19 abril 2024
CRÓNICAS

Primeros humos

Nuestra barra después de zafar de la plaza Libertad, seguíamos hasta la plaza Independencia, un tramo de menos gente y trille, pasábamos frente al Solís y nos metíamos en el Hindú.

Programación prohibida para menores, e inconveniente para señoras y señoritas, después hablaremos de ella.

Cuando uno entraba no veía la pantalla porque se accedía por un costado y por el reflejo de la luz se veían los palcos y luego sobre la izquierda estaba la pantalla.

La programación era de películas comunes y corrientes, preferentemente no aptas para menores de 18 años y al final de las mismas daban “shorts films picarescos”, esto es traducido a nuestros tiempos actuales unas películas que ocasionalmente se veía de refilón un seno, a las disparadas y poca cosa más.

Hoy haría bostezar a un chiquilín de seis años.

Pero la indiada desacatada no sé qué les corría por la cabeza.
Una vez que estaban dando, si mal no recuerdo “La torre de Neslé”, con Silvana Pampanini, la cual tenía a la altura del pecho dos poderosas razones para triunfar, con unos 110 o 120 de circunferencia, a la altura de las herramientas, la película no era mala, pero un desquiciados gritó del fondo de la sala, “queremos ver c….” llamando a esta parte genital del cuerpo femenino en forma vulgar, soez, a la que se sumaron otros integrantes de la fauna humana.

En pocas palabras la película y Silvana Pampanini les importaban un pepino y querían que la terminaran para ver los magros cinco o diez minutos de cortos picarescos o de relajo, como Ud. quiera calificarlos.
Acto continuo, al sentir escándalo, el operador, prendía la luz de la sala para que se calmaran los ánimos.

Una tarde Juatoño, que era un tanto rústico y con antecedentes en la materia, cuando empezó con los dedos a mover un lambriz de madera del cine Apolo y dale que dale toda la función, hasta que se vino abajo un tabique de madera compensada de tres metros por tres y por cierto arriba de los otros espectadores, acto continuo apareció Julio, el portero, un ex boxingdanga, que puso coto a los nervios del público y sacó al Juatoño de un brazo para la calle.
No lo movió de pura casualidad.

En el Hindú había apoyado sus pies en la fila de adelante y se hamacaba la fila en que nos encontrábamos sentados todos, hasta que se le fue la mano, digo el pié, y la fila entera, en toda su extensión cayó para atrás, inclusive un viejo que estaba sentado en la punta y no tenía nada que ver con nosotros, pero ante tal jaleo se refirió con términos infamantes y malhumorados especialmente sobre la conducta de nuestras antepasadas progenitoras hasta el cuarto grado por consanguinidad y segundo por afinidad.

Ese hecho logró, que desde la sala de proyecciones prendieran todo a media luz, cosa que, ni lerdas ni perezosas, aprovecharon las yiras que trabajaban en la sala, “sottovoce”, para recorrer los espacios libres para ver si levantaban algún viaje, entre personas del público, ímproba tarea, por la mala calidad de la oferta de la mercadería referida y el bajo poder adquisitivo de los asistentes, eran vulgares comas que no llegaban a puntos.
En trasnoche, algunos fines de semana, había unas funciones de burlesque, con muy pocas plumas y poquísimos dientes en la boca de las ocho o diez vedettes de ocasión y el show que hoy llamarían stand up, estaba a cargo del genial Roberto Barry, fallecido hace un montón de años, que de cultural no tenía nada salvo que fuera de cultura soez, siendo un excelente humorista, bajaba el nivel acorde con el público, al efecto de hablar el mismo idioma y que entendieran los chistes.

Cuando terminaba la función de cine, no la de burlesque porque no estábamos en condiciones de acceder a los precios, ni nos interesaban y nos íbamos al bar London que estaba en la rinconada de la plaza Independencia, donde largaba en una época el Expreso Minuano y nos comíamos unos cuadrados de jamón y queso con alguna bebida refrescantes.

Los calaveras de las tardes de los domingos éramos así, como la letra del tanto Garufa que en vez de terminarla con un café con leche y una ensaimada, adictos al vicio de un sándwich lo manducábamos y rumbeabamos para las casas.

El viejo tambo, devenido en teatro cabaret y luego en cine de a ratos, amenazó ruinas y fue demolido y hoy oficia de estacionamiento de los juzgados penales.

Ahí bajan jueces y funcionarios de jerarquía, también traen a los presos en los celulares, por lo visto ese predio siempre estuvo condenado a gente muy especial… y que todo sea para bien…

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