19 abril 2024
CRÓNICAS

Un pequeño gran negro

Como tantos otros que conocemos y otros anónimos tuvo su origen en la sala de Expósitos de Tacuarembó.

Al igual que Martha Gularte, aunque no tan exuberante, más bien flacuchento y esmirriadito, llegó a nosotros desde esa localidad uno de los grandes de nuestra música, Santiago Luz. También es originaria de ese departamento Lágrima Ríos.

Llenos de intenciones renovadoras y tratando de transformar un club de viejos, en un club para toda la gama etaria, pero los viejos se sentían dueños de la cosa, porque ellos lo habían hecho construir, no mucho, una cantina, vivienda para el cantinero-sereno-limpiador, una cancha de básquet ball, que se transformaba en cancha de volley ball y en ocasiones de las carnestolendas en pista de baile, con un petit escenario de bloques con piso de arena y portland, un local para secretaría y con el tiempo se le anexó un salón grande, como para que las señoras mayores jugaran al rummy canasta. En esa época el bingo no corría, por lo menos ahí, la lotería de cartones a veces.

La parte bailable era preferentemente del 2 por 4, Mauro Maquieira, Villasboas, Puglia y Pedroza y la música para la gente joven eran unos vinilos rallados de Bill Haley y sus cometas, los Plateros, y algún otro más. Todo lo demás típica y algún socio con un acordeón a piano, rompía la lírica castellana, con esas músicas trilladas, que sirven para un cumpleaños aburrido o una reunión aburrida. El denominador común tiene que ser aburrido.

También había un piano vertical, que se conoce que no le entró en el apartamento, después de la mudanza, al donante. No digo que pusieran a tocar la “Para Elisa” a la nena, pero por ahí andaban las cosas.

También matizaban el entretenimiento, con algún campeonato de pesca desde la costa, el campeón era el que sacara dos o tres roncaderas, después de haber estado toda la mañana disfrutando del viento castigando con la arena voladora y esos piojitos que vienen con la ola y pican y duele.

Los Plateros

A título anecdótico, un día un chiquilín, que era un incordio, estaba metido en la parte donde rompe la ola, con una caña de pesca con línea de flor. De repente arma flor de alboroto y la caña que era bien finita, se había hecho un arco y fue el padre a sacar el chiquilín con caña y todo, para evitar que se lo llevara la ola. Cuando nos juntamos con la caña, tenía prendido, flor de lenguado. A nadie le entraba en la cabeza que con un anzuelo mojarrero, podría haber prendido un lenguado y menos donde rompe la ola, hasta que en la parte seca el lenguado largó la roncadera que se había pretendido tragar. Es de Ripley.

El profesor Miguel Villasboas

Un día la directiva se equivocó e hizo las cosas bien. Trajeron un trío de jazz. Un clarinete, un saxo y una batería.
El del clarinete era un negro flaquito, con barba mota entrecana. Empezaron suavemente con el clásico de Benny Goodman “Tengo Ritmo” y fueron subiendo de tono con “Moritat”, “Saint Louis Blues”, “Cuando los Santos vienen marchando”, “Tiempo de Verano”, entre otros temas.

El público fue dejando de bailar y rodearon el pequeño escenario donde el gran Santiago Luz los absorbía, como a las polillas la llama la luz. Y con “Rififí”, quedaban el pequeño gran Santiago y el clarinete verticales. No sé francamente cuantos pulmones tenía el hombre pero no se le terminaba el aire con nada.

Pero, siempre hay un pero, a pesar de estar el público embelesado, un directivo del club al que el cargo, que es nada, se le subió a la cabeza, ya venía mareado no por el alcohol, sino por la imbecilidad, con una audición radial partidaria del Club Nacional de Fútbol que era el curro que le daba de comer y un carguito de vocal en el club de los céspedes, pero a la idiotez humana no hay con que entrarle y tuvo que mostrar su “autoridad de portero”, que se deleita cuando no deja entrar a alguien y así demuestra su “poder de portero”.

Lo interrumpió al gran Santiago Luz y le dijo de malas maneras y delante de todo el público, que a él le pagaban para que la gente bailara. Razonamiento chimichurresco si la gente estaba disfrutando plenamente y no bailaban porque preferían ver el espectáculo.

El negro bajó del escenario y en un rincón rodeado por los músicos y público lloraba. Es duro ver llorar a un hombre grande, herido en lo más profundo de su dignidad y el regalar su arte, porque lo suyo no era por dinero, sino que no podía parar de comunicarse con el pueblo de la forma que lo había hecho toda su vida.

Cuando agarraba el clarinete y con unas cuantas copas entre pecho y espalda, nunca lo vi hacer papelones, ni ponerse pesado, sino por el contrario se ponía más brillante, no había quien lo parara y el público disfrutaba, a más no poder, con un silencio absoluto, para disfrutar de la primera hasta la última nota, que con Santiago, siempre estaba seguida por alguna otra.

El cretino le robó la escena a Santiago, pero logró asumir su rol de imbécil a full repudiado por todo el público que continuaba rodeando al pequeño gran negro.

Otro gran negro maestro de jazz Cab Calloway, que venían en carnaval, cuando éramos pocos, pero buena plaza para el espectáculo, se lo quiso llevar para EEUU y Santiago, no quiso dejar el candombe, por el jazz bien remunerado, porque él era así, un negro de Tacuarembó, que amigo de sus amigos y enemigos no tenía, prefirió su tierra madre a los dólares de otros lares.

Con Martha Gularte, con 18 años, Javier Cugar, un catalán radicado en Cuba, que en ese entonces tenía a Abe Lane, la tentó y la llevó, pero al poco tiempo la teníamos de vuelta, con más experiencia, pero poca plata. Estos negros nuestros, llevan el borocotó chas chas en la sangre y no los tientan con espejitos de colores y si se tientan se les pasa enseguida.

Santiago tenía una virtud, era un bohemio al que el dinero le importaba lo suficiente para comer poco o para tomarse unas virundelas, pero si lo contrataban para una entrada de media hora, con la compañera dorada entre pecho y espalda, no había quien lo hiciera parar de tocar.
Me lo volví a encontrar muchos años después en la Parva Domus Magna Quies, un república que no engaña a nadie, ahí se cultiva la amistad, la alegría, el buen comer y el buen beber y no se jactan de hacer pública beneficencia.

Siendo ciudadano de esa república hermana, me encontraba frecuentemente con Santiago Luz y con Washington Quintas Moreno, un gran pianista que con Santiago no precisaban hablarse para dar su espectáculo. Ellos siempre tenían las puertas abiertas de la República y eran ciudadanos de honor.

Disfrutaban más de los dominios de Muniz (el cantinero) que los productos emanados del Laboratorio (cocina), elaborados con la dirección del Ministro de Culto (Ministro encargado de todo lo concerniente a la masticación)
Tenida grande o tenida chica, aparecía el negro Santiago y el salteño Quintas Moreno. Quintas fue otro de los grandes pianistas que Salto largó al mundo, junto con Jaurés Lamarque Pons (autor de la ópera uruguaya “Marta Gruní”) y Santiago Baranda Reyes (profesor de profesores).

La Parva conserva en su museo el último clarinete de Santiago Luz, junto a una culebra en formol que oficia de aspid con que Cleopatra se hizo picar en el seno y pasó a peor vida y un pelo púbico, enrulado él, que dicen que perteneció a un profeta de un culto fundamentalista que suele poner coches bomba cuando se los involucra, en la persona de éste hombre y por una palabras demás en este artículo evitemos que destruyan una república hermana.

La república vecina, fue fundada por unos pescadores hace 130 años. Fui ciudadano de la misma durante un largo período pasando de ser el ciudadano No. 200 al No. 45. Los números van bajando por causa de muerte o desafiliación.
Disfrute de muchas miercolinas y pocas sabatinas y dominicales.

En dicha república se le tributaban los más amplios honores al pequeño gran negro Santiago Luz y para despejar cualquier duda, también había otros ciudadanos negros.
La diferencia entre el clubcito de morondanga, de unos viejos ignorantes que se dejaban dominar por un energúmeno, de dudosa representatividad, radica en que ellos lo habían votado, claro que ese hombre en la Parva Domus Magna Quies hubiera sido botado.

5 comentarios en «Un pequeño gran negro»

  • Excelente, gracias por la nota, no se puede decir otra cosa.

  • Fuera de serie….como generalmente se dice. Tremenda nota……….

  • Al Sr. Carlos Fernández Quintas:
    El agradecido soy yo, porque sus dichos están dictados por el corazón, al igual que los míos. Por el segundo apellido sospecho que por lo menos es nieto de Washington Quintas Moreno, uno de los grandes pianistas de nuestro país.
    Me conmueve haber removido la memoria de dos de los integrantes del gran terceto del jazz. No puedo nombrar al tercero, porque no lo conocí, privilegio sí que tuve con Quintas, Santiago y Baranda Reyes,
    Nos comunicaremos en otra nota.
    Un abrazo,

  • Muy buenos recuerdos de esa época dorada de la música en vivo que luego hicieron raices en las fono plateas. Que época bárbara!

  • Acabo de comprar un lp de “Tres para el jazz” y navegué buscando más datos de los pocos que tenía sobre Santiago Luz. Agradezco la nota y le cuento que el tercer integrante de la banda era Julio Cuccurullo en batería.

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