26 abril 2024
CRÓNICAS

Perdona hermano, hubo que hacerlo

Por COMOUSTÉ
Eso que dice nuestro refranero: “A caballo regalao no se le miran los dientes”, tiene mucho que ver y mi Viejo que era del club de los escépticos, cuando me clavaba como una estaca con algo, me decía: “Por algo te lo dieron”.

Esto versa sobre mis primeros cuatro dobermann, de mi vida, el Rocky.
El primero de pedigrí que tuve se llamaba Dark, y vivió en aquel Carrasco, lejano y feliz, sin tejidos, ni rejas, y ni afanes, suelto, nunca mordió a nadie, era amigo hasta del cartero, se acuerda amigo, de aquel señor que venía cn una gorra con vicera y vestido de gris, si el amigo cartero, especie perimida, el mal servicio estatal del servicio de correos fabricó una competencia que fueron los correos privados, claro que seguimos teniendo los empleados públicos multiplicados por no sé qué guarismo.
El Rocky era amigo del diariero, de los basureros y los albañiles, con quienes compartía el asado de falta, sentado como uno más.
A los de los carritos los acompañaba por el lado del césped y los del carrito por la calle, sin tener ningún problema.
Me lo envenenaron en la época del mal llamado gobierno cívico militar, cuando pasaban por la noche con unas camionetas que tiraban cuajo con fosdrín, el mismo veneno que mató a la señora de Mario Heber en las famosas botellas envenenadas.

Mi segundo dobermann fue una perra de pedigrí, llamada Erika, la tal perra, que ya empezó a vivir en el Carrasco de muros, rejas y alarmas.

Para esa bella dama le compré el servicio a un vecino, que resultó luego con el decurso del tiempo en colega y sacamos una lechigada de una docena de cachorritos, le pagué con el cachorro más lindo y a los pocos días me dice que el perrito le había ido con parvo virus y le mató todas las crias que él tenía y resulto que las crias que estaban enfermas eran las de él y terminaron con su lechigada y con el hermoso cachorrito que yo le di en pago, de los míos no murió ninguno en esa etapa.
De esa cría los regalé todos menos una hembrita, Ursula, que respondía por el apodo de Ushi.
No pude anotar los cachorros en el Kennel Club porque el padrillo de mi amigo, había sido robado y a pesar de estar tatuado, los míos resultaron morganásticos en la sangre azul de los perros..
La Ushi, cachorra movida como buena cachorra sana y bien comida, se comió una media bombacha de la empleada, cuando yo llegué de noche a la casa encuentro a la perra caída, sin ganas de juguetear y “sobre el pucho el salivazo”, la metí en el auto y como era amigo de mi querido veterinario, grado cinco de cirugía en la facultad, pero afuera del cargopor ser certificado C, no podía enseñar a operar a los perros o cualquier otro bicho.
Ni bien llegué, a la perra le dio una inyección con un efecto vomitivo y notó que la perra había comido algo indebido.

No es en serio, es a pedido, “una sonrisita” y muestra los dientes
La anestesió y con su ayudante, la ataron en la mesa de operaciones, dormida, parecía una liebre de tan chica que era, acostumbrado al tamaño de los dobermann adultos, 35 o 40 kgs..
Este sujeto que les cuenta, o sea yo, estaba en otra habitación, empezó la intervención y cuando abrió el intestino de la perrita, me gritaba desde esa mesa con canaleta que viene a ser la mesa de operaciones perruna y gatuna, “media…..”, “bombacha….” media…”, contenta el querido Dr. Luis Esteves, que ya no está entre nosotros, pero lo llevo en el corazón , por ser excelente persona y gran amigo, y él estaba contento porque la perrita no estaba enferma, sino atracada feo, pero con bisturí la arregló..

La cosió y me dejó participar de las últimas puntadas de la perra.
Me la llevé al auto y marché para casa, donde despertó en un solo temblequeo, por los efectos de la operación.
Esa perra nunca llegó el tamaño de los dobermann por esa operación tan temprana en su desarrollo.
La madre, después me había resultado un tanto casquivana y se me enamoró del perro de la esquina un airdale terrier, estupendo perro, pero dobermann con airdale, lo que tienen de común son los colores, negros ambos pero pelo de alambre el airdale y las crías adulterinas, de la Erika salían todas pelo de alambre.
Cuando agarraban tamaño, yo los llevaba en una caja de cartón grande en la valija de mi auto a la empresa y el personal de mantenimiento, el de servicio y los administrativos se peleaban por llevarse los cachorros.
La muy “prosti” de la perra tuvo varias pariciones más siempre con su amor perruno, el airdale de la esquina, tendría que haberle cobrado una pensión alimenticia a Freda, la dueña pero por suerte me los sacaban de las manos.
Dejo expresa constancia que en mi vida tuve unas cuantas perras y jamás vendí un cachorro.
La perra madre hacía falsos partos y producía leche, quedándole las ubres llenas y mastitis con la perra y yo tenía un lugar donde encerraba a la perra, para que las niñas no vieran y la ordeñaba sacándole pus y leche, e inyectándola con antibióticos.
Esas falsas preñeces terminan mal, porque la Erika terminó con un cáncer en las mamas y la hija la Ushi, que no entraba en celo, agarró perro y murió de una pulmonía.

Pasaron otros perros por mis dominios y recomendada por no sé quién, apareció una pareja con un dobermann, crecido, año o algo más, y me lo trajeron con una bolsa de las mejores pastillas perrunas, excelente collar y cadena.
Y así empezó nuestra relación con el Rocky, todo el mundo se arrimó a verlo, y el perro forastero se la bancó, hasta que se puso duro y rezongó.
Lo llevé al fondo y lo até con una cadena larga, todo muy precario porque yo no me la esperaba, pero ya que estaba, y perrero como soy ahí quedó el malevo.
Al día siguiente estaba durmiendo al amanecer y una vecina avisó que el perro se había soltado y se había enredado la cadena con unas plantas de crataegus.

Salí en calzoncillos al jardín y me lo conversé al hombre, este no movió la cola, y seguimos nuestra conversa, hasta que le gané la confianza y medio lo convencí, lo solté y lo volví a sujetar en el gancho máuser y ya lo até más propiamente.
Nunca me ha mordido un perro propio ni ajeno en mi vida porque ellos distinguen bien quienes somos los unos y quienes son los otros.
Era mi perro, porque como era medio atravesado, las mujeres no querían saber de nada con él y yo lo conversaba, para tratar de hacerlo gente.
Después me enteré que me lo habían regalado, porque había tenido un malentendido con una vieja, nunca supe si la tiró o la mordió y ahí entendí el porqué de los costosos avíos que trajo el bicho y la bolsa de 50 kgs. de muy buen y caro alimento perruno.

Era como un pacto de no agresión de ellos, no del perro que yo no tenía ni idea.
Pasaron los meses y un día mi señora estaba pintando una reja, subida a un banco, y pasó el malevo a su lado y en señal de paz que ella no interpretó como tal, le pegó un lametazo en la pierna.
Ella se imaginó que iba a terminar con silla de ruedas o con una pierna ortopédica.
Yo a esa altura hasta lo tocaba cuando estaba comiendo.
Ya habíamos entrado en confianza con el bicho, pero sin atrevimientos con el Rocky, hasta que una nochecita viene un matrimonio amigo con tres hijos chicos, varones de apartamento ellos, y el más chico, Dieguito, en un aparte con el perro, tuvo la peregrina idea de agarrarle las dos orejas al dobermann y tirárselas para abajo y sentimos solamente un ruidaje a tarascón y pico, le metió los cuatro colmillos, dos en la frente y dos en las partes del maxilar, por supuesto le había agarrado toda la cara, pero fue una sola mordida, si hubiera sido lo natural en un perro bravo lo hubiera matado.

Salieron como tejo para un servicio médico de la zona y no le había interesado ninguna arteria, ni vena, fue un mordiscón con mucha suerte para el niño, que era más peligroso el niño que el perro y ahora que será Contador Público peor todavía.
Algún encuentro tuve con el perro, que yo lo emparejaba con un talero de lonja de una pulgada de ancho y de ahí en más, el Rocky descubrió que el macho alfa en la casa era yo.
Pasaron los años, y el malevo se volvió faldero como todos los dobermann pero esto era con respeto, juntos sí, pero no entreverados.
A los 12 o 13 años de tenerlo, empezó a caminar poco, y llegó un momento en que no comía, había que andarle insistiendo.
Lo hice ver por varios veterinarios y el bicho estaba sufriendo la vejez y no disfrutando la vida.
Tuve que hacerlo sacrificar, y me sentí un mal parido y hoy todavía se me hace un nudo en la garganta cuando pienso en mi acto, tan feo de tener que tomar la resolución de poner a dormir el bicho.
Lo hice enterrar debajo de una anacahuita y ahí está su cucha definitiva.
Me hicieron una operación muy importante a mí al poco tiempo del mal suceso con el Rocky y como premio me regalaron al quinto dobermann de mi vida, el Lucca, es de lo peor, salta todo el tiempo, trilla todo y va a la escuelita perruna y aprendió a hacerle caso a los de la escuelita, pero es un hijo de la vejez, y tal vez con su mala educación esté pagando algún lonjazo que le tuve que pegar al Rocky en vida.
Son cosas de la vida, tenemos momentos de lágrimas y momentos de risas, con el final de Rocky me amargué la vida, pero me trajó la alegría este irresponsable del Lucca, que como buen dobermann es faldero y los dobermann asesinos solamente aparecen en las películas o cuando algún dueño tarado, los hace apalear para que sean agresivos.

Los perros son así, son como los hacemos los malos o buenos dueños, que todo sea ara bien, mis amigos.

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