19 abril 2024
CRÓNICAS

El árbol que anda

Hay muchos acontecimientos históricos antiguos y actuales de los cuales, pese a su fundamental importancia, no conocemos nada de sus grandes detalles ni de los menudos.

Conocemos el hecho en sus generalidades, en sus relieves salientes. Pero en lo menudo, en el detalle fino, que es lo que le da el condimento, el sabor a los acontecimientos, en eso… no sabemos nada o lo sabemos alterado, en lugar de pimentón te lo dan con ladrillo en polvo.
En los momentos de soledad y silencio en los que el hombre mira hacia adentro, medita y se pregunta “cosas raras”, ni tan raras, sino no comunes, yo he pensado muchas veces en el momento singular, en el cual Colón, llegado a América, se enfrenta con el cacique indio que sale a recibirlo, un mano a mano inédito.

¿Qué hablaron? ¿Cómo se desarrolló el diálogo?

Nada sabemos en verdad, no había traductor que doblara el diálogo, aunque fueron dos monólogos, porque salieron cada cual con la letra suya.
Y aún fue peor, porque Colón creído que había llegado a la India, les llamó indios a los aborígenes y el aborigen no dejó nada dicho.
En mi costumbre de imaginar, se me ha ocurrido lo siguiente: Colón, empuñando una espada en una mano y una Cruz en la otra, con actitud Imponente se proclama representante de Isabel de Castilla y de la Virgen María, una católica y la otra judía, por eso la era cristiana comienza unos días más tarde, porque es el lapso que tienen los padres judíos para bautizar al niño que nació el 24 y el bautizo fue el 1º, otra casualidad en aquella época en que no existían elementos de precisión para el tiempo, ni vulgares almanaques, justo lo bautizaron el primero de enero.
Colón piensa que eso le la cruz y la espada da autoridad para hacer cualquier cosa.
El cacique, que desde luego no entiende ni jota, toma por su parte una actitud semejante: con aire de monarca todopoderoso y voz tonante dice cosas que Colón tampoco entiende.
En esta problemática situación, siempre el imaginado Colón se vuelve a sus lugartenientes y les dice despreciativamente: “Este pagano bruto y salvaje no entiende nada”.
El cacique, por su parte, con soberano desprecio, dice a los suyos: “Este animal raro brotado del mar es incapaz de comprender”.

Mutuamente no se entendían en las palabras; pero lo peor está en que cada uno tampoco entendía al otro en lo hondo del pensamiento ni en lo profundo del alma, aunque ambos estaban en lo cierto, ninguno sabía nada, ni ninguno entendía nada.
Concibo la Biblia como libro religioso pero es mucho más un libro de sabiduría, como lo son todos los libros de las religiones antiguas; en el cual, en este caso, busco inspiración que me dé pie para comprender mejor mi ubicación de hombre entre los demás hombres.
Al margen de todo dogmatismo y sectarismo, en esa búsqueda he hallado algo que deseo presentar aquí.
En su recorrer proselitista de caminos, un día Jesús encuentra un ciego, que le pide llorando que lo cure (Marcos VIH, 24).
Jesús hace, con saliva y polvo del camino, un poco de barro con el cual unta los ojos al ciego, una cura un tanto desprolija.
Luego le pregunta: “¿Qué ves?” y el ciego contesta: “Veo a los hombres como árboles, y los veo que andan.
La continuación del episodio no interesa aquí.
“Veo a los hombres como árboles que andan!”
En aquella primera visión, el pobre ciego veía cuerpos verticales, materiales, que iban de aquí para allá.

En el primer momento, tal vez parezca un chiste para reír: Hombres que parecen árboles que caminan.
Amigos lectores: no es asunto para reír; más bien sería asunto para llorar, porque es cuestión de primerísima importancia para la humanidad y empezamos mal.
La población del mundo crece numéricamente con gran rapidez.
En ciertos lugares hay un verdadero amontonamiento.
Inmensas multitudes viven estorbándose, perjudicándose, limitando a los demás y limitándose a sí mismos.

Viven juntos pero espantosamente separados, porque cada uno de ellos esté en la situación de aquel ciego.
Cada uno ve a los demás como “árboles que se mueven”.
Sólo ven un ser material, vertical, que va y viene.
Pero aún fuera de esos lugares de amontonamiento, la raíz del mal subsiste: cada individuo vivé ignorando a los demás.
Hoy a pesar de las comunicaciones es peor, antes el que se mudaba a casa nueva la ofrecía a los vecinos y se ponía al orden, presentándose él y toda la familia.
Ahora se mudaron unos vecinos de al lado que si no fuera porque eran propietarios yo pensaría que clavaron al almacenero y ni siquiera dejaron un miserable teléfono por si las moscas, y uno actuará a la recíproca, si le entran intrusos en la casa, no tengo a quien avisar, ni siquiera a la comisaría a cuatro cuadras.
Todo comedido sale mal y a los intrusos me los tendré que fumar yo si saco patente de buchón.
Nosotros, en nuestra condición sabemos que el hombre, ser humano, es, mucho, muchísimo más que esa materialidad vertical capaz de moverse.
Sabemos que cada hombre tiene un corazón que siente y que por ello es capaz de amar, de reír, de llorar.
Sabemos que tiene una mente que piensa, que razona, que Imagina. Sabemos, todavía, que cada hombre tiene una psiquis, capaz de Interpretar, de crear, de adquirir conciencia del conjunto universal, y captar aún cosas que los sentidos, y la mente no captan.
Mente, corazón, conciencia: tres facultades que ligan al hombre a la divinidad; pero de lo íntimo de esas facultades sabemos tan poco que a veces es nada.
Ha sido siempre suprema aspiración del hombre, conocer a Dios. Generalmente ha fracasado… y por eso ha Inventado prácticas religiosas.

La causa del fracaso es que ha pretendido edificar comenzando por el techo.
Conociendo el asunto, el sabio filósofo griego dijo: “Conócete a ti mismo”.
En la medida en que nos conozcamos a nosotros mismos conoceremos a los demás, somos el cimiento de nuestro propio ser y todos el de la colectividad social o religiosa.
Y en la medida en que conozcamos a los otros hombres conoceremos a Dios.
Aquel lejano 12 de octubre, (fecha supuesta no por nosotros) mirándose a los ojos, pisando la misma playa de arena, acariciados por la misma brisa, cubiertos por el mismo cielo azul, alumbrados por el mismo sol,… Colón y el Cacique estaban inmensamente alejados el uno del otro, los separaba culturalmente un océano.

Sólo se veían por fuera: “hombres como árboles”.
Al no ver la mente, ni el corazón; ni la conciencia del otro, ninguno de ellos vio al verdadero hombre que tenía enfrente.
Por eso, Colón, que empuñaba una Cruz, símbolo del Amor Fraternal Universal, despreció al indio por pagano y salvaje, para que fuera llevando.
Por eso, el cacique, que se decía hijo representante del Dios Universal Sol, no aceptó por hermano al visitante extraño.
Amigos: ¿Desde aquel lejano 1492, han mejorado las cosas?
Pienso que no, en absoluto.
Veo que continuamos bajo la trágica sombra negra de la incomprensión. Sólo en pequeños grupos se notan esfuerzos en busca de la verdadera luz.
Fuera, el hombre, Impulsado por la ambición, estribando en la ignorancia y la mentira, en lugar de hacer de la razón un instrumento de superación y verdad, ha hecho de ella una “diosa” con los defectos inevitables de todos los “dioses creados”, dado que si los crea el hombre mentalmente tendrán similares defectos humanos.
No olvidemos el conventillo que era el Olimpo con Zeus como administrador del orden y para peor enamoradizo y tanto de diosas como de mortales.
En pocos años, en el ejercicio del poder de razonar, algunos hombres, los “sabios”, han llevado a la ciencia a un nivel insospechado.
Las ciencias físicas, químicas y biológicas, han progresado en forma sorprendente.
Tan rápido ha sido el adelanto que prácticamente no han tenido tiempo para buscar la mejor aplicación de los descubrimientos logrados.

En parte, esto se debe a que esos fabulosos y fantásticos conocimientos estén todavía en manos de un reducido número de personas.
No es que la humanidad sea sabia, sino que tiene algunos sabios…
En mi humilde entender, el peor mal para la humanidad este en que hay desequilibrio de conocimientos.
Hoy se sabe mucho, muchísimo, sobre las “cosas”; sobre la naturaleza física; pero seguimos sabiendo poco, poquísimo, sobre el hombre en su personalidad íntima.
Siguen las sombras de la ignorancia en el mundo de los pensamientos, en el mundo de los sentimientos, en el mundo de la conciencia.
En el avance avasallador de la ciencia, la psicología ha quedado en la extrema retaguardia, maniatada por la ignorancia, despreciada por los sabios investigadores.
Apenas si han surgido un Freud, un Jung, un Adler, un Bergson; un Rodó, un Sarmiento, un Vaz Ferreira, en parecidos estudios; pero estos, en el llamado “mundo científico”, son .considerados más bien como ensayistas con “ideas raras”.
Encandilados, propiamente “anestesiados” por las maravillas reales de la energía nuclear, vamos conociendo cada vez más del “íntimo” del átomo, arrancándole uno a uno sus secretos; pero. . . conocemos cada vez menos de los “íntimos” del hombre: eso íntimo y escondido que en realidad constituye el verdadero “Hombre”.
Lo dijo Einstein que algo sabía de la materia que era más fácil destruir un átomo que un preconcepto o un prejuicio.

Usamos los ojos físicos que nos sirven para mirar hacia “afuera”! , pero no sabemos usar los que Dios nos dio para mirar hacia “adentro”. Hemos Inventado maravillosos microscopios para mirar los “bichitos” de la difteria, y para descubrir, estupefactos, las fallas Internas en la masa de acero de un pistón de motor,… pero no tenemos ni una modestísima lupa que nos revele lo que piensa, lo que siente, lo ¬que es, ese ser humano que todos los días nos trae la leche, o ese otro que casi llorando me pide “una limosna por Dios”.
Hombres como árboles… mal conocidos por fuera porque los ignoramos por dentro.
Y lo peor es que en virtud de esa ignorancia, los juzgamos severamente o erróneamente, como Colón al Cacique, como el Cacique a Colón.
Esa ignorancia de lo psicológico se debe por lo menos, a dos causas: a) No nos Interesamos por conocer realmente a los demás; nos conformamos con verlos “como árboles”. b) Ante la evidencia o el temor de la incomprensión ajena, cada uno, en gesto defensivo, se encierra más y más, escondiendo su “Yo interior”: un corazón abierto es sumamente vulnerable.
Muchas veces me he preguntado seriamente: ¿Qué saben realmente de mí mis vecinos? ¿Qué soy yo de ellos?
Quiero que se me conozca y conocer.
Procuro abrir mi mente, mi corazón y mi conciencia.
Me esfuerzo por no esconder nada y trato de ver eso que no se ve, eso que en lo más hondo de cada uno palpita, vive y da vida.

Donde cada uno abre el alma para comprender que los otros pueden ver, y a la vez abre el espíritu para mirar a lo hondo y comprender, porque creo que sólo se puede amar verdaderamente lo que verdaderamente se comprende.
Amigos: por un lado soy “un árbol que anda”: el ser que el mundo ve; pero en lo hondo de mi ser interior, como en cada uno de vosotros, hay “otro yo” que aspira a vivir aquí y fuera de aquí, en ejercicio de la justicia, de la verdad y de la comprensión.
Ese es el verdadero yo.
El Sol es, para nuestra Tierra, fuente de vida, porqué es fuente de luz y calor y sin fotosíntesis no había vida en la tierra.
Pero esa luz y ese calor provienen de lo hondo y secreto del cuerpo solar.
Así es el Hombre: lo verdadero es lo que está adentro.
Hace 30 años en Carrasco no había muros, no había rejas, los peros andaban sueltos y venía el lechero y el canillita puerta por puerta y los cobradores de UTE y otros entes.
Hoy progresamos nos amurallamos, nos enrejamos, nosotros somos los prisioneros de lo poco o mucho que tenemos.

Antes estaba el guardiacivil de la esquina, te sacaba la pelota, sabía si el que andaba en la vuelta era vecino o no, y a los cobradores no los asaltaban.
Progresamos con la computadora y el televisor.
A la policía Técnica le llaman Científica, es el mismo cuerpo con distinto nombre.
No quería tocar el tema del niño, porque es un terreno morboso, claro que pasó en este mundo tan moderno que no sabemos quién y con quien se arrimó el asesino.
Vi una foto del presunto asesino, que optó por suicidarse y confirmé la sabiduría de la mía nonna.
La nonna decía:”Guardate dei marcatti de Dio” (cuídate de los marcados de Dios), el que haya visto esa cara le dará la razón a mi abuela de por vida y pensará cómo le dieron entrada, la madre, y el padre si es que existe, con una niña de por medio también.
Pero como no sabemos nada no podemos juzgar ni debemos hacerlo.
Cada día pido al Ser Supremo que me dé una mente limpia, con pensamientos limpios, claros y justos; que me dé un corazón limpio, con sentimientos puros, fraternales y comprensivos; que me dé una conciencia limpia, clara y sabia, que me permita conocerme mejor a mí mismo y así conocer mejor a los demás, para poder integrar debidamente este maravilloso Universo que tan poco conozco y sin embargo me contiene y lo contengo.

Amigo lector tenga presente que generalmente juzgamos para condenar y prácticamente sin tener una mínima información.
Tú no juzgues a nadie antes de haber pensado dos veces; y al pensar por tercera vez…, no juzgues; trata de comprender.
Que ningún hombre, cualquiera sea su condición y el lugar,…
Que nadie sea para nosotros “sólo un árbol que anda”.

Que todo sea para bien…

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