo no soy regatiador,
y ya dentré a ver después
los famosos “Treinta y tres”…
¡Ah, cuadro que da calor!
Me quedé medio azorao
al ver esa comitiva.
Lo miré de abajo arriba
pero, ¡que el diablo me lleve!,
si parece que se mueve
lo mesmo que cosa viva
encima le han colocao
un sol que valdrá un tesoro.
Lo habrán puesto, no lo inoro
como en el naipe español;
pues habrán dicho esos toros
“a todos alumbra el sol”
Y esa gente tan dispuesta
que su páis va a libertar,
no se le puede mirar
sin cobrarles afición…
¡Si hasta quisiera el mirón
poderlos acompañar!
Para mí, más conocida
es la gente subalterna;
mas se ve que quien gobierna
es un viejo petizón
que está allí abierto de piernas
Tira el sombrero y el poncho
y levanta su bandera
como diciendo “Andequiera
que flamé se ha de triunfar,
vengo resuelto a peliar
y que me siga quien quiera”
Le está saliendo a los ojos
el fuego que el pecho encierra,
y señalando a la tierra
parece que va a decir:
“Hay que triunfar o morir,
muchachos, en esta guerra”
Y animando aquella gente
que a lidiar se precipita,
mientras se mueve y agita
con la proclama del viejo,
hay uno que dende lejos
le muestra una crucecita
Cerca de él hay otro criollo
de poncho y de bota fina.
Se ve que en la tremolina
hará aujero si atropella,
ha agarrao la carabina
como pa darles con ella
Al lao, el de camiseta,
ya deja ver que es soldao;
está muy arremangao
como hombre resuelto a todo,
se le conoce en el modo
que ha sido algún desalmao
Hay otro de pantalón,
tirador bordao de seda;
que le resista quien pueda
cuando llegue a gritar ¡truco!
ha echao al hombro el trabuco
y se ha metido en la rueda.
De pantalón va también
otro de sombrero al lao;
es resuelto y animao
pero de un modo distinto:
tiene el naranjero al cinto
y parece más confiao.
Hay otro viejo gritando:
“¡A mí naides me aventaja;
en cuanto suene la caja
he de responder al grito!”
Tiene en la mano un corvito
que ha de estar como navaja.
Ese que está arrodillao
no me deja de gustar,
uno puede asigurar
que va a decir -cuando hable-
“Todos tienen que jurar
sobre la hoja de este sable.”
Que ha de haber sido algún bravo,
en el ademán se alvierte;
y para estar de esa suerte,
dije yo, lo han elegido
o por ser más decidido
o por tener bota juerte.
Me gusta el de casaquín,
se le nota el movimiento
como que en ese momento
tira su sombrero arriba,
a tiempo que pega un “¡viva!”
medio loco de contento
Pero entre tanto valiente
dende lejos se divisa
el que en mangas de camisa
se hace notar el primero.
Un gaucho más verdadero
no he visto, ni en los de Urquiza
Espuela y botas de potro,
todo está como nacido;
es patriota decidido,
se ve que resuelto está;
para mejor, le ha salido
medio escaso el chiripá
En el amor y en la guerra,
en todo habrá sido igual;
tiene, en trance tan formal,
el enemigo en contorno;
pero no olvidó el adorno
de cola de pavo-rial
Le adivina la intención
todito aquel que lo vea;
para dentrar en pelea
revela hallarse dispuesto,
y de fantástico ha puesto
de dragona la manea
Lleva su ropa y sus armas
como quien las sabe usar;
con gracia sabe arreglar,
su trabuco en la cintura;
muestra ser por la figura
sin asco para matar
Y además de algunos otros,
me ha llamado la atención
uno que está en un rincón
como quien no dice nada,
se ha largao a la patriada,
descalzo y de pantalón
Y yo, para mí, decía:
éstos hacen lo que deben;
y varones que se atreven
con voluntá decidida
a jugar ansí la vida,
tal vez ni cigarros lleven.
Van a libertar su páis,
peliando con valentía;
quizá ni ropa tendrían,
pero nada los sujeta;
hasta las mismas maletas
están, ¡ay!, medio vacías
La carabina y el sable
que están tirados allí,
pensé yo al verlos así:
o alguno se ha hecho avestruz
o son de aquel de la cruz,
que los ha dejao allí.
A la distancia se llevan
el bote los marineros,
se retiran apuraos.
Ya se ve, que les hicieron
la compañía del horcao
los mismos que lo trujieron
Parece que van diciendo:
“Áhí quedan sin esperanza,
y vámonos sin tardanza,
Si viene juerza enemiga;
Tal vez ninguno consiga
escapar de la matanza”
Yo los hubiera agarrao
a los que el bote se llevan;
justo es que a todo se atreva
el hombre que hace la guerra;
cuando pisaron en tierra
debió principiar la leva
No meto en esta coplada
a todos, pa no cansarlo;
pero debo confesarlo,
amigo, y se lo confieso,
yo le saqué los diez pesos
al cuadro, tanto mirarlo
Cuente si son “treinta y tres”,
Si en mi cálculo no yerro:
con ésta mi carta cierro,
amigo, me planto aquí.
Ni Cristo pasó de allí
Ni yo tampoco
La Cruzada Libertadora – Desembarco de los 33 Orientales
La Cruzada Libertadora da inicio a una nueva frase en la Revolución Oriental. El 19 de abril de 1825, un grupo de hombres, desde Buenos Aires, cruzó el Río Uruguay y desembarcó en la playa de la Agraciada. El objetivo principal era liberar la Provincia Oriental del dominio luso-brasileño impuesto legalmente desde el Congreso Cisplatino en 1821.
Los libertadores se organizaron bajo el mando de Juan Antonio Lavalleja. Una vez en territorio Oriental lograron hacerse del apoyo de toda la campaña, instalando su Cuartel General en la Villa de la Florida.
Durante los primeros meses de vida de la Provincia Cisplatina, los miembros del Cabildo de Montevideo se mostraron conformes al gobierno del General Lusitano, Carlos Federico Lecor. Sin embargo, algunas de sus medidas provocaron el disgusto de los orientales que comenzaron a realizar conspiraciones para eliminar a los invasores.–
La Provincia Cisplatina
Desde 1816 la Provincia Oriental se encontraba bajo el dominio luso-brasileño y desde 1821 pertenecía legalmente al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves. Los individuos que en un principio habían apoyado la invasión pertenecían a los sectores más pudientes, quienes estaban cansados del desorden provocado por la revolución artiguista. Sin embargo con el paso de los años estos grupos, algunos de ellos miembros del Cabildo de Montevideo, se distanciaron del gobierno de Lecor, en parte porque éste favoreció mayormente a los brasileños instalados allí.
Los intentos revolucionarios de 1823
Desde el interior de la Provincia Oriental se organizaron algunos intentos revolucionarios que resultaron sin éxito. El más significativo fue el de 1823, originado en el propio Cabildo de la capital y que buscaba obtener el apoyo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los principales cabecillas de estos movimientos debieron huir, instalándose la mayoría en Buenos Aires.
Organización de la Cruzada Libertadora
En la ciudad porteña comenzó a reunirse el grupo de oficiales y jefes que había escapado del dominio lusitano. Desde allí se encargaron de obtener todos los elementos necesarios para llevar adelante una gran hazaña. La misión era bastante arriesgada y para que tuviera éxito era necesario obtener recursos monetarios y materiales, como barcos, armas y alimentos.
Desembarco en la Agraciada
Partiendo desde Buenos Aires, un grupo de hombres al mando de Juan Antonio Lavalleja, cruzó el río Uruguay en dos lanchones en la noche del 18 de abril, ocultándose de la flota brasileña. En la madrugada de del 19 de abril de 1825 desembarcaron en la playa de la Agraciada. La misión resultó con éxito y dio inicio a una nueva etapa revolucionaria. Este pequeño ejército, rápidamente consiguió el apoyo de la campaña que estaba en contra del nuevo gobierno.
Los “Treinta y Tres Orientales”
Los estudios actuales, indican que no eran 33 los protagonistas de la Cruzada Libertadora, tampoco todos orientales. Participaron varias personas, además no solo se debe tener presente aquellos que desembarcaron en la Agraciada, sino también a los saladeristas, comerciantes y hacendados que brindaron su apoyo ofreciendo los recursos necesarios desde ambas márgenes del río.
El Juramento
Juan Manuel Blanes en 1877 se encargó de inmortalizar el desembarco a través de su gran obra: el “Juramento de los Treinta y Tres Orientales”. Un óleo sobre tela de grandes dimensiones (311 cm x 564 cm) representa el momento en el que Lavalleja y el resto del grupo juran liberar el territorio o morir en el intento. Esta consigna se encuentra reflejada en la bandera insignia de los revolucionarios.
El objetivo de este trabajo es reunir los nombres de los treinta y tres patriotas que iniciaron la campaña militar libertadora de nuestra patria (futuro Uruguay). El número de patriotas puede variar, de acuerdo a los diferentes investigadores, pero el aceptado oficialmente es de treinta y tres. Cabe mencionar también, que no todos eran Orientales, sino que había un pequeño número de argentinos y paraguayos.
Los Treinta y Tres Orientales es el nombre con el que históricamente se conoce a los hombres liderados por Juan Antonio Lavalleja y Manuel Oribe que, en 1825, emprendieron una insurrección desde lo que hoy es la Argentina, para recuperar la independencia de la Provincia Oriental (territorio que comprendía lo que hoy es Uruguay y parte del actual estado brasileño de Río Grande del Sur), en ese momento bajo dominio brasileño.
La organización
Uno de los jefes militares de aquel grupo, Lavalleja, que había combatido contra los portugueses y brasileños junto a José Gervasio Artigas, organizó desde la Provincia de Buenos Aires una expedición militar con el objeto de expulsar a los brasileños y reunir a la Provincia Oriental con las Provincias Unidas del Río de la Plata, tal como había sido la intención del movimiento de los años 1822 a 1823.
La expedición, que resultó en la Cruzada Libertadora contó con el apoyo de algunos ganaderos y saladeristas de la provincia de Buenos Aires que veían en la ocupación brasileña de la Provincia Cisplatina un peligro para sus intereses, ya que los saladeros porteños habían visto mermados sus mercados regionales por la competencia de sus similares de Río Grande del Sur, que se nutrían de las arreadas de ganado de los campos de la Cisplatina. Juan Manuel de Rosas, uno de los representantes más caracterizados de ese grupo, había hecho llegar a los exiliados orientales una importante contribución financiera.
En 1868 Rosas trasmitía desde su exilio en Southampton datos curiosos acerca de esa expedición: «Recuerdo, [dice], al fijarme en los sucesos de la República Oriental la parte que tuve en la empresa de los 33 patriotas». Refiere al itinerario y el objeto aparente de su viaje, tal como queda narrado, y agrega: «Ello crea una trampa armada a las autoridades brasileras en esa provincia (la Oriental) para que no sospecharan el verdadero importante objeto de mi viaje, que era conocer personalmente la opinión de los patriotas, comprometerlos a que apoyasen la empresa, y a ver el estado y numero de las fuerzas brasileras. Así procedí de acuerdo en un todo con el ilustre don Juan Antonio Lavalleja; y fui también quien facilitó una gran parte del dinero necesario para la empresa de los 33…»
El desembarco
El 18 de abril de 1825 Lavalleja y sus hombres embarcaron en los puertos bonaerenses de San Isidro y Quilmes y avanzaron cuidadosamente por las islas del delta del Paraná, evitando la vigilancia de la flota brasileña. Por la noche, cruzaron el río Uruguay en dos lanchas y desembarcaron en la Playa de la Agraciada, también conocida como «Arenal Grande», la madrugada del día 19 de abril. Allí desplegaron la bandera de tres franjas horizontales roja, azul y blanca, colores tradicionalmente usados desde los tiempos de Artigas, no sólo en la Provincia Oriental sino también en otras de la región rioplatense. Mucho tiempo después, en 1877, el suceso sería plasmado por el pintor Juan Manuel Blanes.
Cuántos y quiénes fueron los Treinta y Tres Orientales
El número de los expedicionarios de 1825 ha sido objeto de diversas controversias a partir de la existencia de varias listas de integrantes, publicadas entre 1825 y 1832. Si bien el número de treinta y tres es el oficialmente aceptado, los nombres difieren de un listado al otro. También debe sumarse el hecho de las deserciones de algunos de ellos, lo que hizo que sus nombres no fueran incluidos posteriormente.
Finalmente, cabe agregar que no todos eran orientales, ya que se contaron entre sus filas varios isleños argentinos del Paraná, e incluso paraguayos.
La lista era:
Juan Antonio Lavalleja, Manuel Oribe, Atanasio Sierra, Pablo Zufriategui, Simón del Pino, Manuel Freire, Manuel Lavalleja, Jacinto Trápani, Pantaleón Artigas, Manuel Meléndez, Gregorio Sanabria, Santiago Gadea, Juan Spikerman, Andrés Spikerman, Ignacio Núñez, Juan Acosta, Felipe Carapé, Juan Rosas, Celedonio Rojas, Avelino Miranda, Agustín Velázquez, Santiago Nievas, Ignacio Medina, Luciano Romero, Juan Ortiz, Ramón Ortiz, Basilio Araújo, Carmelo Colman, Andrés Cheveste, Francisco Lavalleja, Tiburcio Gómez, Joaquín Artigas, Dionisio Oribe.
La Masoneria y el Desembarco de los 33 Orientales
El 19 de abril de 1825, en la playa de la Agraciada, “Graseada” o Arenal Grande, en el departamento uruguayo de Soriano, desembarcó un grupo de hombres procedentes de las costas argentinas. Integrabanel movimiento organizado por la logia masónica Los Caballeros Orientales, revolucionarios encabezados por el Coronel Juan Antonio Lavalleja.
Tomaron Dolores y Villa Soriano y constituyeron el movimiento Cruzada Libertadora que dio origen a la Independencia uruguaya, declarada el 25 de agosto de ese mismo año. Según algunas fuentes historiográficas, el número de “33 orientales” simboliza su condición masónica porque el 33° es el grado máximo de la Institución.
Lavalleja, exiliado en Buenos Aires ante la ocupación brasileña de la Banda Oriental, contó con el apoyo de los saladeristas afectados por la competencia desleal de los saladeros del sur del Brasil, que utilizaban mano de obra esclava.
Según Gerardo Caetano y José Rilla, de la nómina de 33 conjurados 21 eran orientales, había 3 argentinos, 4 paraguayos, 2 de origen africano y 10 cuya fecha y lugar de nacimiento se desconocen. Sus edades oscilaban entre 15 y 42 años, aunque el grueso de los libertadores tenía entre 25 y 35 años.
Tras la incorporación del general Rivera a las fuerzas revolucionarias, su victoria en Rincón de las Gallinas y el triunfo de Lavalleja en Sarandí, el Congreso General Constituyente reconoció a la Banda Oriental como incorporada a la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Brasil, entonces, declaró la guerra a Buenos Aires. El almirante Brown venció a los brasileños en Punta de Lara y en Punta del Indio, Oribe triunfó en el Cerro.
Posteriores divergencias entre Lavalleja y Rivera determinaron la participación de Inglaterra en el conflicto y la separación de la Provincia Oriental, tanto de Argentina como de Brasil.
El general Carlos María de Alvear, Venerable Maestro (Presidente) de la Logia Lautaro de Buenos Aires, había creado en Montevideo la Logia Caballeros Orientales, en 1814. Inicialmente se denominó Logia de Caballeros Racionales, al estilo de la que instaló Francisco de Miranda en Cádiz y en la que fue iniciado Alvear. En 1822, Caballeros Racionales cambió su nombre por el de Caballeros Orientales y en su seno se gestó tres años después la «Cruzada Libertadora» de los 33 Orientales. Llegó a tener alrededor de 300 miembros en una estructura de tres grados, según la jerarquía y la función de cada uno de sus miembros. La logia de los Caballeros Orientales se reunía de manera secreta en el bar «Los Patriotas», en la actual «Ciudad Vieja» de Montevideo.
En 1830, las logias «Los Independentistas» y «Caballeros Orientales» fundaron la Logia «Tolerancia», que fue reconocida por la Gran Logia de Filadelfia con el nombre de «Constante Amistad». Caballeros Orientales reapareció en el siglo XX en jurisdicción de la Gran Logia de la Masonería del Uruguay.
Logia Caballeros Orientales
La Logia Caballeros Orientales es una logia masónica independentista fundada en Montevideo en 1814 por el general porteño Carlos María de Alvear, presidente de la logia Lautaro de Buenos Aires. La finalidad de la fundación de esta logia fue medrar en las pretensiones lusitano-brasileñas sobre la Banda Oriental. Inicialmente fue bautizada «Caballeros Racionales», como era costumbre entre este tipo de logias de cuño independentista, a imitación de la fundada inicialmente en Cádiz por el venezolano Francisco de Miranda, y en la que se había iniciado Alvear.
Actuación independentista
Bandera de los Treinta y Tres Orientales.
De 1817 a 1822 durante la ocupación portuguesa y luego imperial brasileña, se fundan las logias pro brasileñas «Los Aristócratas» e «Imperial» en la «Provincia Cisplatina» (nombre con que se conoció a la Banda Oriental durante su época de anexión a Portugal y Brasil) como forma de contrarrestar la influencia de las logias independentistas fundadas ya en 1816 «Los Independentistas» y «Caballeros Racionales», que cambia su nombre finalmente por el de «Caballeros Orientales» en 1822, siendo de capital importancia para la «Cruzada Libertadora» de los 33 Orientales en 1825. De esto existen registros documentales en la masonería uruguaya (??)
Tenían una hoja periódica en que publicaban sus ideas, titulada El Pampero, que se imprimió a veces en Buenos Aires.
En su momento de apogeo, la logia Caballeros Orientales llegó a contar con más de 300 miembros y el esquema organizativo de la misma se daba en la estructura de 33 grados del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, en atención a la jerarquía y a la función de cada uno de sus integrantes.
Celebraban sus reuniones secretas en el bar «Los Patriotas» ubicado en lo que actualmente se conoce en Montevideo como «Ciudad Vieja».
La logia «Constante Amistad»
El 18 de febrero de 1830, los integrantes de las logias «Los Independentistas» y «Caballeros Orientales» fundan la logia en instancia «Tolerancia», obteniendo su regularización de la Gran Logia de Filadelfia a principios de 1831 con el nombre de «Constante Amistad».