19 abril 2024
MUNDO

Pipo guiño el ojo para siempre

Nicolás “Pipo” Mancera insistía en que no había sido pionero en la televisión, pero sí decía haber sido “un creador”.

Era un grande en envase pequeño, audaz, intrépido, veloz y con un talento indiscutido.

Con sus Sábados Circulares, con su estilo, con ese don de anticiparse a los fenómenos, como cuando descubrió a Sandro o vio en un chiquilín villero al futuro crack futbolero que fue Maradona.

El 29 de agosto Mancera con su muerte pasó a ser un mito, a los 80 años de edad.

Su otro hogar, el Uruguay, era “el refugio para penas y placeres”, decía, siempre con esa cuota literaria en cada frase.

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Dijo: “Tuve que dejar nuestro país en el ‘76 y a partir de ahí permanecí en lo que puede considerarse un prolongado veraneo en Punta del Este, que concluyó en el ‘83”, en una casa llena de televisores por todos lados.
Nació en Buenos Aires, se crió en Rosario y vuelto a Buenos Aires, “desde donde quería comerme el mundo”.

Cinéfilo empedernido por autodefinición, más de una vez contó que “durante varias semanas vi tres películas por día, todos los días. Y cuando podía me escapaba a Montevideo para ver diez o doce por fin de semana, porque yo era corresponsal de cine”.
A los 17 años debutó como periodista en una revista y luego continuó con el oficio en un diario.
Apenas cumplido los 20 años, escribía en las revistas Film, de Uruguay, y Gente de cine, de Buenos Aires.

Enseguida se convirtió en un agudo crítico cinematográfico del diario La Razón.

Fue un periodista devenido en showman que supo convertirse con el tiempo.

De esa matriz no se despegó jamás.
Sabía mirar y contar.

Sabía reflejar la realidad, más allá de que haya incursionado en los textos de la mano de la ficción.

“Odio que me llamen pionero, porque no estoy desde la hora cero… Pero ‘cero coma algo’ puede ser”, se sinceró en 1998.
“A los más jóvenes les cuento que en esa época no se podía grabar, todo era en vivo, palo y a la bolsa.

De haber podido grabar, verme y corregir, hubiera mejorado mucho antes de lo que mejoré.
Al principio cometía muchos errores, que no me los perdono”, reconocía, amparado en ese riguroso espíritu de autocrítica que lo destacó como uno de los más exigentes de la televisión.

Lo que sería su gran creación, Sábados Circulares, luchó contra viento y marea para que lo dejaran probarse con su propio programa y como buen chiquito que era quería un programa ómnibus.
“Quería uno largo.
Las cosas interesantes no se pueden hacer bien en poco tiempo.
Es una ecuación muy simple”.

El pretendía cinco horas, le daban una, que para esa época era bastante.
En febrero del ‘62 consiguió lo que buscaba, con la condición de incluir una película en algún momento de esas cinco horas.

La película salió del programa a las tres semanas.
Una vez instalado como un espacio emblemático por el que querían pasar todos Sábados circulares fue el primer programa ómnibus -llegó a durar ocho horas- “del mundo”, aseguraba Mancera, quien, entre otros gustos, cada tanto llevaba al estudio al arquero de sus sueños, el gran Amadeo Carrizo, o “al mago del fuelle” , como llamaba a Aníbal Troilo y a la gran Tita Merello.
“Mucho de lo que yo hacía se hace ahora. Marcelo Tinelli hace algunas cosas que yo hacía y Nico Repetto tiene rasgos de personalidad parecidos a los míos”, comentó más de una vez.
Ese comentario es lógico, porque hay muchos lugares comunes que no tienen patente registrada.

Claro está que nunca lo he visto, ni he sentido de él, hacer nada fuera de lugar o vulgar, todo él era entrador pero distante, con una vasta cultura y un gran don de gentes.
El día de su muerte, ellos dos le rindieron el tributo merecido al hombre que abrió la puerta para que, finalmente, cada uno juegue a su manera.

Alejado de los medios -”supongo que me tuve que ir por (José) López Rega” (el brujo que manejaba a Isabelita)-, trabajó en Francia, en Brasil, en los Estados Unidos, en cada sitio donde se propuso hacer televisión.
En el ‘78, de regreso, condujo Al estilo de Mancera y, cinco años después, Video show, que duró sólo 29 días.

En sus últimos tiempos, con su última mujer, vivía, entre Buenos Aires y su casa de Punta del Este, donde había, contaba él, “televisores por todas partes. No puedo dejar de mirar televisión y tratar de entender por qué hacen o dejan de hacer tal o cual cosa”, compartía, alejado de ese sitio propio, que se le había vuelto ajeno.
Aquel pequeño gran hombre se despedía cada sábado guiñando un ojo, ayer los cerró para siempre.

Gracias Pipo por haberme hecho disfrutar a una Tita Merello o a un Pichuco y a unos cuantos más que de otra forma nunca hubiera podido acceder a ellos.

Un comentario en «Pipo guiño el ojo para siempre»

  • Un grande de la TV mundial fue Pipo, quien no recuerda lo sabados circulares con Serrat, Tita, Sergio Denis, Sandro Charles Aznavour, Pichuco, el club del clan, y los conjuntos de la epoca. Fue el pionero de la TV entretenimiento por que tenia como 5 o 6 horas estando al aire. Fue el inventor de las camaras sorpresas que claro que eran de mejor gusto que ahora. El petozo era un grande!!!!!!!!!!!!
    Buena nota………….saludos a todos por ahíííííí…….

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