24 abril 2024
CRÓNICAS

Recuerdos propios y ajenos

Por COMOUSTÉ
Uno va caminando por la vida, recorriendo el tramo correspondiente del piolín del carretel de las distintas etapas de nuestra existencia, es decir, entre nudo y nudo, y hay muchos seres a los que uno conoció de una forma, se cruzaron con otros, se descruzaron y cada cual siguió su trillo.

ayer-236-1_350x210Estoy en una etapa de mi vida, en la que disfruto el pasado de mi infancia, mi adolescencia, mi mayoridad y el momento actual, que me deja decantar todas las partes de mi vida, mis estudios, mis compañeros, unos conocidos y otros amigos, desde un lugar de mi existencia, en que puedo calibrar, sin pena, ni gloria, los que fueron amigos o mero conocidos o simplemente algunos, los cuales en etapas anteriores o posteriores se cruzaron en sus vidas y yo sin haber sido protagonista de los hechos de sus hechos, es como si los hubiera vivido en carne propia, porque tengo la versión que ellos me transmitieron, por separado entre sí y en el lugar y en el tiempo.
Fui un espectador de primera fila, sin haber estado en el lugar en que acaecieron los hechos, pero tuve la vivencia, que ellos tuvieron de los momentos que participaron y me las transmitieron.

Para que mis lectores no piensen que estoy armando una tramoya cantinflesca de dichos y no dichos, tres seres o más, que no se conocían entre sí, fueron protagonistas de lo que voy a narrar a continuación.
Cuando la Segunda Guerra Mundial los estudiantes universitarios y empleados públicos, tenían que hacer una especie de servicio militar que impartía el CIOR, Centro de Instrucción de Oficiales de Reserva, en la calle Dante 2000, dirección que recuerdo por el aviso que pasaban por la radio para reclutar reservistas, ya pasada la guerra y hasta no hace mucho.
Otro amigo fiel que heredé de mi hermano, hoy con sus frescos y memoriosos 93 años, me llamó para saludarme en el día del amigo.
Muchas veces me privo de su conversación por miedo a lo inevitable, cosa que me pasó no hace poco cuando llamé a otro queridísimo amigo para felicitarlo por sus 85 años y por su esposa me enteré que ya no estaba, que no había llegado por tres meses al motivo de mi frustrada felicitación.
El joven de 93, trabajó en varios diarios, fue tipógrafo, tarea que consistía en con una brusela, levantar los tipos uno a uno e irlos parando sobre una bandejita regleta para formar las distintas frases que formarían luego la página del diario o del libro.
Las cajas donde estaban las letras les llamaban burros, no sé por qué, pero esos burros desemburraron a mucha gente, más o menos de Guttenberg hasta el advenimiento de la computadora.

Era una tarea muy cultivante, porque frase a frase que iban armando, también les quedaba grabada en la cabeza del tipógrafo, tarea que tenía un agravante, que lo que ellos veían de la letra era la letra al revés, no tenían problema con la o porque es igual de todos lados pero una d se ve como una b y si está al revés se ve como una p o una q.
No sé si he sido claro.
Pero pasados los años adolescentes, tuve una etapa en la que me ganaba la vida corrigiendo pruebas de galera, lo que en imprenta son, tiras anchas de papel, donde se saca una impresión manual y a rodillo entintado del texto que luego será página de un libro.
Con mi francés liceal, italiano de preparatorios, español de la vida, tuve la fortuna de poder sacar las memorias de un congreso internacional que eran seis tomos de 600 hojas aproximadamente cada uno.
Un viejo tipógrafo, otro, no mí amigo, que ya en esa época era toda una autoridad en el taller, porque existían las linotipos, que evitaban el trabajo de preso de levantar letrita por letrita y con los moldes se armaban barritas, que contenían una línea de palabras, que después de determinada cantidad formarían lo que sería la página, que esas serían las que con un rodillo de goma imprimirían las hojas del libro.
Terminado todo este trabajo, había que volver después de limpiar de la tinta a los tipos, había que ponerlos devuelta uno por uno en su lugar y los de cada letra con los de cada letra y los de cada tipo de letra con los de cada tipo de letra, un laburo infernal y para gente con poco apuro y mucha paciencia.

Mi tarea era la de corregir sobre esas tiras de papel los eventuales errores que cometían normalmente los linotipistas.
En una tira de papel con un texto en francés, me llamó el tipógrafo, me dijo que yo había hecho las cosas mal, y que una palabra estaba escrita de tres maneras distintas en la misma página.
El tipógrafo no sabía ni “j” de francés pero tenía oficio y leyendo al revés, sin entender un poco lo que leía, vio el error que yo me había comido al derecho por tres veces.
Volviendo a mi joven amigo de 93 años, cuando la Guerra él trabajaba en la Imprenta Nacional, o sea empleado público y no los llevaban de maniobras militares, pero si los hacían marchar y hacer algunos simulacros de combate, con palos de escoba a guisa de fusiles, claro que 300 gramos más o menos contra los 9 kilos que pesaba un máuser era más liviana la tarea.
Como por ejemplo traerlos marchando por la rambla y darles la voz de “cuerpo a tierra” a la cual se tenían que tirar al suelo, para evitar ser heridos por una eventual bala enemiga, imaginaria en el caso de marras.
Tras la orden castrense todos se tiraron y mi amigo, como buen hijo del barrio Palermo, se quedó parado y no acató, falta grave en la disciplina castrense.
El oficial se le vino, como chancho a los boniatos, con una reprimenda de padre y señor nuestro a lo que mi amigo le contestó: “estoy con mi ropa de vestir y no me voy a revolcar por el piso porque a Ud. se le antoje, si me da ropa de fajina haré todos los cuerpo a tierra que Ud. ordene”.

Ante aquel razonamiento, el oficial se guardó la miliqueada y lo dejó sin sancionar, comprendiendo que un obrero con su ropa de calle, no tenía por qué andarse revolcando por el pavimento, cuando con suerte había arena, pero en muchos casos, si no había pasado el verdulero con el carro y su caballo, había pozos con agua de lluvia o barro y el que cumplía se embarraba hasta el apellido.
A mi hermano mayor que me llevaba 16 años de edad, le tocó la infantería de marina.
Al guardiamarina que era su instructor, lo conocí hace un montón de años y anda cerca de los noventa y pico de años, muy buena persona, no sé a qué grado llegó en su carrera, porque mi relación fue cuando ya estaba retirado.
Mi hermano ya no está, pero recuerdo que era muy cumplidor y llegó a cabo de la reserva de la infantería de marina e inclusive, me acuerdo haberlo visto desfilar por la Av. 18. de Julio, sobre el lado derecho de la línea, creo que afuera del escuadrón desfilaba o desfila un cabo cada dos líneas de marineros.
Esto último va por cuenta mía, porque podrían ser cuatro líneas o tres o cinco, mi recuerdo del desfile es de cuando yo era niño y también tengo presente a mi vieja, orgullosa, viendo marchar al nene, tan es así que no recuerdo, si fue un 18 de julio o un 25 de agosto, pleno invierno con un fuerte sol y mi madre logró insolarse, cosa que nunca le pasó en su vida, como buena oriunda del Barrio Palermo.
A mi hermano lo llevaron de maniobras fue de maniobras a Puerto Sauce (Juan Lacaze), pago de los sabaleros y él padecía de un tema, que no informó, porque no lo consideró oportuno, era sonámbulo y de noche se levantaba y salía a dar la vueltita del perro.

En el campamento con una estructura militar uruguaya, pero militar al fin, mi hermano, no sé a qué hora de la noche se levantó y salió de la carpa, el centinela le dio la voz de alto y el sonámbulo siguió de largo.
Menos mal que después de la voz de alto, no tiró, porque vio que pasaba algo que no era normal.
Por suerte antes de que lo matara un centinela a mi hermano lo dieron de baja por problema de salud.
Mi vieja feliz y contenta lo recibió con puchero y pirón, a lo que mi hermano dejó sentada su más enérgica protesta, porque en el campamento de la marina, lo habían tenido a pirón y tumba, a los veteranos no, pero a la generación de la hambuguesa, les explico que el pirón es una pasta cocida de fariña con caldo, a mí me gustaba y tumba es una porción de carne hervida de mala calidad.
Entre el puchero y la tumba hay una pequeña diferencia, pero después de haber hecho tratamiento de 15 días con tumba por almuerzo y por cena, y el pirón hecho con el caldo de la tumba, para mi hermano que era bastante delicado de estómago no le debe haber caído nada bien y hecho mucha gracia.

Uno empieza a escribir y se va por las ramas y este cuento es mucho más largo y tiene a personajes como el Gral. Gestido mucho antes de ser General, pero ya con alto mando y ni pensar que llegara a Presidente de la República.

La seguiremos en la próxima y que todo sea para bien…

Un comentario en «Recuerdos propios y ajenos»

  • Muy linda historia hoy que estamos tan preocupados con los problemas de la minoridad viendo estas historias nos damos cuenta que bajar la edad no no es la solucion, la solucion es educar como hacian nuestros abuelos. 😉

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