25 abril 2024
MUNDO

Rescatemos lo maravilloso

Lo antiguo, lo moderno y lo bueno. Celebridades de la raza afrodescendientes, catapultadas por familias judías.

Louis Armstrong (Nueva Orleans, 4 de agosto de 1901 -Nueva York, 6 de julio de 1971), también conocido como Satchmo o Pops, fue un trompetista y cantante estadounidense de jazz.

Se trata de una de las figuras más carismáticas e innovadoras de la historia del jazz y, probablemente, su músico más popular. Gracias a sus habilidades musicales y a su brillante personalidad, transformó el jazz desde su condición inicial de música de baile, en una forma de arte popular. Aunque en el arranque de su carrera cimentó su fama sobre todo como cornetista y trompetista, más adelante sería su condición de vocalista la que le consagraría como una figura internacionalmente reconocida y de enorme influencia para el canto jazzístico.
Los logros de Satchmo escapan a lo meramente artístico o personal, pues se convirtieron en símbolo de la creatividad del americano.
Louis Armstrong nació en el seno de una familia muy pobre y en uno de los barrios marginales de Nueva Orleans.
La miseria se agudizó cuando su padre, William Armstrong, los abandonó.
Louis era entonces un niño y pasaría su juventud en un difícil vecindario de las afueras de la ciudad.

Al menos desde 1910, cuando fue detenido por primera vez, se vería esporádicamente involucrado en asuntos delictivos. Su madre, Mary «Mayann» Albert (1886-1942), dejaba a Louis y a su hermana menor Beatrice Armstrong Collins (1903-1987) bajo el cuidado de su abuela, Josephine Armstrong (que había nacido esclava y fue liberada después de la Guerra Civil) y, a veces, de su tío Isaac.
La parte de su educación infantil la obtuvo vagabundeando por las calles y trabajando de chatarrero. Siendo aún muy niño pudo ser consciente del terrible odio racial que existía en los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX. Por primera vez notó que era tratado diferente y, como él mismo contaba, finalmente acabó «comprendiendo que era por el color de su piel».
Trabajó para una familia de inmigrantes judíos lituanos, los Karnofsky, quienes aceptaron al niño como a uno más de la familia. Louis siempre contó cómo descubrió que esta familia blanca también era discriminada por «otros blancos», «yo tenía sólo siete años, pero podía notar el miserable trato que los blancos le daban a esta pobre familia judía para la cual trabajaba… de la cual aprendí cómo vivir una vida verdadera y con determinación» (escrito en sus memorias: Louis Armstrong y la familia judía en Nueva Orleans).

No existían antecedentes musicales en su familia, por lo que su interés por este arte surgió a partir de la escucha de las célebres bandas de Nueva Orleans, que desfilaban habitualmente por las avenidas de la ciudad. Su familia adoptiva fue la que hizo posible que se dedicara a la música y a no ser un muchacho problemático más de las calles de Nueva Orleans. Cuando la música le llamó y no tenía un centavo para comprar su primera trompeta, el señor Karnofsky se la compró. Eternamente agradecido y a pesar de ser de fe baptista, Louis Armstrong llevó el resto de su vida una estrella de David colgando de su cuello en honor a su mecenas. Hoy día existe en Nueva Orleans una organización sin ánimo de lucro llamada The Karnofsky Project que se encarga de proporcionar instrumentos musicales a niños sin posibilidades económicas.

Aprendió, en primer lugar, a tocar la corneta en la banda de la Nueva Orleans Home for Colored Waifs, un reformatorio para niños negros abandonados a donde había sido enviado en varias ocasiones por delitos menores, como por ejemplo el haber disparado al aire durante una Nochevieja. Allí, aconsejado por el director del reformatorio, Joseph Jones, y el profesor Peter Davis, optó por la trompeta entre otros instrumentos.

En 1914, tras su salida del reformatorio, trabajó como vendedor de carbón, repartidor de leche, estibador de barcos bananeros y otros empleos del mismo tipo. Empezó también a trabajar en los cabarets de Storyville, donde estaban concentrados todos los locales nocturnos de la ciudad; allí conoce al cornetista Joe King Oliver, quien fue su mentor y casi una figura paternal para él.

Al tiempo, seguía con atención todos los desfiles de las bandas de música habituales en la ciudad y escuchaba a los músicos veteranos cuantas veces podía, aprendiendo de Bunk Johnson, Buddy Petit y, sobre todo, de Joe King Oliver.
Entre 1918 y 1919, ya con una bien ganada reputación como cornetista, fue contratado por el director de orquesta Kid Ory, gracias a una recomendación de Joe King Oliver, que había dejado el puesto de cornetista. Louis llegó por este camino a tocar en algunas de esas orquestas de Nueva Orleans, incluyendo aquellas que viajaban por los ríos, como la renombrada orquesta de Fate Marable, que realizó una gira en un buque de vapor a lo largo de todo el Misisipi. El propio Armstrong describiría esta época con Marable como «su estancia en la universidad», ya que le proporcionó una enorme experiencia en el trabajo con arreglos escritos. Cuando Joe Oliver abandonó la ciudad en 1919, Armstrong ocupó el lugar de Oliver en la banda de Kid Ory, por entonces el grupo de swing más importante de la ciudad.

LOUIS ARMSTRONG Y LA FAMILIA JUDÍA DE NEW ORLEANS

La música es un lenguaje universal. A lo largo de la historia, destacados creadores e intérpretes son recordados por traspasar fronteras y superar diferencias que parecían irreconciliables. El vínculo entre Louis Armstrong y la familia Karnofsky es una de esas historias de solidaridad y agradecimiento, que sigue viva a través del trabajo de una ONG.

Antes de convertirse en uno de los más famosos e innovadores músicos de jazz, Armstrong sufrió la miseria y el racismo. Proveniente de una familia muy pobre, su padre abandonó a su madre, a su hermana y a él cuando era muy pequeño. Criado por su abuela, que había nacido esclava y fue liberada después de la Guerra Civil, descubrió el arte en las calles de Nueva Orleans.

Comenzó a trabajar de niño para ayudar a su mamá, pero el dinero no alcanzaba. Cuando conoció a la familia de inmigrantes judíos lituanos Karnofsky, las cosas comenzaron a cambiar. Lo llevaron a vivir con ellos, lo aceptaron como a uno más. Según cuenta en su memoria Louis Armstrong y la familia judía de New Orleans, descubrió que también eran discriminados por “otros blancos” y que le enseñaron a vivir con determinación.

Fue su familia adoptiva la que hizo posible que se dedicara a la música. Todos los días, mientras ayudaba con las entregas, Louis se detenía frente a una tienda y señalaba desde la ventana una vieja trompeta, que no podía comprar pero ansiaba tocar. Una vez el señor Karnofsky decidió entrar, salió con ella y se la entregó a su ayudante, diciéndole que trabajara con el instrumento.

Armstrong comenzó a estudiar y ganó reconocimiento hasta convertirse en una figura internacional. Sin embargo, esto nunca hubiera sido posible si la familia Karnofsky no le hubiese dado la primera oportunidad. El músico lo sabía, por eso, como modo de recordar y agradecer ese gesto, aunque era católico, llevó siempre una Estrella de David que le habían regalado colgando de su cuello.

La influencia de la familia judía en la vida de Armstrong se plasmó en la organización situada en Nueva Orleans “The Karnofsky Project”, que se encarga de proporcionar instrumentos musicales a niños sin posibilidades económicas. Para ello invitan a que la gente done lo que tiene guardado en el ático, en el garaje o en un armario y que ya no usa. De este modo, los niños pueden descubrir la maravillosa experiencia de ese aprendizaje.
Mario Balotelli, un futbolista esculpido a golpes

Su carácter indomable responde a una vida marcada por el rechazo y el afán de superación
Tras ejercer de estrella de la selección italiana en la Eurocopa, disfruta de la fiesta ibicenca
Su sueño era vestir la camiseta de la selección italiana de fútbol, pero el día que, vistiéndola, consiguió un triunfo que ni soñado, se la quitó. Nadie sabe por qué lo hizo, tal vez ni él mismo, pero en ese gesto poderoso y provocador –quedarse desnudo y quieto como una estatua, a sabiendas de que recibiría una tarjeta amarilla– descansan todas las contradicciones de un africano llamado Mario Balotelli, de un italiano negro, de un tipo rebelde que, cuando los millones de espectadores de la Eurocopa esperaban alguna de sus locuras reales o fingidas, salió corriendo hacia la grada para fundirse en un abrazo con su anciana madre blanca, una señora de Brescia que lo adoptó cuando apenas tenía dos años y era un niño escuálido y sin futuro.
La vida de Mario Balotelli, que aún no ha cumplido los 22 años, ya da para tres películas. La primera tendría el guion de una de esas teleseries con mensaje que programan en Navidad después del almuerzo. Hablaría de un bebé enfermo nacido en el sur de Italia, hijo de inmigrantes de Ghana… Pero no adelantemos acontecimientos. La segunda podría ser de acción –coches caros, trifulcas, vida al límite–, se filmaría entre Milán y Londres y aún podría emitirse para todos los públicos. La tercera ya no.

La tercera hablaría de fiestas subidas de tono, en Saint Tropez o Ibiza, y sus protagonistas serían un gigantón de 1,88 de altura y sus famosas acompañantes sucesivas, desde una tal Paris Hilton hasta una modelo italiana llamada Raffaella Fico que al final se queda embarazada, presuntamente del protagonista. Todas las películas, eso sí, estarían atravesadas por el fútbol, porque esa es la loca pasión –nunca mejor dicho— de Mario Balotelli. Y no faltarían, claro está, el bueno buenísimo y el malo malísimo. El primer papel lo podría interpretar Silvia Balotelli, la italiana que, adoptándolo, le hizo la vida posible. El segundo lo bordaría quien se la hizo imposible. Todo un clásico del género. José Mourinho.
Pero empecemos por el principio. Mario Balotelli nació en Palermo (Sicilia) el 12 de agosto de 1990. Sus jóvenes padres, Thomas y Rose Barwuah, acababan de llegar de Ghana. Su situación no podía ser peor, de tal modo que, siendo Mario todavía un bebé, decidieron emigrar de nuevo, esta vez al próspero norte de Italia. Se instalaron en Bagnolo Mella, en Brescia (Lombardía). El niño pasó sus dos primeros años en un hospital aquejado de una grave afección intestinal. Los Barwuah, que vivían hacinados junto a otros inmigrantes, decidieron darlo en adopción.
Un día de finales de 1992, los servicios sociales de Brescia llamaron a la casa de Francesco y Silvia Balotelli. Tenían tres hijos naturales –Corrado, Giovanni y Cristina– y apoyaban a otros tantos de familias con dificultades. Hasta tal punto que en una ocasión la señora Balotelli telefoneó a los servicios sociales: “Os lo ruego, no nos llaméis más”. Pero lo volvieron a hacer. Lo recuerda ahora: “Me llamaron para que viese a un niño de color de dos años, Mario Barwuah. Ya no estaba enfermo. Mi marido le llevó un cochecito y el niño cogió a mi marido de la mano”. En 1993 pasó a ser Balotelli, un chaval negro en un barrio de blancos, un muchacho travieso que intuyó un futuro ligado al balón. “Mientras sus hermanos jugaban a la PlayStation”, recuerda Silvia, “él siempre estaba en el pasillo, que era su campo de fútbol, y no se separaba de su pelota ni al irse a la cama. Jugaba partidos interminables contra rivales imaginarios…”.

UN TITÁN VICTORIOSO
El mismo día en que su ex novia, Raffaella Fico, le había anunciado que iban a ser padres, marcó los dos goles que dieron la victoria a la selección italiana ante Alemania. Celebró el segundo ofreciendo esta imagen, ya icónica, descamisado y plantado en mitad del campo.

No pasó mucho tiempo hasta que aquellos rivales imaginarios se fueron convirtiendo en reales. Su carrera deportiva tiene la velocidad de una de sus galopadas. Ya en su primer equipo batió récords de goles. Tras rechazar ofertas de grandes clubes, fichó por el Inter de Milán. Jamás un futbolista de 16 años había firmado un contrato tan importante. Ahora juega en el Manchester City, donde gana cuatro millones de euros netos al año. Pero su sueño siempre fue vestir la camiseta azul de la selección italiana. De hecho, unos días antes de cumplir los 17 recibió una oferta para jugar con la selección de Ghana frente a Senegal, pero dijo que no.

Esperaría hasta cumplir los 18, obtendría la nacionalidad italiana y aguardaría la llamada: “Para mí no hay camiseta más fascinante que la de la selección italiana…”.

Un comentario en «Rescatemos lo maravilloso»

  • Entre Mario Balotelli y Louis Armstrong hay unas cuantas monedas de diferencia xq en la epoca del cantante de jazz no se ganaba tanto me parece igual Louis Armstrong fue todo un genio.

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