10 noviembre 2024
CRÓNICAS

Satirismo

Va a ser la primera vez que escribo sobre este tema y muy probablemente sea la última, no porque faltaran situaciones serias, jocosas o dignas de contarse, sino porque no me gusta tratarlo y simplemente lo que me gusta de este episodio es como anécdota de aquella época.

Cuando mis años mozos me gustaba recorrer la parte histórica de Montevideo, como ser ir a tomar unos ginfizz al Jauja, lugar donde supieron sesionar las comisiones de las cámaras parlamentarias cuando el Poder Legislativo funcionaba en el Cabildo.

Ahí conocí de una mesa a otra las que al rato se juntaban, a don Eduardo Víctor Haedo, persona que le gustaba compartir y juntarse con gente joven y que pensara distinto, para participar de las últimas ondas e ideas.

Baste para tener una idea cabal del personaje a sus invitados en La Azotea de Punta del Este, donde tuvo entre muchos otros al Che Guevara, con quien compartió hasta el mate, salvadas las distancias con tal personaje y que nosotros merodeábamos nomás el boliche.

Un par de gins convidaba, porque con la cara de estudiantes el sabía muy bien lo que era rascar del fondo del bolsillo los últimos mangos.

Nosotros éramos puro oído para estar al día y aprender y aprehender el mundo, poníamos el repollo al servicio de la información como gustaba ilustrarnos en sus cuentos el gran decidor Luis Landriscina.

A don Eduardo Víctor Haedo se le atribuye aquella frase famosa, muy de moda en el jet set argentino de la actualidad, “que hablen mal de mí, pero que hablen”.

En una palabra, político o actor que no esté en el tapete y no tenga algún lío o bronca no existe, y tiene que agarrar para las ocho horas.

También pero del lado del mostrador, paraba mi querido Palito Arrillaga Simpson, hijo de don Atilio ArrillagaSafons (caudillo blanco) ambos escribanos, y cuenta la leyenda o la historia que el padre cobraba los honorarios y los juntaba convertidos en libras esterlinas en un cofre, para comprar armas, por si había que salir en una patriada, cosa que hizo, siempre que cuayó, en tiempos remotos.

Cuando fuimos creciendo, el Jauja era un lindo lugar de apronte a la salida del laburo,para convidar a una dama con unos ginfizz para ir preparando la noche, con ese estímulo entre pecho y espalda.

Cuando la barra de estudiantes agarró la onda, no nos daba la nafta suficiente para bancar el Jauja y nos juntábamos en un apartamento, porque con tantos muchachos del interior siempre alguno disponible había, al que concurríamos gustosos con compañeritas y todo, y preparábamos ginfizz, daikirí, que vienen a ser lo mismo que la capirinha, cambiando la bebida madre, por su ordengin, ron, caña blanca, o vodka, con limón y azúcar impalpable (nosotros le poníamos azúcar común y chau), con bastante hielo. De la cantidad en más de azúcar dependía el efecto explosivo de la bebida.

Con dos andaba bien, con el tercero era tiro hecho.

Una vuelta éramos diez o doce en un apartamento y estaba un compañero con su noviecita.

Vaso va, vaso viene, porque ahí la cosa no era con copita de licor, sin con vasos de tamaño de agua y la cosa se empezó a poner linda y picada.

Esas mezclas espirituosas, en lo personal a mí me suelen poner medio sátiro, bueh… depende de la cantidad, porque se puede llegar a sátiro y medio.

Cuando quise acordar, estaba en el balcón del apartamento “conversando” con la novia de mi amigo, el cual no sé dónde estaba, ni se me ocurrió salir a buscarlo, total para qué.

A la mañana siguiente, con los humos de la noche anterior, pero consciente de mi fechoría, me fui a la pensión donde vivía el compañero y le comenté que había sido una noche muy castigada por los éteres etílicos y no me acordaba absolutamente de nada, a lo que, para mi alivio, mi compañero me confesó que a él le pasaba otro tanto.

Como la receta me había dado resultado, encaré a la novia del amigo y le conté que no me acordaba absolutamente de nada y ella se tuvo que aguantar en el mazo, sin reclamaciones por mis conductas o inconductas, ni de amores frustráneos, ni de la capa de la reina.

Algunas compañeritas me miraron varias veces con cara de inteligentes y no me di por enterado de nada, de nada absolutamente.

En esa época uno era un kamikaze.

El amigo se recibió, se fue para el interior y lo perdí de vista, claro que con el tiempo me enteré, por interpósita persona, que tomaba y el efecto del alcohol le cambiaba la personalidad, terminaba mamado y jugando en el otro cuadro.

En los años que fuimos compañeros de clase y de estudiar juntos, nunca noté, ni yo, ni ninguno de los de la barra, nada especial en él, y hasta novia tenía.

Hace unos años murió de SIDA, después de gastarse una fortuna en tratamientos en Sao Paulo.

Su agonía fue espantosa, estando a los comentarios de los amigos del pueblo, con un hongo que le liquidó toda la dentadura y luego le atacó los pulmones y lo mató en una forma larga y cruel y por asfixia.

Cuando se armaba algún lío era el primero en salir a las trompadas y no medía contra cuantos, excelente amigo y compañero, pero cargaba el tanque y cambiaba la personalidad y de cuadro.

A mí me pasaba, con los coctails que se elaboran con el alcohol mezclado con limón y azúcar me atacaba el satirismo y atropellaba, dejaba de ser mi forma de actuar normal y pasaba de pescador a la caña con una boyita y un anzuelo a ser un cazador con una escopeta patera.

Que todo sea para bien…

Un comentario en «Satirismo»

  • Hola recibo tus mensajes. los amigos son así y a veces se van sin mas. muy linda historia y te doy de todos la mejor nota…con todos esos amigos yo estaría tomando mate con una banderita roja con la oz y el martillo pegada en el thermo…jajajaja…creo que vos no sos de esos por las otras cosas tuyas que leí en la semana. pero igual yo aprendi que en ese lugar que respetan a TODOS los cariños pueden mas que los desacuerdos.
    Bsos
    Rita

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