26 abril 2024
CRÓNICAS

El hombre y su mejor amigo

Con un querido gran amigo, ambos éramos rengos de la misma pata, perreros a muerte y nos conocimos ya hombres hechos y derechos.

Él había sido educado en la Sagrada Familia y yo como es valor conocido en la enseñanza pública del Barrio Palermo.

No sé si él era creyente, tanto me daba a mí, de ese tema nunca hablamos, y ni falta que hacía.

No lo conocí en la etapa de estudiante, sino en su etapa campesina, paisano gordo de camisa a cuadro, bombacha, botas o alpargatas y de habla bien rupestre.

Su esposa era más urbana que el tanto, educada en las monjas alemanas.

En la ciudad hubiera sido pituca, pero en el campo era bien rural, tanto en la cocina, como en el jardín o en la quinta.

Habiendo sido estudiante, no agarró para los libros, sino para los terrones y los libros vinculados al agro, se radicó en una fracción no muy grande de campo que había heredado de su padre y explotaba una fracción de su tía, que tenía el mismo origen que la de su padre, sucesión de los abuelos.

Empezó arreglando todos los galpones, los alambrados que estaban todos caídos, el corral para que las gallinas no se le comieran toda la quinta, empezó a hacer praderas y compró 38 vaquillonas holando para empezar con el tambo.

Poco campo, pero bueno, praderas y tambo

Vino la alegría de las casas y se la bautizó con el cura en el local de la rural del pueblo, con todo el pueblo invitado y asado con cuero, para no andar pasando necesidades.

El tenía una perra que respondía por el nombre de India, aunque en el pedigrí figuraba no sé con qué nombre alemán, como le pasa a casi todos los dobermann.

La perra tuvo una lechigada numerosa, y mi amigo se reservó para él un cachorro, al que le puso un collar y luego me dejó elegir a mí.

Durante todo el desarrollo del cachorro venía mi querido amigo a ver como progresaba mi cachorro y se calentaba, porque el mío había salido más lindo que él de él.

Eso me ha pasado siempre en mi vida tengo buen ojo para elegir cachorros, para mí no es ninguna ciencia, lo miro y si me gusta ya está y lo único que me fijo bastante es en que el hocico sea bien fino.

El mío se llamó Dark, y el de mi amigo Strong, al cual lo peones en el campo lo llamaban Tronco.

El Dark era un perro pituco de Carrasco en aquella época de no muros, no cercos, no alambrados, no alarmas, perros sueltos amigos de los basureros y de los albañiles, porque los primeros le tiraban huesos del camión recolector y el mío ayudaba a los albañiles a liquidar los huesos del asado del mediodía.

En la época de la dictadura me lo envenenaron de noche con cuajo y fosdrín.

Y para reponer al Dark una vuelta fuimos a la Rural a una exposición del Kenel Club y pisó pista un perro de la raza hermoso, una pinturita, hocico bien fino, además un animal joven y el pelo le brillaba, con los aprontes del evento y era negro como los que nos gustaban a nosotros y era un perro ganador, Midas, hacía unas cuantas competencias que venía ganando en las distintas categorías desde cachorro, a ahora que era un perro hecho.

Hablamos con el dueño para sacar una cría con la India, pero el tema era que el servicio había que pagarlo en dólares, y el dueño del macho no quería ninguna cría.

Se sabe que con un gran campeón, no se estila el cachorro como precio por la monta como con los demás perros, porque en definitiva, en la cruza la sangre del otro perro que probablemente fuera importado, al mezclarlo con un producto nacional de varias generaciones desmejoraría la calidad de la sangre del producto.

Quedamos en llamarlo cuando la India estuviera en celo, para organizar el operativo, porque a la perra hay que llevarla al lugar donde está el perro porque los perros son muy territoriales y las hembras no se dejan servir en su propia casa o le complican la vida al macho, mordiéndolo y los dueños de perros cotizados no corren ningún riesgo.

Nuestra aventura era traerla a la perra cuando estuviera pronta a Montevideo.

Pasó el tiempo y mi amigo me avisó, tenía a la perra encerrada para evitar cualquier accidente con otro perro que anduviera en la vuelta, porque estamos hablando de campo abierto, y no era cuestión de pagar el servicio y que la hubiera servido un perro marca La Paz Suave.

Nos demoramos o nos dormimos un poco y cuando quisimos acordar la había servido el Cacique, un perro bien berreta, puro perro producto del amor canino, que parecía un chorizo alemán con patas cortas, para mí no hay perro feo, pero a ese la cara parecía de un murciélago.

Desistimos por este período del servicio y después en el servicio siguiente se concretó con otro macho, bueno, pero no de la alcurnia del gran campeón, pero un buen perro.

Yo salía a recorrer el campo con la India y el Strong y los perros iban unos metros delante de mí y de repende sentía la sacudida y agarraban una víbora por el medio y la sacudían hasta que salían dos pedazos de víbora y así sucesivamente la iban achicando hasta que quedaban toquitos de víboras.

Eran una garantía.

Claro que había una vaca parida y el ternero no lo vi porque estaba echado atrás de unos espartillos y la vaca levantando la cabeza se nos vino, como chancho a los boniatos, derechito, pero batí el récord de los cien metros entre terrones y me zambullí por el alambrado, unos segundos antes que llegara la vaca.

Bien dicen que la vaca se viene de ojo abierto.

Con los apereá grandes hacían un destrozo, no daban abasto para hacer la matanza que ellos querían.

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El tambo fue creciendo, el gordo compró más campo y arrendó más y el tambo iba mejorando a ojos vista.

Una vuelta fui al campo y lo encontré al gordo medio decaído, medio pesado para manejarse a pesar de que siendo un tipo gordo se movía bien.

Cuando llegué a Montevideo, le alboroté a las viejas, a la suegra, a la madre y a la tía.
Lo trajeron a Montevideo y le encontraron hidatidosis, le operaron y le sacaron un quiste de ocho kilogramos.

Los dieron de alta, pero yo no lo veía bien ,y a los meses entraron unos intrusos al campo a cazar con rifles y tuve que salir yo con los perros a echarlos, porque a él no le daba el físico.
Avisé en Montevideo, y lo volvieron a operar, esta vez le sacaron un quiste de doce kilogramos y ya no lo dieron más de alta.

Le pusieron una bombita que le metía un líquido por un lado y salía por el otro, según los médicos las paredes abdominales parecían que tuvieran grasa de pella y lo que parecía eran millones de pequeños quistes.

En la habitación había olor a tripa.

Me descompuse y tuve que salir.

Un ser que pesaba bastante más de 100 kilogramos, cuando muríó pesaba 35, kgs, o sea el esqueleto y le tuvieron que poner leucoplast para cerrarle los ojos.

Se vino todo el pueblo a Montevideo, en ómnibus arrendado para cumplir con el amigo en su último viaje al cementerio.

Todo el mundo miraba a los perros como si hubieran sido los asesinos del patrón, se cerró el carneadero y los perros no podían llegar a comer las vísceras que caían de la oveja de consumo.

Me lo dijo un primo del finado, las viudas no se funden en el campo y ella con una gurisa chica, amplió la explotación, pero volvió a privar lo del criollo.

Pasó un tiempo, y volví a ir al tambo y cuando carneaban, los perros participaban del festín de las achuras, o sea la hidatidosis podía aparecer en cualquier momento pero hasta el día de hoy no apareció por suerte, pero solamente por suerte y no por precaución.

La única forma de parar el flagelo de la hidatidosis es que los perros coman las achuras hervidas y no crudas, pero el miedo dura un tiempo y luego siguen matando a la criolla, que caiga y que los perros coman.

Yo les doy de comer a mi perro corazones de pollo crudos que no transmiten nada, o puchero de falda crudo y que el bicho disfrute con desarmando la carne, les doy todas las vacunas reglamentarias y las pastillas antiparasitarias.

El otro día entró un bebote o niñito de dos años y poco al terreno y el perro, otro dobermann llamado Lucca, le salió al cruce y le lavó la cara de un par de lametazos y yo tranquilo de que no le pasaría ninguna enfermedad.

Somos descansados en las cosas sencillas y que duro que es todo en materia rural.

Que todo sea para bien.

Un comentario en «El hombre y su mejor amigo»

  • Que tristeza pobre gente y el perro tampoco tiene la culpa.
    Lo s que alimentan a sus mascotas con las raciones de galletas y no ponen otras comidas a sus alcances no tendran problemas.

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